sábado. 20.04.2024
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(Capítulos 19, 20 y 21)

19.- PRIMERAS REFORMAS, PRIMER MOTIN

Cuentan que Ernesto Guevara, también conocido como Ché, le dijo en cierta ocasión a un tal Oltuski, “¡Qué comemierda eres! ¿Así que tú crees que podemos hacer una revolución a espaldas de los americanos? Las revoluciones verdaderas hay que hacerlas desde el primer momento y que todo el mundo sepa cómo son, porque hay que ganarnos al pueblo. Un revolución verdadera no se puede disfrazar.”

Salvadas las distancias históricas y el hecho de que, como ya sabéis, los americanos tenían por aquel entonces bastante menos poder que ahora, los reformistas ilustrados no parece que estuvieran dispuestos a compartir, al menos en los primeros momentos, esta opinión. Es cierto que las mejoras que pretendían introducir, producirían beneficios para el conjunto de la nación. Pero eso de contar con el pueblo, ni se les pasaba por la cabeza.

En 1766 se producen los disturbios del Motín de Esquilache. No hay que olvidar que los Borbones son una dinastía extranjera, importada de Francia, que pretende imponer un modelo absolutista de monarquía apoyándose en consejeros y favoritos, primero franceses y ahora italianos, lo cual no podía sino reforzar las reticencias del denominado partido castizo, de la nobleza española, que se ve desplazada de la influencia directa sobre el rey.

Por su parte, el clero no anda demasiado contento con los intentos del ministro Esquilache de denunciar el concierto tributario que tienen con la Corona, con la intención de recibir directamente determinadas obligaciones impositivas que gravan los bienes de la iglesia.

Hay que tener en cuenta, además, la situación de un pueblo condenado a la mera subsistencia, que ve cómo se encarecen progresivamente los artículos de primera necesidad como el pan, el aceite o el tocino.

Esquilache comete el error de liberalizar el precio del trigo y eliminar las tasas que pesaban sobre las importaciones extranjeras de este producto. Sobre el papel era una idea sugestiva. Si el trigo siciliano podía llegar a los mercados sin restricciones aduaneras, el precio del pan terminaría bajando. En definitiva, se impondrían los beneficios de la libertad de comercio. 

Como los neoliberales actuales, tan de moda en nuestro país desde los años ochenta, comete el error de no tomar en cuenta que, para liberalizar precios, tasas y mercado, tienes que invertir cuantiosos recursos en la mejora de las infraestructuras de transportes y redes de comercialización. De lo contrario, el producto no puede llegar al mercado en las condiciones deseadas. Basta una mala cosecha, como la de ese año, para que la escasez y la carestía impongan su ley y la hambruna aparezca.

Sólo faltaba que Esquilache, en quién todos reconocían una desmedida pasión por el lujo y la riqueza, tal vez sólo superada por la de su esposa, se dedicase a impulsar medidas impopulares como el obligar a pagar a los dueños de las casas de Madrid el gasto de aceite de los faroles que instala en la ciudad, autorizándoles a repercutir el coste sobre los menesterosos inquilinos.

Como suele ocurrir con frecuencia, una medida menor, como la reglamentación de la vestimenta, que obliga a recortar las capas de los embozados madrileños, con la pretensión de controlar la delincuencia, termina por desbordar el vaso del descontento. El Domingo de Ramos, los chisperos y manolas comienzan a afluir desde Lavapiés y el resto de barrios populares hasta la Plaza Mayor, en cuyas inmediaciones se iba a iniciar la procesión de las palmas. 

Comentarios, pasquines, agitación, corrillos y un incidente nimio con unos soldados, provocan el inicio de unos disturbios que se saldan ese día con el asalto y saqueo de la Casa de las Siete Chimeneas, vivienda de Esquilache. Otro grupo de manifestantes se dirige directamente al Palacio Real para solicitar que el rey atienda sus peticiones. Se puede decir que en Madrid no queda un farol sano.

Al día siguiente, Lunes Santo, el pueblo se concentra nuevamente, desde hora temprana, ante el Palacio Real. Frente a ellos se sitúa la Guardia Valona, compuesta por soldados extranjeros procedentes del antiguo Flandes español. Son franceses y alemanes, odiados por el pueblo que ya había tenido ocasión de padecer sus cargas y el temible efecto de sus sables. La refriega era inevitable y se saldó con muertes por ambas partes, mientras la Guardia Española se abstenía de intervenir. Durante ese día algunos miembros de la Guardia Valona fueron linchados y posteriormente quemados en diferentes puntos de la ciudad.

El Rey acepta las peticiones del pueblo, pero se traslada a Aranjuez, lo cual provoca nuevas peticiones, hasta que el rey confirma sus concesiones y accede a regresar. El regreso, no obstante, se retrasa debido a que, como si de un reguero de pólvora se tratase, el motín se reproduce en cerca de cuarenta localidades y la agitación se extiende de diversas formas, como protestas y aparición de pasquines en 126 lugares, lo cual viene a confirmar que el malestar excedía del ámbito de la capital y de las meras medidas sobre la vestimenta.

Esquilache es desterrado. Los jesuitas, acusados de ser los instigadores del Motín (alguien tenía que pagar los platos rotos), terminan por ser expulsados de España. Aranda es nombrado Presidente del Consejo de Castilla y Capitán General de los Ejércitos. 

j520.- LAS FUENTES DEL PRADO

Tras esta larga digresión, llegamos al momento en el que el nuevo gobernante decide impulsar la remodelación del Prado de los Jerónimos, encargando el proyecto a dos españoles: José de Hermosilla y Ventura Rodríguez. El primero es ingeniero y se encargará de las obras de preparación del terreno, allanando, canalizando las aguas y urbanizando el Paseo. El segundo, arquitecto, asumirá la dirección del proyecto arquitectónico que incorpora el diseño de las fuentes.

José de Hermosilla concibe un paseo en forma de circo romano, inspirado en la Plaza Navona de Roma. Un paseo peatonal central, flanqueado por dos vías por las que circulaban los carruajes. En los extremos del paseo, Ventura Rodríguez planea la construcción de dos fuentes dedicadas a Neptuno, el dios de las Aguas y a Cibeles, la diosa de la Tierra, las cuales estarían situada una frente a la otra. En el centro, la fuente de Apolo representaba a los otros dos elementos, el Aire y el Fuego. Nos encontramos, pues, ante una concepción barroca del paseo.

Teniendo en cuenta que el entorno inmediato estaba formado por huertas, Ventura Rodríguez piensa cerrar el Paseo, mediante un pórtico que se situaría frente a la fuente de Apolo y que serviría también para que los paseantes se refugiaran de la lluvia. Contaría, además, con establecimientos de bebidas y comercios. De su monumentalidad nos da idea la pretensión del arquitecto de que pudiera acoger a dos o tres mil personas. Al final este pórtico, debido a que incrementaría notablemente el presupuesto de construcción, no llegó a realizarse.

j6En cuanto a las fuentes, la de Neptuno, diseñada por Ventura Rodríguez, fue esculpida por Juan Pascual de Mena en mármol de Montesclaros. Representa al dios del mar, de pie,  coronado y con tridente, sobre un carro tirado por caballos marinos.

La fuente central, la de Apolo, es más pequeña, la más desconocida de las tres y, sin embargo, la de mayor valor artístico, realizada con piedra de las canteras de Redueña. Es obra de Manuel Álvarez, conocido bajo el sobrenombre de “el Griego”, buen conocedor de la escultura de la Antigüedad clásica, y de Alonso Giraldo de Bergaz. 

La escultura de Apolo se inspira en el Apolo de Bellvedere y pretende representar la protección del monarca sobre las Artes, las Ciencias y el Comercio. Una plataforma circular sirve de soporte a un eje central sobre el que se sitúa la figura de Apolo. De este eje central surgen las plataformas sobre las que se sitúan las representaciones de las Cuatro Estaciones. Cuatro fuentes en forma de concha completan el conjunto.

La fuente de Cibeles fue la primera en ser levantada. También bajo proyecto de Ventura Rodríguez, fue en este caso Francisco Gutiérrez quien esculpió la diosa y el carro, mientras que los leones son obra del escultor francés Roberto  Michel.

Durante el siglo XIX el Salón del Prado sufrió profundas modificaciones, entre las que destacan el cambio de orientación de las estatuas de Neptuno y de Cibeles, que en lugar de mirarse mutuamente, pasan a mirar hacia el centro de la ciudad y son elevadas para facilitar su visión. A mediados del siglo XX el Paseo sufre una remodelación de su configuración que afecta a los espacios ajardinados y a las calzadas.

21.- PALACIO DE VILLAHERMOSA

El Palacio del Buen Retiro, el Salón del Prado y el complejo científico instalado en sus proximidades, revalorizan los solares inmediatos, que comienzan a ser apetecidos por la nobleza, que pretende aproximarse al poder real. 

Uno de los más famosos palacios, hoy desaparecido, era del Duque de Medinacelli. En la esquina Norte de la Plaza de Cánovas del Castillo -más conocida por Neptuno-, con fachadas a Carrera de San Jerónimo y Paseo del Prado, se encuentra el viejo palacio barroco construido por Francisco Sánchez, comprado por Villahermosa en 1771. Tras algunas reformas, la viuda encarga a Silvestre Pérez la remodelación definitiva, siendo finalmente Antonio López Aguado, entre 1805 y 1807 quien, inspirándose en Villanueva, proyecta un palacio que guarde armonía con el Museo del Prado, manteniendo la entrada principal por el jardín. Su interior se organiza en torno a tres patios interiores.

La banca López Quesada compra el palacio en 1970 y, tras intentar su derribo, frente al que se alzó la voz de la Academia de San Fernando, el arquitecto Moreno Barberá procedió a una remodelación completa del interior, respetando tan sólo la fachada, uno de los mejores ejemplos del neoclasicismo en Madrid, que combina el ladrillo con la piedra berroqueña.

El Estado adquirió finalmente el Palacio, que sirve como sede del Museo que alberga la colección Thyssen-Bornemisza, aún cuando el fin inicial de la compra fuera ampliar el siempre insuficiente espacio del Museo del Prado. Rafael Moneo, también en este caso, fue el encargado de las obras de adaptación del palacio a su nuevo destino.


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