viernes. 19.04.2024

Si no tuviera su lógica, llamaría poderosamente la atención que numerosos intelectuales progresistas españoles estén mostrando desde sus columnas y espacios de opinión en periódicos, televisiones y radios una curiosa simpatía por Beppe Grillo y el Movimiento Cinco Estrellas tras sus excelentes resultados en las elecciones italianas.

Y digo que llamaría la atención porque Grillo sería el primero en señalarles a ellos y a ellas como parte de la misma casta a la que denuncia y cuya expulsión de la vida pública exige con la convicción y el fanatismo de un nuevo Savonarola.

Pero esa atracción por el populismo como oscuro objeto de deseo tiene, efectivamente, su lógica.

Quizás el discurso permisivo con Grillo que leemos y oímos estos días esté asentado en una cierta frustración por que los movimientos ciudadanos que surgieron alrededor del llamado 15-M en medio de la campaña de las elecciones municipales y autonómicas de 2011 no hayan sido capaces de organizarse a lo Grillo, presentándose a las urnas y obteniendo un buen número de escaños.

Notan quienes así opinan una suerte de ausencia que culmine su discurso descalificador hacia los partidos tradicionales, en el que han igualado al PP y al PSOE y en los que todos los políticos son culpables, miembros de la misma “clase” y se comportan de irremediablemente de forma similar.

Convertidos a sí mismos en una mala fotocopia del 98, creen que España está a la deriva y en manos –sea en el Gobierno, sea en la oposición- de unos incapaces que deberían ser sacados a empellones de sus poltronas, para proceder entonces a una regeneración a fondo de la vida política.

Por eso se apresuran a afirmar que no es ni correcto ni justo calificar a Grillo de populista, añadiendo que su 25 % se lo tienen bien merecido los que han impulsado las políticas de austeridad. Se supone que entre ellos incluyen a Bersani, aunque siempre las haya criticado, porque es un político a la vieja usanza.

Y se olvidan –porque quieren- de las lecciones de la historia y estarían encantados de que, en traducción española del personaje de Collodi, surgiera aquí un Pepito Grillo al que promover y ensalzar.

Pero sobre todo no se dan cuenta de la principal de esas lecciones: que los intereses de la ciudadanía solo se pueden defender en democracia representativa y con partidos y sindicatos –esos cuyos Congresos, como el reciente de CC.OO, ni siquiera salen en las páginas de los periódicos, pobladas todos los días de los articulistas que escriben varias veces a la semana, en una especie de secuestro de la opinión-.

Intentar hacerlo con el populismo solo tendría una consecuencia doble: la derrota de esos intereses y la de la propia democracia.

Procede renovar la política, acabar con la corrupción, conseguir que los partidos sean absolutamente democráticos, establecer un sistema proporcional de listas abiertas cuyos componentes sean elegidos en primarias, crear los mecanismos para que las promesas electorales se cumplan. Todo eso se puede y se debe hacer en la democracia representativa que hemos creado, en la que no todos son iguales.

Fuera de ella, solo mandarían los que más gritaran y más demagogia utilizasen, para al final no solucionar nada, empeorar todo y abrir paso a soluciones autoritarias.

Por eso hay oscuros objetos de deseo que es mejor no perseguir. El populismo de Grillo es uno de ellos.

El populismo de Beppe Grillo, ese oscuro objeto de deseo