viernes. 19.04.2024
brexit

Esa Unión Europea azotada por la crisis del euro, anquilosada por los recortes y amenazada por la deflación impuesta por el fracking y la bajada irrefrenable de los precios de las materias primas, ya no era aquella, inspiradora, y que claramente ilusionaba

Ya lo decía William Nassau, en 1826, en las primeras clases de economía; si alguna brújula orientase al comportamiento económico, esa sería el principio hedonista. El ser humano, en sociedad, tiende a maximizar sus satisfacciones minimizando sus pérdidas. Hay algo de Nassau en la asunción del brexit. Si la idea de su referéndum se pensó como un “golpe de maestro” que acallaría para siempre a los euroescépticos, su conversión en la mayor pesadilla europea en junio de 2016 y su repentina asunción a través de la activación del artículo 50 del tratado europeo, pueden explicarse. Esa Unión Europea azotada por la crisis del euro, anquilosada por los recortes y amenazada por la deflación impuesta por el fracking y la bajada irrefrenable de los precios de las materias primas, ya no era aquella, inspiradora, y que claramente ilusionaba. La maraña de leyes privativas que impone, también acababa siendo un serio obstáculo para una economía liberal como la inglesa. Y el laxismo o flacidez de sus dirigentes tampoco ayudaba. ¿Cómo entenderse, por ejemplo, ese empeño en seguir ampliando la deuda griega, asegurando al país su excedente primaria simplemente para que devuelva lo prestado? Desde luego ese no son los caminos de la construcción europea, aquella Europa solidaria. Pero fuera de la Unión hay algún camino, ¿si no imposible, sostenible?      

Brexit, en realidad no ganancia en soberanía pero pérdida en influencia

De rey a simple ciudadano, se sigue siendo sujeto libre de derecho. Pero cualquiera con un poco de sentido común preferiría la libertad doblada del poder del rey. Inglaterra se fue de la Unión para tener control sobre sus leyes y su territorio. Sin embargo, una vez fuera, cualquier acuerdo mínimo de colaboración con la Unión implicaría la asunción de los pilares de la construcción europea (libre circulación de personas, mercancías, capital y trabajo). Asimismo de querer controlar la inmigración con el brexit se les ha ido de la mano en un contexto de amenaza generalizada de terrorismo. Si dentro de Europa, Inglaterra con su peso histórico podría influir a las decisiones normativas, nuevamente, con el brexit debería asistir a que se decida por ella. Y no que las decisiones articuladas de ese modo la afectasen menos. Según la propia primera ministra británica Theresa May, un brexit como el acuerdo CETA con Canadá estaría bien. Pero no nos engañemos otra vez. Los vínculos históricos, políticos, económicos entre Canadá y Europa no son los mismos que entre Inglaterra y Europa. Además Canadá está a miles de kilómetros, Inglaterra no.

Duras verdades

Históricamente, parecidas ideas temerarias como el brexit (mano invisible smithiana, destrucción creadora schumpeteriana) nunca significaron riesgo no calculado. Por el contrario, cojamos por donde la cojamos, la realidad del brexit espanta. Nada más que pensar en la pérdida del llamado pasaporte financiero arroja consecuencias económicas negativas incalculables. En disonancia, una de las explicaciones altamente coherentes del brexit podría ser la reafirmación de la voz británica en un escenario internacional que con la China de Xi Jinping, el Japón de Shinzo Abe, la Rusia de Putin o la América de Trump, se asemejaba cada vez más a una lucha por el resurgimiento de los imperios de antes de guerra. Pero pronto los no lectores de Peter Navarro pudieron darse cuenta que el “make America great again” no es para nada equiparable a una política realmente proteccionista. Estados Unidos está en déficit comercial pero el efecto inverso del quantitative easing hace que su moneda no para de subir. Habría que encontrar el equilibrio entre una demanda interior fuerte y una reforma económica y fiscal, e incluso relanzamiento económico, que favorezca los ahorros versus inversión. Es la estabilidad económica musgraviana, no el proteccionismo u otros mercantilismos. Sin embargo, quizá doblada esta vez del populismo Trump, en todas partes en el mundo, se entendió como proteccionismo clásico, produciendo de alguna manera incongruencias mayores como el brexit.  

No es cierto que bien la economía post-referéndum, la factura del brexit aún no ha llegado.

Recientemente, Matt Lynn, el Ejecutivo de Strategy Economics, ha llegado a decir que los economistas están tan preocupados en buscar las malas noticias que traen el brexit que no ven la bonanza que evidencia la economía post-referéndum británica. Es posible que se equivoque ese economista. La factura del brexit aún no ha llegado. De momento, la economía británica debido a los efectos del quantitative easing no presenta grandes alarmas. Pero parece que esta situación no vaya a durar más tiempo. El desempleo se sitúa en un 4,5% pero hay mejores: Japón (3,1%), Alemania (3,9%), Noruega (4,3%), Estados Unidos (4,4%), Dinamarca (4,2%), etc. El consumo alcanza el 65% del PIB, casi igual que en la alarmante Estados Unidos (69%). Alemania, por ejemplo, con un superávit comercial de $ 300 bn contabiliza tan sólo un 54%. Ese consumo vertiginoso y el alza de los precios van de la mano. Es más, la inflación irrefrenable de los precios allana el camino para una inflación de demanda. Pues si el ratio de la paridad del poder adquisitivo disminuye debido al aumento de los precios, lógicamente se pedirá en las empresas un aumento de salarios. Lo que hará perder competitividad a la exportación. Peor, debido al brexit la devaluación de la libra británica es inevitable. Y quién dice devaluación, dice pérdida estratosférica en las inversiones previas, desaparición de las empresas sin recursos para amortiguar esas pérdidas, precios vertiginosos, etc. Por ahora, puede que todo eso suene a señuelo porque no es claramente el día a día. En cualquier caso, la actual relativa salud económica poco tiene que ver con el brexit que aún no se ha producido y cuya eventual factura está por llegar.

Más efectivo el regionalismo que el resurgimiento de imperios o proteccionismo

En un mundo fundamentalmente en la era de las monedas flotantes, no puede armarse una política económica verdaderamente proteccionista. Semejante política implicaría una pérdida de la atractividad de la economía que se traduciría en la huida de inversores que a su vez significaría la bajada del valor fiduciario de la moneda. Asimismo con el proteccionismo puede que numéricamente se obtenga el alza de tarifas arancelarias pero no sustancialmente. Sin embargo, teniendo en cuenta que toda política económica estatal es por esencia proteccionista (ningún país diseña una política económica que pretende el bienestar del vecino) sólo cabe centrarse con pericia beneficiosa en la dinámica de regionalismo. Es más, puede decirse que existe ya cierta irreversibilidad en el dominio del regionalismo de cara al bienestar estatal. Pues ya van cuatro décadas cuando Nye y Keohane en su excelente libro constataron por vez primera la sociedad mundial interdependiente. En los 80, las reformas neoliberales a través del thatcherismo u otros reaganismo hicieron que se hablasen de sociedades interdependientes gobernadas sin gobierno. Bien, la historia nunca es posada, es camino. La cada vez mayor interdependencia de la sociedad hace irreversible el regionalismo. No es de extrañar que el regionalismo esté de moda tanto en Rusia como en Japón o Canadá. De ahí que Inglaterra hubiese de entender que mediante la ley o las políticas, ya no se puede detener la compleja maraña de interacciones transnacionales y poner fin al culebrón brexit. Para ser grande la confrontación victoriosa siempre enaltece. Pero a veces hay que saber optar por el mero control de daños. Si se ignora esta humildad la pérdida puede llegar a ser total. Esperemos que así no sea para Inglaterra y su idea de brexit.


Dr. Alban Kouakou | Internacionalista, doctor en Ciencia Política (Derecho Internacional y Relaciones Internacionales) de la Universidad Complutense de Madrid

Por qué a pesar de todo el “Brexit” permanece improbable