jueves. 28.03.2024
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La ministra de Igualdad, Dolors Monserrat, sostiene que lo que más penaliza a las mujeres es la maternidad.

El pensamiento conservador sustenta en un hecho biológico la injusta discriminación que sufren las mujeres o, peor aún, trata de hacer pasar las prácticas discriminatorias contra las mujeres como el resultado de la libre elección femenina por la maternidad y los cuidados de los hijos

Lo habrán oído o leído estos días muchas veces. Es la maternidad. La culpa de la brecha salarial y de la feminización del desempleo la tiene la maternidad. La maternidad es la causante de los menores salarios, las superiores tasas de paro o la mayor precariedad en el empleo que sufren las mujeres. Lo demás es ruido. Los diversos y complejos factores, relaciones sociales, costumbres, comportamientos, ideologías y prejuicios machistas que sustentan la discriminación y las desigualdades de género son reducidos por el pensamiento conservador a poco más que ruido. Pues bien, sumémonos al griterío. A ver si a golpe de manifestación y argumentos se enteran: la percepción de la maternidad que defienden los conservadores y la relación causal que establecen entre maternidad y brechas de género son profundamente reaccionarias y solo sirven para intentar justificar las discriminaciones que sufren las mujeres.

Importa desentrañar cómo el pensamiento conservador sustenta en un hecho biológico la injusta discriminación que sufren las mujeres o, peor aún, trata de hacer pasar las prácticas discriminatorias contra las mujeres como el resultado de la libre elección femenina por la maternidad y los cuidados de los hijos. La huelga feminista del próximo 8 de marzo ha activado las críticas y el rechazo de la mayoría social contra las injustas desigualdades que afectan a las mujeres. Gracias a la convocatoria de esa huelga y a la acción feminista se está generando una gran movilización social con muy pocos precedentes en su capacidad de incidencia social y promover cambios que favorezcan la igualdad. La movilización feminista también ha hecho salir de la caverna a tertulianos que defienden de forma grosera ideas machistas y analistas que intentan sofocar la indignación con unos cuantos datos y algunos argumentos interesados y poco rigurosos.    

Observemos, en primer lugar, algunos de esos datos. Después, nos ocuparemos de analizar y descifrar los argumentos conservadores.

1. La correlación entre maternidad y menores salarios

El último y reciente soporte estadístico de la correlación entre brechas de género y maternidad es inequívoco y no deja lugar a dudas. Más aún por tratarse de los datos de un país del norte de Europa, Dinamarca, en el que los derechos de las mujeres están más asentados y las diferencias en las remuneraciones, tasas de participación en el mercado laboral o tasas de desempleo entre hombres y mujeres son inferiores desde hace décadas a la media de los países capitalistas avanzados.

Algunos datos de 2014 (Eurostat, Oficina Europea de Estadística) pueden ayudar a ilustrar esa mejor posición relativa de las mujeres danesas: en Dinamarca, los hombres reciben un salario medio mensual superior en un 27,2% al de las mujeres (en la UE son superiores en un 42% y en España, en un 29,5%); la tasa de empleo de las mujeres es en Dinamarca del 69,8% (en la UE, del 59,6% y en España, del 51,2%); en Dinamarca, el porcentaje de niños menores de 3 años matriculados en el sistema educativo formal es del 69,6% (en la UE, del 28,5% y en España, del 36,9%).

En el Gráfico 1 se puede observar cómo la progresión de las remuneraciones de hombres y mujeres (no las propias remuneraciones, que como hemos visto antes reflejan una importante brecha salarial) es similar durante los 5 años anteriores al nacimiento del primer hijo. No es hasta el momento del nacimiento del primer hijo, aunque comienza ya antes, durante el embarazo, cuando ese avance paralelo se interrumpe. La progresión de las remuneraciones de los hombres continúa, mientras la de las mujeres se interrumpe, cae estrepitosamente durante los dos primeros años de vida del niño y mantiene esa brecha a lo largo de los años siguientes. La diferencia salarial alcanza un máximo del 30% y, tras una ligera y muy lenta disminución, sigue suponiendo el 20% al cabo de una década y algo menos al cabo de dos décadas.

Los impactos negativos asociados a la maternidad que sufren las mujeres afectan también, con el mismo sentido y parecida intensidad, a la evolución de las tasas de actividad, al número de horas trabajadas y a muchas otras variables que reflejan su clara discriminación en el mercado laboral.

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Los hombres, por el contrario, no sufren ningún impacto negativo sobre sus remuneraciones (Gráfico 2), tasas de actividad o número de horas trabajadas tras el nacimiento de su primer hijo. En el caso de las mujeres, no todas padecen ese repentino y brutal ensanchamiento de brecha salarial (Gráfico 2); las diferencias salariales en el caso de las mujeres sin hijos siguen existiendo, pero son muy inferiores.

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Y esa diferencia, entre las mujeres que deciden ser madres y las que no, es el dato fundamental al que se agarra el pensamiento conservador para entender las brechas de género como consecuencias inevitables de la maternidad y, de paso, predicar la impotencia de la acción política para corregir las desigualdades que provoca la maternidad. El pensamiento conservador pontifica que la acción política, cuando se inmiscuye en la regulación de las relaciones de las mujeres con sus empleadores, sólo consigue crear nuevos obstáculos a su contratación, obstaculizar la búsqueda de horarios más flexibles para conciliar trabajo y cuidados y trabar la libre decisión de las mujeres sobre su maternidad. Veamos que se trata de una lectura precipitada e interesada, aunque los datos en los que se sustenta son poco cuestionables.

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2. La interesada lectura conservadora de la maternidad

Las desigualdades y la discriminación que sufren las mujeres no son un hecho natural ni derivan de una constatable diferencia biológica

La correlación estadística entre maternidad y brecha salarial u otras brechas de género que expresan la discriminación laboral que sufren las mujeres es clara. A partir del nacimiento del primer hijo, las remuneraciones de las trabajadoras con hijos se descuelgan a la baja de la trayectoria que siguen las de los padres trabajadores. Pero esa correlación no implica causalidad. Lo que parece una evidencia, la estrecha relación entre maternidad y brecha salarial, no es tan inocente como se presenta.

Las desigualdades y la discriminación que sufren las mujeres no son un hecho natural ni derivan de una constatable diferencia biológica. No es la naturaleza de las mujeres o sus inclinaciones naturales las que exigen mayor dedicación al cuidado de sus hijos y parientes a lo largo de toda su vida o impulsan que dejen en un segundo plano su trabajo y una carrera laboral que podrían proporcionarles un mayor grado de independencia económica y una más alta valoración profesional y social de su trabajo. La desigualdad y la discriminación no son el resultado de la libre elección de las mujeres. Los mecanismos de discriminación se sustentan en relaciones sociales históricamente construidas de las que se derivan ideas, comportamientos y prejuicios que provocan e impulsan las desigualdades entre hombres y mujeres. El dato relevante hoy es que esas desigualdades han dejado de ser aceptadas por la mayoría de las mujeres, van en contra de su voluntad e intereses y son comprendidas como injustas por la mayoría social. 

Algunos hechos evidencian la naturaleza de construcción social, no biológica, de las discriminaciones salariales y laborales que afectan a las mujeres. Así, uno de los factores más importantes de la desigualdad salarial en el montante total de la nómina mensual es la tasa de empleo a tiempo parcial de las mujeres, pero el empleo femenino a tiempo parcial está poco vinculado con la maternidad. De hecho, es antes de los 25 años y después de los 55 cuando las tasas de empleo femenino a tiempo parcial son más altas; precisamente en los años en los que las tareas asociadas a la crianza y el cuidado de los hijos son inexistentes o menos exigentes en tiempo y dedicación.

En España, según los últimos datos de la Encuesta de Población Activa del INE, del cuarto trimestre de 2017, de un total de 2.805.400 trabajadores con contratos a tiempo parcial, una mayoría aplastante del 73,9% (algo más de 2 millones) son mujeres, tanto en el caso de los contratos de duración determinada (en los que el número de mujeres duplica al de los hombres) como en el de los contratos indefinidos (en los que las mujeres son 4,5 veces más numerosas que los hombres). Pero la mayoría de las mujeres (1.143.500 sobre un total de 2.072.100 mujeres ocupadas a tiempo parcial) manifiesta que querría trabajar más tiempo, a jornada completa, pero que no encuentra esos empleos. Sólo 263.200 trabajadoras (un 13% del total de mujeres con contratos a tiempo parcial) consideran la limitación de la jornada parcial como una exigencia impuesta por el cuidado de sus hijos, adultos enfermos de su entorno o familiares mayores dependientes. Y apenas 193.600 mujeres ocupadas a jornada parcial (9,3% del total) afirman que no quieren trabajar la jornada completa. Parece claro, la mayoría de las trabajadoras no desea una ocupación a tiempo parcial, están obligadas a aceptarla porque no encuentran trabajos a jornada completa.Veamos con algo más de detalle las circunstancias que acompañan al empleo a tiempo parcial de las mujeres en comparación con el de los hombres. Por un lado, hay muchos menos hombres que mujeres con jornadas a tiempo parcial (733.300 trabajadores frente a 1.143.500 trabajadoras), pero los porcentajes de hombres y mujeres que declaran que su ocupación a tiempo parcial no es voluntaria, sino que se debe a no haber encontrado un empleo a tiempo completo, son bastante próximos: 63,3% en el caso de los hombres y 55,2% en el caso de las mujeres. Y es a las mujeres jóvenes, de hasta 29 años, a las que afecta en mayor medida la ocupación a tiempo parcial; antes, por tanto, de la edad media de la maternidad (que se sitúa en 32 años si se consideran todos los hijos) y de la edad media de maternidad en el caso del primer hijo (que se sitúa en 30,8 años).  

Lo que el pensamiento conservador presenta como inclinación natural o libre elección de las mujeres por los cuidados de hijos y familiares es en la mayoría de los casos una patraña

Hay, es cierto, un componente de género en la mayor ocupación a tiempo parcial que afecta a las trabajadoras, pero su incidencia es muy limitada. Son otros factores, ajenos a la maternidad, los que hacen que las mujeres sean mayoría involuntaria en los trabajos a jornada parcial. Por otro lado, tan sólo 13.600 hombres declaran que su ocupación en jornadas parciales deriva de la necesidad de dedicarse al cuidado de hijos y parientes enfermos o dependientes; mientras las mujeres en la misma situación son 20 veces más (268.200 trabajadoras). ¿Por qué los hombres no se sienten comprometidos con los cuidados necesarios que requieren sus familiares próximos? ¿Hay también razones biológicas o que surgen de la esencia del ser varón para explicar esa falta de compromiso efectivo?

Por otro lado, casa mal con la supuesta necesidad o inclinación natural de las mujeres hacia los cuidados y la correspondiente búsqueda de ocupaciones con mayor grado de flexibilidad horaria con el hecho de que las mujeres asalariadas hagan un total de 2.202.200 horas extras semanales (equivalentes a 55.000 empleos de 40 horas semanales) y que casi la mitad de esas horas (un 47,6% del total) no sean pagadas. ¿Hay algún tipo de explicación esencialista o maternalista de estos datos? ¿Hay alguna razón biológica que explique por qué los hombres pueden declinar hacer horas extras no pagadas (un 42,9% del total) con mayor facilidad que las mujeres?

No, no hay como regla general libre elección de las mujeres en su intento de conciliar su trabajo en el mercado laboral y su trabajo de cuidados en el ámbito familiar. La inmensa mayoría querría trabajar y tener contratos a tiempo completo y no tener que hacer horas extras no remuneradas y poder acceder a sectores, categorías profesionales y empleos mejor remunerados y… Lo mismo y de igual manera que lo quieren la mayoría de los hombres.

Lo que el pensamiento conservador presenta como inclinación natural o libre elección de las mujeres por los cuidados de hijos y familiares es, la mayoría de las veces y en la mayoría de los casos, una patraña. Un mito destinado a ocultar las normas y estructuras sociales que obligan o presionan a las mujeres a realizar esas tareas consideradas naturalmente como femeninas. Y que sirven para ocultar una ideología y un orden social machistas de los que derivan el poder discrecional de los empleadores y que orientan a las mujeres hacia empleos mal pagados y tareas no pagadas relacionados con los servicios a las personas y los cuidados, que son imprescindibles y de gran utilidad social pero reciben remuneraciones inferiores y menor consideración social (especialmente por parte de los hombres). Pese a las múltiples competencias que requieren, el ejercicio de las tareas y los trabajos relacionados con los cuidados no son correspondidos con el reconocimiento social ni con la valoración monetaria que merecen.

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MAYOR PRESIÓN Y MOVILIZACIÓN SOCIAL

No hay cambio posible de comportamiento y mentalidades sin presión y movilización social. Hay que obligar a las empresas privadas, al igual que se ha conseguido hasta cierto punto en el sector público, a practicar efectivamente la igualdad salarial entre los sexos siempre que las competencias y cualificaciones sean las mismas. Hay que reducir, mediante reglas transparentes y objetivas (aunque no siempre puedan basarse en elementos explícitos y cuantificables), el poder discrecional de los empleadores en la contratación y en la fijación de las remuneraciones. Hay que sancionar con rigor las prácticas discriminatorias o no igualitarias que se dan en las empresas privadas o en las administraciones públicas en la selección de personal, la asignación de tareas, categorías profesionales y responsabilidades o la concesión de pluses y complementos salariales. Es inadmisible que la maternidad real, supuesta o posible frene la contratación de las mujeres, dificulte su promoción laboral o suponga algún tipo de renuncia al desarrollo de su carrera laboral. Y esa práctica discriminatoria tan execrable como frecuente que sufren las mujeres con hijos, embarazadas o que desean ser madres debe tener la sanción penal, administrativa y social efectivas que correspondan. Y esa presión a favor de la igualdad y contra la discriminación debe llevarse a las tareas domésticas y al reparto equitativo de los cuidados.

Las políticas públicas orientadas a reforzar la igualdad entre hombres y mujeres, impedir las prácticas discriminatorias y sancionar efectivamente y con rigor los comportamientos contrarios a la igualdad son un complemento imprescindible de la necesaria movilización social y persuasión a favor de la igualdad entre hombres y mujeres, tanto en el mercado laboral como en el de los centros de estudios y formación o en el seno de las relaciones familiares y en el conjunto de la vida social.         

No, la desigualdad y la discriminación de género no son causadas por la maternidad. Si las mujeres tuvieran más poder se aprobarían reglas y mecanismos (con su correspondiente batería de sanciones efectivas e incentivos adecuados) contrarios a las prácticas y comportamientos discriminatorios, se realizarían reformas encaminadas a garantizar la igualdad, se combatiría la ideología machista que justifica el trato desigual que sufren las mujeres y se crearían instituciones encargadas de reducir las brechas de género. Una razón más, la de que las mujeres tengan más poder y capacidades de decisión, para apoyar la huelga feminista del próximo 8 de marzo.

Que no confundan la maternidad con las prácticas sociales, las concepciones ideológicas y los prejuicios conservadores que la utilizan para perpetuar la desigualdad. La maternidad está presente en todos los ámbitos de la vida social, pero no es la causa ni puede ser utilizada como pretexto de la discriminación.   

La maternidad y la brecha salarial en el pensamiento conservador