sábado. 20.04.2024
cuca

Te veo sonreír en una fotografía de cuando vivíamos en Villaverde y yo era un Ibáñez Salas en ciernes, muy rubio, al que le asustaban los animales pero aún no sabía que algunas personas podían entrar a robar a las casas o morirse. La Jose te llamaban entonces. Tu cuñada, por ejemplo. Jose, sin más, creo que decía: como tus suegros, mis abuelos. Y más gente. Si acaso había quien te decía Josefina. Eras Cuca solo en Suances, aunque papá te llamaba así más a menudo: Cuca. Nadie te llamaba Adelaida.

Podría trasladar esto que escribo ahora a esa novela que lleva tu nombre, Cuca, y que ya no sé cómo acabar. Mejor dicho… No sé si acabarla. ¿A quién le importa? Será por novelas.

Sonríes en esa foto con esa sonrisa tuya que ya no te veo nunca, ahora que sigues habitando dentro del cuerpo que dio en ser muchos años después de aquella sonrisa tuya para aquella fotografía. Pero sin tener ya de ti en ese espíritu tuyo que aún habilitas más que el aliento inmenso de tu fortaleza cántabra de los Salas y de los Díaz que te trajeron desde su estirpe de gente común a estos tiempos de guerra civil, dictadura, democracia insultada y música de jabalíes.

Casi nunca nos preguntas por papá, pero siempre por tu hermana Gelines. Muerta también. Pero en aquella fotografía en la que sonríes que contemplo ahora mismo todo era vida, porque con ella, con esa sonrisa tuya de mujer sin dudas ni resquicios, le decías al futuro: ahí estaré. Allí estaremos. Pero el futuro, como siempre, sigue sin atreverse a dejarnos por mentirosos sobre esas imágenes de un pasado irreconocible, al que sólo desde nuestras memorias destartaladas somos capaces de acercarnos para escuchar las mejores mentiras posibles. El futuro es, en esa foto tuya en la que te veo ahora mismo sonreírme, como una brisa de eterno acero amable nada más y nada menos que cualquiera de estos días de hoy, ayer, mañana, en que me siento cerca de ti para escucharte preguntarme que si sigo sabiendo cuánto me quieres.

Ahora mismo, lo que suena en mi ordenador es un concierto para piano de Mozart. Siempre me pasa: no sé qué decir. La música consigue reducir a cenizas mis pensamientos literarios, en ocasiones. Tiene esa feliz torpeza. Pero tu foto sonriendo, mamá, sigue ahí, como una eternidad de plata misericordiosa.

Segundo Año de la Gran Pandemia (la sonrisa de Cuca)