viernes. 26.04.2024
 

Son millones los niños que en la mágica noche del cinco de enero se acuestan con la certeza de que tres Reyes Magos de Oriente entrarán en sus casas cargados con regalos, que se ajustan a las peticiones de las cartas de los niños de todo el mundo, tanto dirigidas a Papá Noel como a Melchor, Gaspar y Baltasar. Reconozco que aunque han transcurrido seis largas décadas, no hay noche de cada cinco de enero que no recuerde la voz de mi madre cantándome una cancioncilla que llevo grabada en uno de los rinconcitos más entrañable de mis recuerdos: “Noche de Reyes, de los Reyes Magos, venid compañeros, vamos a esperarlos”.

Ser o no ser.
Saber o no saber.
Crecer o no crecer.

Esas son las cuestiones que me planteo cada vez que reflexiono sobre aquel momento en que la magia se desvaneció cuando mis padres me contaron la verdad acerca de los Reyes, y mi ilusión se convirtió en decepción, aunque también en una curiosa admiración hacia ellos, a quienes ascendí a la categoría de magos, perdonándoles la ilusoria mentira con que me hicieron soñar las Nochebuenas y las noches del cinco de enero de los primeros años de mi vida.

Una vez me hice mayor, siendo ya profesional de la medicina, fueron muchos los padres que me preguntaron cuál era la edad idónea para decirle a los hijos la verdad sobre ese secreto tan valioso que es la identidad de los Reyes Magos o de Papá Noel, y como sacarla a la luz sin traumatizar a los niños, habida cuenta la intensidad de la fantasía que hasta ese momento les había aportado. 

¿Cómo hacer para que los mismos padres que tantas veces han aleccionado a sus pequeños para que no mientan, les confiesen que les han estado engañando durante años?

La habitual, y también lo más saludable, sería mantener la fantasía todo el tiempo que fuera posible hasta que el niño sea capaz de decidir qué quiere creer ante ese choque con la realidad que algún compañero le ha transmitido en el patio del colegio al decirle que los Reyes son los padres, un momento en que el pequeño se da de bruces con una muralla de desconcierto, contradicción y también de decepción.

Descubrir la realidad que ensombrece la magia de Papá Noel y de los Reyes Magos no implica necesariamente que la historia que el niño ha creído se desmorone.

Recuerdo cuando a una edad no muy temprana, mis padres me dijeron la verdad acerca de los Reyes Magos. Fue tal mi decepción que no les quedó más remedio que idear una estrategia para rectificar la información y concederme una prórroga para que de nuevo creyera en la magia y en la fantasía de esa noche. Pero muy probablemente, nada fuera igual a partir de entonces por mucho que mi subconsciente se dejara engañar de nuevo. Sí que recuerdo que con el tiempo, me ayudó a convertirme en cómplice de mis padres para avivar la ilusión de mi hermana pequeña -cuatro años menos que yo- que aún creía en los Reyes Magos. Es muy probable que este fuera el primer momento en que dejé de ser (sólo un poco) niño para convertirme (aún más poco) en alguien algo mayor.

Descubrir la realidad que ensombrece la magia de Papá Noel y de los Reyes Magos no implica necesariamente que la historia que el niño ha creído se desmorone. Es más, la mente de los pequeños tiende intuitivamente a creer en la magia y a hacer el ensamblaje de las piezas del puzle de la realidad  que más felices les haga sentir. Tal vez el límite de hasta donde se puede -o se debe- avivar la fantasía del niño, lo encontremos en el punto a partir del cual pone él sus propios límites a la realidad y a la ficción. Puede incluso ser saludable mantener la fantasía mientras ésta se sostenga segura en la estructura creativa del pequeño.

Será conveniente hacer frente a la verdad sin renunciar a una pequeña concesión a la fantasía que siga alimentando la ilusión del pequeño.

Ante una pregunta concreta del niño acerca de si Papá Noel, o los Reyes Magos, existen, no se debe trivializar la duda del pequeño ya que equivaldría a menospreciar su capacidad perceptiva y deductiva. Cuando la pregunta surja, los padres, con una exquisita habilidad, deberán ponerse de acuerdo en su respuesta para no aportar ninguna información contradictoria, se abordará el tema con naturalidad, y hasta será conveniente hacer frente a la verdad sin renunciar a una pequeña concesión a la fantasía que siga alimentando la ilusión del pequeño. Porque la fantasía es inofensiva, y puede ser beneficiosa siempre que los mayores ayuden al pequeño a identificar con naturalidad los lindes que separan la realidad de la ficción, sin cerrar la puerta a la probabilidad de que algo especial y mágico pueda suceder en cualquier momento.

Conforme se vaya asentando la realidad en la mente del niño, hay que ayudarle para que no crea que le engañaron, y es aconsejable hacerle ver que también los mayores tienen ilusiones y creen en la fantasía que envuelve a la noche mágica de Papá Noel o la de los Reyes Magos.

Yo sigo creyendo en esa magia, y así se lo transmito a mis nietos.

¿Cuándo decirle a los niños que los Reyes son los padres?