sábado. 20.04.2024

Hace unas semanas reclamaba una reacción de las izquierdas ante las elecciones del 20N. Una reacción que se me antojaba urgente si se quería superar la losa de una ley electoral que en la inmensa mayoría de las provincias (circunscripción de referencia) se convierte de hecho en una ley para distribuir escaños entre dos partidos: PP y PSOE. Aunque solo fuese por necesidad, por imperiosa necesidad, creía en la viabilidad del agrupamiento.

Pero a medida que han ido pasando los días, la izquierda se ha ido empeñando en construir una amplia y diáfana avenida para que la derecha española pueda alcanzar el único poder que le falta: el Gobierno de España. A paso firme ha ido ocupando el poder local y territorial y ya toca con las manos el control del Estado que derivará de su, ya casi inevitable, triunfo electoral el 20N. Mientras tanto, la izquierda camina a la perdición.

No es mi intención hacer tabla rasa de las responsabilidades de cada cual. El PSOE, que ha convertido la segunda legislatura de Zapatero en un curso acelerado de empatía con el liberalismo, ha activado un plan tras otro de reformas económicas y laborales sin parangón en la reciente historia democrática. No hace falta advertir que el recital de medidas conservadoras impulsadas por el Gobierno de Zapatero ha dejado sin crédito al PSOE y, de paso, muy mal paradas a las otras izquierdas.

Pero nos equivocaríamos si creyéramos que la nefasta gestión del Gobierno lo explica todo. Las otras izquierdas, entre ellas IU, han hecho gala de una temeraria irresponsabilidad, aprobando candidaturas en circunscripciones con posibilidades reales de lograr escaño, que parecían sugeridas por sus adversarios. Las candidaturas de IU por Madrid o Sevilla -obviando el número 1 por Madrid que habitualmente corresponde al coordinador general-, constituyen una invitación al “sálvese quien pueda” en la peor versión de IU que se recuerda. Junto a ello, el ejercicio de frivolidad de ICV redescubriendo mundos imaginarios fuera de Catalunya y fracturando los realmente existentes, justo cuando más falta hacen códigos de unidad y convergencia -tengo esperanzas, no obstante en el nuevo candidato por Barcelona, Joan Coscubiela, y que se repita el acuerdo con EUiA-. Y el papel de otras formaciones progresistas, empeñadas en repensar su identidad medioambientalista a costa de sacrificar ámbitos unitarios de actuación, quizás desplazadas por un conflicto, el social y el económico, en el que no se sienten cómodos. El resultado, a la vuelta de la esquina. 

El futuro es hoy

La profunda crisis financiera y económica internacional, lo que CCOO denominó la “primera gran crisis de la economía globalizada”, ha pillado a las izquierdas sin discurso económico y social alternativo. Fuimos capaces de denunciar la prevalencia de la economía especulativa frente a la productiva; la ausencia de controles del sistema financiero, sobre todo el estadounidense, donde se liberó con total impunidad crédito sin garantías en torno al mercado inmobiliario. De advertir hasta el infinito las consecuencias para España de un modelo de crecimiento a golpe de ladrillo y servicios que con la misma facilidad que creó millones de empleos de escasa cualificación y bajos salarios, los destruyó, hasta alcanzar en la actualidad los 5 millones de personas en el desempleo y superar el 42% de paro juvenil.

En la reciente legislatura, especialmente el movimiento sindical, unos y otros hemos reclamado un nuevo rumbo de las políticas económicas y fiscales, pero sin éxito alguno. Zapatero, abducido por la “ética de la responsabilidad”, no ha dejado títere con cabeza. Renunció a las políticas públicas para animar la actividad económica, cedió al chantaje de las instituciones financieras y del núcleo duro de la Europa conservadora y ajustó gasto social para pontificar el déficit público. Incluso reformó con la ayuda del PP la Constitución, convirtiendo la democracia en un mero trámite parlamentario. Abarató el despido, hizo buena la precariedad, reforzó la dualidad del mercado de trabajo, retocó la negociación colectiva a la medida de la patronal, congeló las pensiones, bajó el salario de las empleadas y empleados públicos, cuasi enterró la Ley de Dependencia, privatizó empresas públicas, adelgazó el Estado, inyectó miles de millones de euros al sistema financiero, renunció a la reforma fiscal, y como no había paro se olvidó de la actividad económica y del empleo. 

Pero va siendo hora de construir discurso social y económico. De proponer y no solo denunciar. Aquí tiene la izquierda el principal reto de futuro. Y el futuro es hoy. Tengo la sensación de que la hoja de ruta de la política española ya no admitirá más parches. El tiempo electoral lo aguanta todo, incluso la irrupción del candidato del partido gubernamental agitando programas antigubernamentales. Demasiada ligereza. Una de las derechas más reaccionarias de Europa, el PP, camina hacia la Moncloa. Seguramente, el poder temple algunos arrebatos, pero necesitaremos responder a las vueltas de tuerca de las políticas liberales para desmontar el estado social. Quizás, la situación nos ayude a responder juntos, a pelear juntos, a construir juntos, a abandonar el camino a la perdición.

Camino a la perdición