miércoles. 24.04.2024
homenaje
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En una dimensión abstracta, al final todos nos aprovechamos del dolor de los demás para disimular nuestro miedo y para justificar nuestro embrutecimiento

Han matado y herido a decenas de personas en Barcelona. Entre los pasados 17 y 18 de agosto se apagaba la vida de catorce de ellas como consecuencia de un ataque terrorista. El atentado se ha convertido en un acontecimiento de máximo alcance informativo mundial. Pero, ¿cuál es el hecho?, ¿los heridos y los muertos?, ¿los terroristas y su modus operandi?, ¿el lugar que han elegido los fanáticos para su atentado? La cuestión no es baladí. Cuando estudiamos algunos episodios históricos abordamos causas, desarrollo y consecuencias. Y dedicamos poco espacio a las muertes que dejan esos eventos. A lo sumo se aborda en un párrafo para dar una cifra y nada más. Lo importante es siempre la dimensión política o militar del acontecimiento. ¿Por qué? La respuesta no es sencilla pero hay algunas cuestiones recurrentes: a) todo es político; b) trabajamos con argumentarios; c) somos incapaces de trascender los contextos; d) queremos opinar e interpretar todo.

Pero volvamos a Barcelona. Después del atentado rápidamente los medios de comunicación hicieron un esfuerzo sobresaliente en su cobertura. Las primeras horas fueron de gran revuelo y muy tensas. Barcelona, Cambrils, los terroristas, las víctimas y la furgoneta parecían ingredientes de un instante de gran perplejidad y sobresalto. Lentamente nos fueron acomodando cada cosa en su sitio. Tanto periodistas como políticos intentaron ordenar los hechos y colocar cada elemento en su correspondiente cajón. Reconocida la autoría de los atentados, estaba claro que un costado del relato estaba resuelto, el de los “malos”. Pero quedaba el otro, el de “los buenos”.  Ahí se mezclaban varias cuestiones: a) la cuestión catalana; b) el personalismo de los políticos; c) la reacción de la gente; d) la mediación de los periodistas. Es decir, tenemos un acontecimiento, el atentado, y un conjunto de actores, que son las víctimas, los políticos, los periodistas, el contexto y la gente. Y como quedamos más arriba, como todo es político, los políticos se erigieron como actores principales. Ahí empezaron las tribulaciones de: a) las relaciones del atentado con la desconexión catalana; b) la cooperación entre diferentes instituciones; c) la colaboración circunstancial devenida del acontecimiento.

El problema se agrava si dejamos los actores de los sucesos y nos vamos a las interpretaciones sobre los mismos y sus actores protagonistas. Ahí volvemos a donde siempre, a las catalogaciones: a) unos son de derechas porque vinculan islamismo con “lucha de civilizaciones” y por fomentar la islamofobia; b) otros ejercen de militantes de la izquierda por otorgar un peso importante al sistema capitalista y por no criminalizar a todos los islámicos; c) no faltan los supuestos antinacionalistas por responsabilizar a la Generalitat y a la ciudad de Barcelona  no cumplir determinadas recomendaciones de seguridad; d) algunos eran considerados ultranacionalistas por dividir entre catalanes y españoles; e) la criminalización a Podemos se revisitaba de nuevo con su postura sobre el pacto antiyihadista; f) se felicitaban muchos por los cambios en el protocolo de “comunicación” que ahora sería “técnico” y “coordinado”. Por otro lado, estaban las redes sociales, tan ácratas, y el debate grimoso sobre los términos “unidad”, “homogeneidad”, “guerra”, etc.

Resulta siempre muy significativo que en algunos sectores de la derecha y de la izquierda política y mediática sean capaces de autoerigirse como los inventores de la objetividad. Y sean tan adánicos para pensar que son capaces de reconocer quién tiene la culpa y cuál es la solución (el papel resiste todo). A veces da la sensación de que este contexto violento es un vivero fértil para que aniden profesionales que tienen como fin buscar las causas de todo, aunque sea a partir de juicios previos. Y una de ellas es la religión, ya sea porque supone una “afrenta” a los valores occidentales o porque hay que respetarla como parte de las tradiciones ajenas. Ambas son ideas profundamente creyentes y deudoras de un posicionamiento precedente adecuado para buscar su propia “salvación”. Esta la esperan profesando que un atentado va a hacer invertir o reforzar todo lo que ellos quieren. Las lecturas intransigentes y radicales de un puñado de criminales no indican que estemos ante ninguna guerra. Tampoco necesitamos que nadie se erija en portavoz de los acontecimientos ni de sus actores ni que nos digan que la gente va por delante de los políticos, porque desde hace tiempo la “gente” está donde puede. Unas veces contra las élites y otras con ellas, unas a su derecha y muchas a su izquierda. Eso no importa. Hace unos meses el grupo Los Planetas publicaba una de las mejores canciones que han compuesto desde sus inicios, se titula “Islamabab”. En ella las guitarras de Florent se retuercen de dolor y reproducen los llantos que sentimos en este momento y que se plasman en la letra: “Ninguna persona/puede saberlo todo//El hombre llama Dios/a todo lo que no conoce”.

Con esto volvemos a lo único importante que quedara de esto, que son las víctimas y los muertos. Serán los grandes olvidados. Sólo son utilizados como materia de uso para los argumentarios políticos, periodísticos o históricos. Pero sus familias y su entorno se acordarán de sus pequeñas historias para siempre. Los llorarán más allá de estos días y padecerán en silencio sus dramas. Mientras, para el resto, la vida sigue y todo quedará reducido a “el atentado de Barcelona”. Ahora sí, cada vez que volvamos a él o lo escribamos, nos creeremos los inventores de la objetividad y frivolizaremos con el crimen deshumanizándolo y llevándolo a los libros de historia sin el dolor y la sangre. Como dice J. de los Planetas en la canción citada más arriba “Los atentados son una falsa bandera”. Para todos. Incluso, en una dimensión abstracta, al final todos nos aprovechamos del dolor de los demás para disimular nuestro miedo y para justificar nuestro embrutecimiento. En el cual, por supuesto, está incluido este puto artículo.


Israel Sanmartín | Profesor del Departamento de Historia | Universidade de Santiago de Compostela

Los muertos