sábado. 27.04.2024
Bild 24 die Konferenz beginnt
Fotograma de la película 'La Conferencia'.

Se ha estrenado el film alemán La conferencia (2022), donde se reproduce lo que se conoce como Wannseekonferenz. Hace setenta años, el 20 de enero de 1942, Reinhard Heydrich, el lugarteniente de Himmler y jefe de la seguridad del tercer Reich, convocó a unos cuantos jerarcas del nazismo para tratar la cuestión de cómo terminar definitivamente con la cuestión judía. Ese día se consensuaron los operativos del holocausto que supuso el asesinato industrializado de seis millones de judíos -pace los negacionistas de turno.

Kenneth Branagh nos había familiarizado con el tema desde la gran pantalla con su magnífica interpretación de Heydrich en The Conspiracy (2001), que versa sobre el mismo tema y está igualmente rodada en el escenario donde transcurrió cuanto se narra, una idílica villa a las orillas de un lago berlinés. Cuesta no echar de menos a este primer elenco de actores. Pero no son las cualidades cinematográficas lo que caracterizan a esta nueva película sobre la Conferencia del Wannsee. Aquí se transcriben con toda fidelidad las actas del encuentro y ahí es donde reside su mayor interés.

Una estrecha colaboradora de Adolf Eichmann, la única mujer presente en la reunión, tomó notas taquigráficas de lo dicho aquel día y de ahí salieron las treinta copias secretas que se hicieron del acta original. Junto a figuras clave del partido y militares de alta graduación con grandes responsabilidades en la sojuzgada Europa del Este, también participaron eminentes juristas y cargos ministeriales de alto copete. Al margen de sus diferentes edades y caracteres ninguno se atrevió a discutir la tesis principal.

Conforme a lo proclamado por Hitler en Mi lucha y lo aireado por la propaganda de Goebbels, había que suprimir al pueblo judío, origen de todos los males sociales y un peligro para la raza aria. El comunismo y las consecuencias del abusivo Tratado de Versalles, el paro, la usura, cualquier queja que se tuviera, se le imputaba a los judíos. Primero se les hizo la vida imposible, impidiéndoles acceder a puestos públicos y obligándoles a vender sus negocios a precio de saldo. Luego se requisaron sus viviendas y finalmente se les arrebató sus vidas, aprovechando incluso el oro de sus dentaduras.

La_conferencia

Algunos asistentes a la Conferencias del Wannsee todavía se mostraban partidarios de un provocar un éxodo masivo del pueblo judío a Madagascar o las estepas siberianas. Pero resultaba mucho más sencillo en términos operacionales trasladarles masivamente a centros de exterminio, aprovechando el retorno de trenes que habían transportado armas o avituallamientos al frente del este. La eficacia fue una de las claves de la Endlösung.

Para coronar llevar a cabo este tétrico operativo contaron con un probo funcionario, Adolf Eichmann, apresado en Argentina gracias a que Fritz Bauer, un magistrado alemán de origen judío, le dio paso ese paradero al Mosad tras comprobar el escaso interés de la República Federal de Alemania por capturar a ese criminal nazi. El atentado de la resistencia checa contra Heydrich dejó muy pronto en manos de Eichmann engrasar la maquinaria de la solución final y este lo hizo con una frialdad de cálculo digna de un algoritmo.

Al cubrir informativamente el juicio celebrado contra Eichmann en Jerusalén, la filósofa Hannah Arendt acuñó la expresión de banalización del mal, para expresar su desazón de que el genocidio había sido perpetrado, no sólo por monstruosos psicópatas, sino por funcionarios convertidos en cooperadores necesarios de una masacre monumental. Eichmann llegó a invocar el imperativo categórico kantiano para respaldar que se había limitado a cumplir con las ordenes recibidas. Lo que hace ver con claridad las limitaciones de la obediencia debida denunciadas por Javier Muguerza con su imperativo de la disidencia.

En la película que inspira estas líneas hay intervenciones con tinte humanitario, pero enseguida hacen mutis por el foro. Uno de los juristas que redactaron las Leyes de Núremberg se queja de no atenerse a la legalidad vigente, al pretender tratar igual a un judío puro con quienes sólo son judíos a medias o en menor porcentaje, así como que no se tenga en cuenta el estar casado con una persona de raza aria (sic), pero no tiene nada en contra de que se extermine al pueblo judío en su conjunto, manteniendo las debidas excepciones estipuladas por su alambicada casuística jurídica.

El más veterano de los presentes había combatido en la Primera Guerra Mundial y en un momento dado aduce razones humanitarias. Se diría que se había convocado por error a un audaz disidente. Pero enseguida comprobamos que sólo le interesa evitar sufrimiento a los verdugos y no alberga compasión alguna para con las victimas. Le preocupa que los soldados hayan debido tirotear de carca a tantos judíos en un solo día, por el trauma psicológico que pudieran tener al reintegrarse a la vida civil y tener que educar a su prole.

A todos les parece maravillosa la solución de las cámaras de gas, porque su impacto psicológico en quienes deben llevar a cabo el exterminio es mínimo. Sobre todo porque cuentan con encargar ciertas faenas a prisioneros bien dispuestos a ello y a los que se ejecutará en último lugar. En los campos de concentración los máximos responsables vivían señorialmente e incluso mantenían un pequeño zoológico para solaz de sus hijos.

Antes de redactar El mito del Estado Ernst Csssirer, prestigioso pensador alemán que había debatido con Heidegger en Davos escenificando el debate ideológico que Thomas Mann había imaginado en La montaña mágica, da algunas conferencias en su lucha contra el nazismo desde la historia de las ideas. Una de ellas se titula El judaísmo y los mitos políticos modernos y es accesible en abierto gracias a la revista Isegoría. Resulta interesante leer sus análisis tras visionar La conferencia. Veamos una muestra:

En su nueva mitología política los líderes de Alemania eligen lo judío como chivo expiatorio sobre el que cargar todos los pecados y males imaginables. Tras la expulsión y asesinato de cientos de miles de judíos, todavía no quedaron satisfechos con su trabajo. Seguían obsesionados con la idea de considerar lo judío como el espíritu del mal, la encarnación del diablo. El pensamiento mítico siempre concibe el mundo como una lucha entre poderes divinos y demoniacos, entre la luz y las tinieblas. Siempre hay un polo negativo y un polo positivo en la imaginación mítica. También en nuestros mitos políticos modernos el proceso de deificación debía verse cumplimentado con el correspondiente proceso de demonización. En el pandemonio alemán este papel se le asignó a lo judío. De haber algo de verdad en la religión judía, todo el mito del siglo veinte se revelaba un sinsentido impotente. A pesar del despliegue de todo su poderío militar, pese a su incomparable organización técnica y bélica, el coloso alemán era, después de todo, un coloso con los pies de barro. En cuanto fuera posible dudar o destruir su fundación mítica, su colapso era inevitable.

Los prolegómenos del holocausto en el cine: La Conferencia del Wannsee