sábado. 20.04.2024
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Ni Hollande ni Valls son Rajoy o Cameron; ni mucho menos

No es fácil opinar con rigor sobre lo que esta ocurriendo en el gobierno de Hollande. Francia es un país muy complejo, desde el punto de vista político, económico y social. Como compleja es su política internacional y su papel en las instituciones de la Unión Europea. Y no digamos el Partido Socialista Francés, en permanente ebullición, con corrientes muy diversas, con diferentes líderes y con tensiones históricas entre sus sectores más a la derecha y los más a la izquierda, aunque dicho sea de paso es un Partido que nunca ha hecho ascos a gobernar o tener pactos con el Partido Comunista Francés, a diferencia de otros Partidos Socialistas.

Así que seré cauteloso.

Lo primero que hay que reconocer es que Francia ha sido y es una parte muy esencial en la construcción europea. Su influencia política y su peso económico están fuera de dudas. Los gobiernos franceses, de la izquierda y de la derecha, han hecho encaje de bolillos en los últimos 50 años. Han defendido la autonomía de Europa frente a Estados Unidos, pero sin caer en el antiamericanismo; han marcado distancias del Reino Unido, de su modelo económico y social y de su escaso interés europeísta, pero han mantenido una evidente colaboración con ellos; su relación con Alemania ha sido clave para el avance de la Unión Europea y esta relación ha combinado la coincidencia pero también la divergencia en las políticas. Cualquier gobierno francés, por tanto, tiene que tener muy en cuenta los complejos equilibrios en los que se mueve.

François Mitterrand, en su primer gobierno de Unidad de la Izquierda en 1981, ya quiso desarrollar una política claramente progresista. Le desestabilizaron la economía. Eran otros tiempos de guerra fría, con Reagan en una esquina y Tatcher en la otra. Mitterrand, aunque realizó importantes cambios, tuvo que retroceder en sus más ambiciosas y progresistas propuestas en política económica. En 1986 el centro derecha gano las elecciones y Chirac se convirtió en Primer Ministro, iniciándose una difícil cohabitación.

La lectura que de aquella experiencia hicieron muchos socialistas, como Felipe González, es que no es viable una política socioeconómica de izquierdas que vaya más allá de lo que los poderes económicos están dispuestos a tolerar.

Parece que la historia se ha vuelto a repetir. Hollande se presentó a las elecciones con un programa de izquierdas, moderado, pero de izquierdas y con una propuesta alternativa a las políticas económicas que mayoritariamente se estaban desarrollando en la Unión Europea. Su triunfo fue saludado por muchos progresistas que pensaban que se convertiría en el contrapeso a Ángela Merkel, a Draghi y a Barroso. Los primeros pasos fueron en la dirección esperada, con el apoyo de los pocos gobiernos socialdemócratas europeos. Hollande no se enfrentó abiertamente a Merkel, lo que hubiera sido un error de consecuencias imprevisibles en la inestable situación de la Unión Europea, pero si marcó claras distancias y buscó negociar otras políticas de activación económica.

Lo que vino después todos lo conocemos. La presión sobre el gobierno francés para que cambiara de actitud fue aumentando desde todos los ángulos y ámbitos políticos y económicos. Los efectos de la crisis en Francia favoreció el crecimiento de la extrema derecha. Hollande no se atrevió a encabezar junto con otros gobernantes europeos una referencia moderadamente alternativa. Empezó a dar marcha atrás. Cambió su gobierno y puso al frente a Valls, con la intención de acometer reformas con dos objetivos: frenar el avance de la extrema derecha y apaciguar la presión de las instituciones de la Unión Europea y le pidió a Valls conseguir rápidos resultados en materia de crecimiento económico y reducción del paro.

El giro cada día mas visible de Hollande y Valls y la ausencia de resultados positivos en el terreno económico, ha dado paso a una crisis interna del gobierno, con la salida de su sector más a la izquierda y la entrada de Macron, un brillante político situado en el ala derecha del socialismo francés.

El cambio de Hollande ya le ha pasado factura en las elecciones europeas y la caída de la intención de voto es cada vez más fuerte para los socialistas, frente a una extrema derecha, que moderando aparentemente las formas, no cesa de crecer. Al igual que en España, el electorado socialista decepcionado se refugia en la abstención.

Hollande esta repitiendo el camino de Mitterrand y va directo a un triunfo de la derecha y a una casi imposible cohabitación, porque no es lo mismo hacerlo con Chirac que con Marine Le Pen y su partido de extrema derecha.

Es evidente que el abandono de las propuestas económicas más progresistas no tiene el carácter neoliberal de lo que han hecho Rajoy u otros gobiernos de la derecha europea. Hollande no se ha propuesto reducir y deteriorar el fuerte Estado de Bienestar Social de Francia, al menos de una manera sensible. No, ni Hollande ni Valls son Rajoy o Cameron; ni mucho menos.

Pero están renunciando a protagonizar un modelo alternativo en la construcción de Europa y en las políticas económicas frente a la crisis. Están asumiendo, lo quieran o no, que no hay otra vía diferente a la que propugnan Merkel y Draghi. Al final lo que queda en la cabeza de mucha gente, es que en cuestiones de economía no hay diferencias entre gobiernos socialdemócratas y gobiernos conservadores. Y esto es demoledor para la ciudadanía progresista.

La pregunta que podemos hacerle a Hollande y a Valls seria ¿gobernar por gobernar? o ¿gobernar para hacer la política del programa electoral? No se trata de que la socialdemocracia “ocupe” el gobierno durante una legislatura y tras mostrarse incapaz de sacar adelante, aunque sea parcialmente, su programa electoral, aguardar mansamente a que vuelva la derecha. Nadie le pide, ni espera, que un gobierno de la socialdemocracia se tire al monte, pero sí que se atreva a hacer cambios y otra política económica, como defendían los ministros que discrepaban y han sido cesados.

Lo malo es que esta nueva decepción para la ciudadanía progresista francesa, abre las puertas a un triunfo de la derecha y de la extrema derecha. Y lo peor es que la renuncia de Hollande puede tener un efecto contagio en Renzi, Jefe de Gobierno de Italia, que se ha quedado solo defendiendo una política de reactivación y que también esta sufriendo fuertes presiones, con lo que Ángela Merkel tendría el camino despejado.

Todo ello coloca en difícil posición al PSOE y a Pedro Sánchez, que tendrán que aguantar presiones internacionales e incluso internas (minoritarias pero influyentes), para que no intente salirse del camino trazado por el gobierno alemán y el Banco Central Europeo. El PSOE y Pedro Sánchez deberán convencer al electorado español que ellos no van a frustrar las esperanzas de cambio como Hollande.

Hollande y Valls: repiten el error de Mitterrand