jueves. 28.03.2024

Un semblante sereno, barbilla altiva y caminar inflexible, casi militar. El político mira las masas con ojos aduladores esperando a que le miren de la misma forma, como si se estuviera mirando en el espejo.

En sus discursos: palabras que devuelven la soberanía, tiempos de ruptura con un ocupante indeseado, espejismos de grandeza, un pasado incierto y brumoso, y, sobre todo, el sueño de ser una nación tan poderosa como las que encabezan la economía europea o incluso mundial.

Pero en el fondo: un balance preocupante. Una tesorería en cifras rojas, un déficit y unos recortes que han sembrado la discordia en los diferentes estratos de la sociedad, y además, una tendencia casi continua en echar la culpa al vecino.

No se equivoquen. No estamos hablando del legado de más de diez años de política del presidente venezolano Hugo Chávez –que también podría responder a algunas de las líneas trazadas en esta introducción–, sino de los meses en que Artur Mas, el presidente de la Generalitat de Cataluña, lleva instalado en el poder con un programa de austeridad controvertido.

El súbito despertar del presidente de la Generalitat ha tomado aires de Mesianismo. Algo así como si de repente un ser supremo –que queda por definir– hubiese visto en él la creatura perfecta para guiar un pueblo hacia una meta que sólo él conoce.

Nada más triste. Sobre todo para un ser iluminado que hace unos meses, cuando todavía estaba en campaña y se frotaba las manos ante la debacle socialista, insistía en que la independencia no entraba en su programa. Tampoco los recortes descomunales que iban a seguir.

Desde el principio de las manifestaciones multitudinarias, el Mesías buscó un ardid y éste fue el de siempre: el gobierno central. Algo así como Estados Unidos para Chávez en Venezuela. El único culpable en todo lo que ocurre. Él único en causar la subida del precio del transporte, en precipitar los recortes, en amenazar la región y empeñarse en negarle la vida.

Así es cómo funciona la política de un candidato mesiánico: tirando la piedra y escondiendo la mano. O mejor todavía: tirando todas las pelotas afuera, absolutamente todas, y luego volver a hurtadillas para pedir una ayuda adicional.

El victimismo –ese que busca consolidar una identidad a base de conflictos inexistentes– es también el modus operandi de muchos Mesías que así aspiran a desviar la atención y ganar tiempo. Los hay en América Latina, en Asia, en África y, ahora, también, en Cataluña.

Pero en algún momento habrá que pensar en la escalada de tensión propiciada por esta política peligrosa, en el miedo generado por el fanatismo de las banderas, la exaltación del odio en la ya convulsa Cataluña, el llamado a la desobediencia de las fuerzas policiales y muchas otras ideas que desprestigian una autonomía a nivel internacional e impiden lo que, justamente, se está buscando: atraer inversiones y generar un clima de confianza.

Antes de buscar afuera los motivos de un estancamiento (o bancarrota), es preciso reconocer los errores y aceptar el hecho que despilfarrar el dinero en oficinas lingüísticas por medio mundo y sustentar unos medios de comunicación autonómicos voraces no es la forma de equilibrar las cifras de un gobierno.

Con todo esto, el presidente de la Generalitat deja claro que el Mesianismo no es una actuación propia de izquierdas, ni tampoco el efecto del trópico, sino el resultado de un afán de poder y una tendencia a jugar con el electorado.

El mesianismo se instala en Cataluña