Los superhéroes también lloran
Reseña de Todos mis amigos son superhéroes de Andrew Kaufman. Recomendado por Sergio Sancor.
Hay novelas que empiezas a leer sin tener muy claro si te van a gustar. Te han hablado bien de ella, has leído alguna que otra recomendación, y a pesar de las buenas críticas, de esa especie de imagen de culto que te han mostrado, sigues sintiendo cierta reticencia. Y cuando la empiezas, ya no puedes parar. Todos mis amigos son superhéroes es de esas obras que parecen poco, pero que lo son todo. Porque mucho más allá del argumento, de ese Tom que hace todo lo posible por hacerse visible a los ojos de su mujer, de intentar destruir el efecto hipnótico que otro hombre ha hecho caer en la persona de su vida, esconde momentos lo suficientemente divertidos y con una tendencia a la reflexión, que convierten a Andrew Kaufman en un regalo para aquellos que, devoradores de libros, nos convertimos en ocasiones en pequeños superhéroes que tienen que hacer frente, simplemente, al día a día.
La editorial Turner acompaña, además, esta historia con una ampliación de todo el imaginario superheroico de Andrew Kaufman para que, en el décimo aniversario de Todos mis amigos son superhéroes, podamos descubrir todo lo que se esconde tras sus personajes, sus relaciones, y cómo un superpoder puede convertirse en la más increíble de las barreras, a pesar de poder tener el mundo a tus pies. Porque ante todo, estamos ante una historia de amor, una historia tan clásica como conocida, pero que dibujada con los lápices, con las letras adecuadas, es capaz de convertirse en algo completamente distinto y lleno de matices, destilando en ocasiones ironía, sacándonos una pequeña sonrisa, descubriéndonos que ahí, en ese hueco que parecía que habíamos olvidado, es realmente donde se encuentra el significado de lo que puede ser nuestra vida, por mucho superhéroe que nos rodee, o por mucha perfección que creamos haber conseguido. Y es que, en esencia, la lectura debiera convertirse en ese momento de disfrute para la evasión, para el olvido, para contrarrestar los efectos de una realidad que nos hace agonizar, para recuperar el sentido de lo que estábamos viviendo.