jueves. 25.04.2024

Sobre la pobreza, desde las ciencias blandas o las ciencias humanas en general, se ha dicho y escrito mucho, mas ese no es el caso desde el terreno filosófico cuya misión se ha mantenido desde sus comienzos bastante fiel a las cuestiones siempre repletas de abstracción. 

Es a la luz de los datos valiosos otorgados por los economistas —fetichistas en su mayoría—, antropólogos, politólogos y sociólogos que podemos tener un horizonte de comprensión más adecuado de la naturaleza de este fenómeno que, a las alturas de este siglo y con todos  los adelantos alcanzados gracias al ingenio humano, constituye un escándalo de proporciones increíbles, sobre todo para los países desarrollados donde abunda y el mandamiento principal, al parecer, consiste básicamente en una cosa: derrochar, lo más que se pueda, materia y energía sin importar lo que se advierta o se presagie  en el horizonte.  

  1. La pobreza como problema filosófico 
  2. La justicia distributiva 
  3. La naturaleza de la pobreza
  4. Conclusión 

Habiendo pues dicho esto, estudiemos que dice la filosofía sobre este problema tan peliagudo. 

La pobreza como problema filosófico 

Tratar el problema de la pobreza filosóficamente no ha sido una tarea muy común que digamos entre los filósofos profesionales. Los filósofos en general han soslayado este problema, quizá sea un asunto de dimensiones realmente agotadoras para enfrentarlo desde dicho terreno consagrado a temas mucho más elitistas y escolares y, por ello, quizá menos relevantes para las mayorías.  

La idea, el concepto, de pobreza no ha ostentado un espacio privilegiado dentro del mundo de la filosofía, ni se han escrito —a pesar de lo ineludible y grave que es— extensas o voluminosas páginas sobre este asunto. El filósofo Álvaro Carvajal Villaplana dice que: 

Un indicador de la poca relevancia como concepto filosófico se observa al consultar los diccionarios de filosofía como el de Ferrater Mora o el de Abagnano. El término tampoco aparece en varias enciclopedias de filosofía, por ejemplo, en la Enciclopedia Oxford de Filosofía (Comp., Ted Honderich, 1995/2001), como si tienen entrada términos como población o programa de computador (Villaplana, 2010). 

El problema de la pobreza no reside en la distribución y redistribución de la riqueza sino en proporcionar una igualdad inicial de desarrollo de capacidades que permita los funcionamientos concretos para que las personas tengan mejores oportunidades y así evitaría la pobreza (Villaplana, 2010)

La razón como ya vimos posiblemente se deba quizá a que “la pobreza sea muy difícil de abordar, ya que exige el conocimiento de diversos datos, fórmulas, estadísticas e índices que el filósofo, por lo general, ignora y no considera que se encuentren directamente dentro de su campo de estudio” (Dieterlen, 2010). 

Esa es una respuesta tentativa, pero quizá se deba a que la mayoría que ejerce tal trabajo quizá no le resulte lo suficientemente relevante, para saciar su ego intelectual, las investigaciones sobre dicha problemática. 

El hecho de que muchos filósofos no hablen de ello no significa que no pueda ser abordada filosóficamente. Las ramas que deben encargarse de tratar este problema son dos: La ética y la filosofía política. En general domina la primera, ya que: 

“La primera mirada se fija en la determinación de la estructura lógica de la pobreza, en las explicaciones del flujo causal que la originan, en las condiciones que posibilitan y generan esta condición, en las consecuencias para el desarrollo y en la calidad del conocimiento de la pobreza” (Villaplana, 2010 ).

Pero ello no sugiere que el lado epistemológico quede totalmente marginado, lo que sucede es que no ha sido desarrollado largamente.

En el siglo XX, el concepto de pobreza, término que no tenía mayor importancia en el mundo filosófico, comienza a despuntar y a considerarse como relevante filosóficamente después de los estudios realizados en filosofía política por John Rawls en Teoría de la justicia (1971). Aquel filósofo, de impecable rigor intelectual, “concibe la justicia como equidad” (Villaplana, 2010).  Por ese motivo:

…los principios más razonables de la justicia son aquellos que serían objeto de acuerdo mutuo entre personas, y los que han de estar sujetos al cumplimiento de condiciones equitativas. Las desigualdades económicas no son deseables en sí mismas, tan sólo son bien vistas cuando la desigualdad de riqueza e ingreso benefician a los menos favorecidos (Villaplana, 2010).

El término de igualdad equitativa de oportunidad y el principio de diferencia como sabemos es una burda apología al sistema económico vigente que domina al campo económico. Pero al menos fue uno de los primeros que planteó el problema de la pobreza en términos que realmente soportan el análisis de la academia.

En su trabajo Rawls “pone el acento en las distribuciones justas y la necesidad de hacer compatibles ciertos principios que parecían no serlo: libertad e igualdad”.

Hay otros pensadores importantes que abordaron seriamente el problema de la pobreza como Amartya Sen (1973 y 1992) y Martha Nussbaum (2000). El primero opta por no hablar de igualdad de oportunidad sino más bien de igualdad de capacidades. Según Amartya Sen:

El problema de la pobreza no reside en la distribución y redistribución de la riqueza sino en proporcionar una igualdad inicial de desarrollo de capacidades que permita los funcionamientos concretos para que las personas tengan mejores oportunidades y así evitaría la pobreza (Villaplana, 2010 ).

La pobreza es, a su juicio, una suerte de privación de capacidades; la falta de libertad, que hace imposible el pleno despliegue de las capacidades reales del individuo, conduce, de algún modo, a tal indeseable condición. El desarrollo lo concibe como una especie de libertad y la pobreza, por su carácter esclavizador, limita la libertad. 

Para Martha Nussbaum (2000), de una manera muy ingeniosa llega a la conclusión que “la desigualdad de género está correlacionada con la pobreza” (Villaplana, 2010); en ese sentido “cuando la pobreza se combina con las desigualdades de género, se produce una aguda carencia de capacidades humanas lo que conlleva a más pobreza” (Villaplana, 2010).

Es cierto como hemos visto que la literatura no es muy abundante sobre este problema, pero ello no obsta el que se puede llevar a cabo una reflexión plenamente filosófica sobre este asunto ya aludido.

Según la Dra.  Paulette Dieterlen en su ensayo “La pobreza una mirada desde la filosofía” se puede abordar desde ambas perspectivas, pero más especialmente desde el terreno de la Filosofía Política; esto se podría admitir plenamente si no se considera a la ética como el esqueleto de todos los campos prácticos.  

A su juicio, la pobreza, vista desde un punto de vista ético, constituye una ofensa directa a la dignidad y la autonomía humanas.

Es una ofensa a la autonomía ya que, debido al estado objetivo en que la vida de numerosos pobres se ve mecánicamente enfrascada, tienen que someterse, sin poder gozar la posibilidad real de objetar, a las leyes inclementes, humanamente calificadas, de la naturaleza para poder sobrevivir. 

La autonomía brinda las posibilidades reales no solo negativas a una persona de poder elegir, de poder tener más de una sola opción como vivir y de buscar los medios como materializarlo.

Estos términos —autonomía y dignidad— son capitales en su ensayo, son los mojones que sostienen todo el cuerpo de aquel. 

Desde el punto de vista de la filosofía política o de la perspectiva epistemológica como lo llaman otros, la pobreza excluye a los sujetos del ejercicio pleno de su ciudadanía, resalta su carácter meramente cosmológico en detrimento de su dimensión ontológica.

La justicia distributiva 

En el terreno de la filosofía política lo más común es que la pobreza sea el objeto de estudio de las teorías de la justicia distributiva. Estas, según la doctora Dieterlen, realizan el estudio de tres temas: (a) los sujetos de distribución (b) los objetos distribución y (c) los mecanismos mediante los cuales se realiza tal distribución.

(a)Los sujetos de distribución

Según Dieterlen estos son aquellos que califican para recibir un bien, servicio o carga. En ese sentido es preciso identificar bien a estos individuos. Estos son sujetos de escasos recursos. Sin embargo para el estado y para otras instituciones los pobres son potencialmente útiles, por lo que el combate directo a toda forma de pobreza no obedecería a una cuestión de orden moral sino más bien que estará encaminada a aumentar o maximizar su utilidad. 

Tal postura, que es la más popular entre los políticos ordinarios, es poco feliz desde el criterio ético kantiano, es decir, el de no tomar a una persona como un simple medio sino siempre como un fin. La persona, con base a todos los acuerdos internacionales realizados, es un fin en sí misma y no puede ser cosificada y transformada en un simple medio.     

La responsabilidad para suministrar aquello que se distribuye recae sobre alguien. Según, Dieterlen existen tres respuestas: los que sostienen que es el estado el único responsable ya que, considerando su carácter macro institucional, es el que debe objetivar los derechos económicos y sociales. 

Por ese motivo, el estado tiene, si quiere cumplir fielmente su deber, que impedir a toda costa la pobreza en sus dominios. El estado, con el auxilio de sus instituciones, debe desplegar políticas públicas exitosas con el telos único de combatir material y formalmente a la pobreza. 

Tarea es de los ciudadanos vigilar que tales políticas se cumplan tal como fueron proyectadas al inicio. Esto es precisamente lo que sucede con un gran número de países, existe, entre sus ciudadanos, una cultura de irresponsabilidad, corrupción y mediocridad.

La segunda respuesta es diametralmente opuesta a la primera. Esta visión sostiene que el estado no tiene ninguna obligación de llevar a cabo acciones reales en contra de la pobreza.

La función del estado, según esta postura conservadora, debe limitarse a lo siguiente: a garantizar la seguridad de los ciudadanos. Para alcanzar tal objetivo, debe fortalecer instituciones como la policía, el ejército y las delegadas de impartir la justicia como los juzgados, tribunales, cárceles. Además, está obligado a asegurar que los tratados celebrados se cumplan adecuadamente. 

Esta postura como vemos lucha por la plena objetivación de la libertad negativa, la libertad que gusta ofrecer la clase opresora a su a priori fundamental: la clase proletaria. 

Esta perspectiva sostiene que la lucha para combatir a la pobreza de manera frontal y sin piedad es una tarea impropia del estado ya que ello implica una carga fiscal injusta para aquellos buenos burgueses que obtuvieron legal y legítimamente sus bienes objetivos. 

En vez de que el estado intervenga metiendo su cuchara en el plato de la burguesía para proporcionar algo a los pobres, deberían ser los pudientes que deberían llevar a cabo la distribución por medios de actos de caridad y filantropía. 

Los ricos también pueden abrir instituciones enfocadas a ayudar a paliar un poco la pobreza, imposible de superar, pues los pudientes en general naturalizan lo histórico.

Claro, acciones tibias y nimias como éstas no representaría una ruptura y un cambio sustancial en un orden vigente fetichista. 

La tercera perspectiva, dice Dieterlen, es una mezcla de las dos anteriores. Esta suscribe con la idea de que el estado debe, por su condición de cabeza, desplegar políticas públicas efectivas de combate frontal al desafío siempre operante que representa la pobreza extrema. 

Pero, por ser una postura moderada como los posmodernos que tanto huyen de los absolutos y los dogmas, no ven nada malo o negativo en las acciones realizadas por las organizaciones no gubernamentales o empresas privadas para paliar este problema. 

En todo caso, a pesar de que reconozca la posibilidad de que el estado intervenga activamente en la fustigación de la pobreza no considera que en último término sea aquel el responsable único de solucionar dicho problema.  Esta postura es en las democracias liberales la más popular. 

(b)Los objetos de la distribución

El segundo tema que abordan las teorías de la justicia distributiva según Dieterlen es el de los objetos a distribuir. Normalmente, nos dice Dieterlen, estos recursos son bienes como el dinero, la educación, el cuidado de la salud, y la vivienda. 

También pueden ser servicios como el agua y la electricidad. Sin embargo, si el estado decide cooperar activamente para que todos estos bienes y servicios sean disfrutados por todos los ciudadanos, esto se volvería demasiado dispendioso. 

Es necesario casi siempre, en la perspectiva de los sistemas económicos y políticos vigentes, el sacrificio de un número desaforado de hombres y mujeres y de la naturaleza misma para que ellos no pierdan su equilibrio. 

Pero si se analiza detenidamente el problema fundamental estriba en que los recursos son distribuidos de una manera poco ordenada y eficiente y, sobre todo, desaparecen debido a las prácticas viles de corrupción. 

La sociedad, producto de su pasividad política y falta de consciencia social, no cuenta con mecanismos efectivos para fiscalizar la distribución justa de los recursos económicos. 

Es evidente que en los países de pobreza escandalosa el artículo 25 de La Declaración Universal de los Derechos Humanos no ha tenido derecho de ciudadanía, es más ni como emigrante. En él se plantea lo siguiente: 

Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.

Este derecho debería ser, según Dieterlen, un imperativo de la sociedad. Pues es un desafío total a los diferentes funcionarios en las diversas instancias de poder. 

(c) Criterios de distribución

El otro tema que ha ocupado varias páginas en las teorías de la justicia distributiva es el criterio a seguir a la hora de distribuir los bienes y servicios.  

La filósofa Dieterlen nos propone que estos criterios básicos a seguir deben ser objetivos, públicos, transparentes y eficientes. Deben ser objetivos ya que los requisitos que debe llenar el candidato a ser beneficiado deben ser determinados no con base a criterios personales, sino más bien con base a la situación real del individuo. 

Algunos elementos pueden ser las condiciones de la vivienda, la cantidad de hijos, el nivel de educación de los padres entre otros elementos. 

Además, estos criterios deben ser públicos pues la información sobre la forma y criterios de asignación de los diferentes recursos debe ser abierta y para nada encriptada; el que participa en el proceso debe tener información si así lo desea de ella (Dieterlen, 2010).

La información debe ser de carácter público para así evitar sospechas. Es preciso que se aplique la imparcialidad. 

Las creencias religiosas o las ideologías políticas no deben de aumentar la posibilidad de salir beneficiado ni la de ser excluido. Se debe, es verdad, dar prioridad a aquellas familias que estén en condiciones de extrema pobreza. 

La eficacia es cardinal pues sin los mecanismos oportunos no es posible tener éxito. La eficiencia es capital, pero no es, en todo caso, suficiente, es preciso que exista justicia para que la distribución sea adecuada. 

La naturaleza de la pobreza

Problema económico 

La pobreza es principalmente un problema de carácter económico. Por lo tanto es preciso que el estado despliegue políticas que respondan realmente a las demandas de los más pobres, pues de no hacerlo quedarán en el abandono y deshumanizados ya que alguien que tiene que sufrir toda suerte de penurias para poder asegurar su pan en la mesa no está llevando una vida auténticamente humana y no es autónomo. 

Un problema ético y político 

Además, la pobreza nos plantea dos problemas fundamentales: uno político y ético el otro. Es, según Dieterlen, un problema ético en tanto que existe un desaforado número de mujeres y hombres que carecen de autonomía y respeto por sí mismos. 

La autonomía, como lo señala Dieterlen, posibilita u otorga posibilidades a los individuos de tener opciones y de buscar los medios para objetivarlas. La falta de autonomía somete a una persona a indignidades indecibles y la somete a las fuerzas de la naturaleza, la deshumaniza y la reduce a una mera realidad cosmológica. Lo hace menos persona.  

Pobreza y dignidad

La pobreza también merma la dignidad humana pues somete a los sujetos a indignidades inefables; a mayor pobreza menor dignidad. Nadie tiene un buen concepto de sí mismo si vive, como lo hace un gran número de personas en los países dependientes, en condiciones de miseria. 

El ser humano es un fin; mantenerlo en la pobreza para que otros estén en la cima, es tomarlo como un mero medio. La pobreza, como se ha naturalizado, se ha concebido e implementado con fines electorales. Un ejemplo lamentable como se puede ver a una persona como medio y no como fin. 

El fin es, para el político y su partido, el resultado electoral, no solucionar el problema de raíz, eso no le sería ventajoso si quiere seguir merendando de las delicias del Estado.

La pobreza y su solución es responsabilidad de todos los que componen un estado. Exigir rendición de cuentas a los funcionarios es una forma de empezar a solucionarlo.

La pobreza asimismo constituye un problema político. ¿Por qué? Porque margina a las vastas mayorías y las excluye de las actividades que caracteriza a los ciudadanos. Excluye a los pobres de alcanzar ciertas cosas. 

Excluir significa básicamente negarle la posibilidad a una persona de que alcance un bien, un lugar, un beneficio o un servicio que normalmente debería poder realizar. 

Si alguien está excluido tiene pocas posibilidades de elegir pues será difícil ocupar un lugar, lograr un bien o un servicio estando excluido del resto, incluido y afirmado. En esta condición, por más que se desee, no se puede ejercer la autonomía. 

Conclusión 

Hay que tomar muy en serio este problema, no por llamar a la atención con activismos baratos,  pues, como lo muestran las cifras objetivas, un número bien gordo de personas depende totalmente de la voluntad de otros sea del Estado, organizaciones filantrópicas o de caridad, y en muchos casos están a merced únicamente de las leyes de la naturaleza. 

La pobreza causa irreparables daños físicos como morales, es una vergüenza. Cuando a una persona se le trata como un mero medio, pierde el sentido de que es un sujeto, que es una consciencia libre y que tiene el derecho de ser considerado un fin en sí mismo. 

La filosofía política y las teorías sobre la pobreza deben resaltar ese carácter humano, que es un fin en sí mismo. Somos fines y no meros medios. Si alguien acepta resignadamente vivir en ella, sin revelarse o integrarse a los movimientos anti-sistémicos, se niega a sí mismo el carácter de finalidad que todo humano tiene; admite el ser un mero medio.

Víctor Salmerón | Salvadoreño, actualmente residiendo en los Estados Unidos. Licenciado en Filosofía -Bachelor's Degree in Philosophy por la St. John's University-

Bibliografía

Dieterlen, P. (2010, diciembre). La pobreza: una mirada desde la filosofía. Retrieved from RevistaCiencia: https://www.revistaciencia.amc.edu.mx/images/revista/61_4/PDF/03_La_pobreza_una_mirada.pdf

 Villaplana, Á. C. (2010 , Enero). El análisis filosófico de las nociones de pobreza y desigualdad económica. Retrieved from Rev. Filosofía Univ. Costa Rica : file:///C:/Users/vsale257/Downloads/7321-Texto%20del%20art%C3%ADculo-10022-1-10-20130206%20(1).pdf

La pobreza como problema filosófico