viernes. 29.03.2024
LECT
Mircea Cartarescu. Fotografía © Nacho Goberna

lecturassumergidas.com | @lecturass | Emma Rodríguez | A Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956), que acaba de recibir el Premio Euskadi de Plata, concedido por el Gremio de Libreros de Guipúzcoa por su última obra, "Las bellas extranjeras", publicada por Impedimenta, me lo presentó “El Ruletista”. Dicho de otro modo, acompañada por él -un personaje único, un cuento magistral en su sencillez, que fue prohibido durante la dictadura de Ceaucescu por la violencia y desesperanza que emana de sus páginas-, atravesé por primera vez la puerta de su mundo. Una puerta pequeña, pero poderosa, de esas que con el tiempo se van abriendo a múltiples pasillos que no tenemos ni idea de adónde nos podrán conducir. Conocí al escritor en junio de 2011, a raíz de la publicación del relato en Impedimenta, su editorial, y me dijo entonces que “El Ruletista” era en el conjunto de su obra “una gotita de rocío que podía reflejar ya todo un paisaje”.

Un paisaje que he seguido recorriendo sobrecogida, subyugada ante su grandeza, ante las atmósferas desconocidas, extrañas, enigmáticas, oníricas, de “Nostalgia”, un libro en el que esa narración -prefacio- sobre el hombre cuyo destino era desafiar al azar, se acompaña de otras cuatro historias que, pese a su carácter independiente, están unidas por misteriosas corrientes subterráneas, por contornos huidizos, trazados con la materia volátil, frágil, pero a la vez potentísima de los sueños. Traspasados ya sus senderos sigo viéndome a mí misma en el centro del camino, aún uniendo las piezas del lego, esos eslabones de una misma pulsión, de una misma manera de mirar al mundo.

Tuve la oportunidad de charlar más largamente con Mircea Cărtărescu en su última visita a Madrid, a finales de febrero – 2013-. Él, de quien se dice repetidamente que puede convertirse en el primer Nobel de las letras rumanas, es un hombre tímido, sencillo. Un hombre cuyo aspecto fuerte, robusto, primitivo, contrasta con una mirada dulce, triste, melancólica, la mirada de quien parece encontrar pocos asuntos de interés en el razonable, repetitivo, cansino mundo que se va construyendo cada día.

Suele pasarme que cuando hago una entrevista a un autor sin haber acabado de leer su libro, las verdades que salen a la luz durante la conversación, los sentidos que se revelan y que de algún modo muestran algo de los secretos, de los trucos del oficio, se convierten en un obstáculo para seguir adelante. Pero no sucedió así en este caso. Me había ido adentrando en las geografías de “Nostalgia” a ritmo lento, como sucede esas veces en las que una novela nos gusta tanto que nos da pena que termine, y temí por ello las consecuencias del encuentro. Sin embargo, al volver a casa me sumergí en el tramo final, con más pasión si cabe. Era como si la eterna gruta, esa que existe desde el principio de los tiempos, desde que el ser humano fue consciente de su capacidad para inventar historias maravillosas, volviera a abrirse una vez más para que yo -privilegiada lectora- siguiera adentrándome por ella, para que siguiera palpando las texturas de unos enigmas que permanecían allí, intactos.

- El narrador de “El Ruletista” -un escritor- dice que su única apuesta ha sido la literatura. ¿En qué medida hace suyas esas palabras?

- Yo espero que sea la literatura la que haya apostado por mí, porque nunca he pensado en hacer otra cosa que no fuera escribir. No es una muestra de orgullo, de arrogancia, simplemente ha sido así. A la edad a la que todos mis compañeros querían ser astronautas yo ya quería ser escritor y mis juegos fueron los libros desde un principio. Soy el primer intelectual de mi familia, mis parientes fueron obreros, pero mi padre rendía culto a los libros y tenía una biblioteca en casa; algo que despertaba la burla de algunos de sus conocidos, pero que a mí me vino muy bien. Aún me acuerdo de todos los volúmenes que había en esa biblioteca. Para mí eran como para las chicas las muñecas. Conocía cada uno de ellos y cada uno me parecía distinto al otro, cada uno me ofrecía experiencias diferentes. A partir de ahí, como muchas otras personas que acaban dedicándose a la escritura, también yo comencé a fabricar novelas a los ocho o nueve años; hablo de novelas entre comillas, claro. Empecé a sentir un amor muy grande por la poesía y en la época del instituto y de la universidad sólo escribí versos. Cuando miro a aquellos años los veo como mis épocas doradas. Incluso ahora mismo sigo sufriendo porque ya no me puedo llamar a mí mismo poeta. Hace 20 años que no escribo un poema.

- Yo diría que la poesía no se ha ido de su obra. Su eco está al fondo de la prosa, la dota de profundidad, de misterio

- Sí, ciertamente la poesía no cabe en los márgenes de una página. Es una forma de mirar al mundo y en ese sentido se puede encontrar en todos los géneros. Es el corazón del corazón de la literatura. Podemos considerar “El Ruletista” un poema, un poema basado en la teoría del infinito, de la progresión geométrica; un poema sobre la ley de las probabilidades, sobre la escurridiza línea que separa la vida de la muerte.

- Por lo que me dice y por lo que he podido saber, este libro está cargado de ingredientes biográficos. En uno de los relatos, en “Los gemelos”, el protagonista también es un lector compulsivo, que llega incluso a rozar la locura

- La relación que se establece entre mí mismo y los personajes principales de cada uno de mis libros es más o menos como la relación del personaje de Marcel Proust y el autor mismo. No todo es autobiográfico, hay por supuesto ficción, pero incluso ésta se le asemeja a uno. Yo solo he escrito sobre mí mismo, claro, y soy el único tema a tratar. Un día escribí que era el único “cartarescólogo” del mundo y eso me satisface plenamente [esto último lo dice con absoluta seriedad, impasible, mientras que ni yo, ni Ruxandra Oancea, la traductora -magnífica- del rumano, que nos acompaña, podemos evitar dejar de reír].

- Hay una sensación que recorre todo lo que escribe y que el lector cómplice capta de inmediato, la sensación de que lo que ofrece la literatura, la fantasía, los sueños, puede proporcionar mucha más intensidad a la vida que el mero devenir de los días, de la cotidianidad del presente. ¿Fue esa constatación lo que le llevó a escribir?

- Los libros para mí han sido la realidad, tal vez porque mi realidad era gris, común. Pertenezco a una generación que no tiene biografía. Hasta más allá de los 30 años me crié en medio del comunismo gris, anodino, y después pasamos al capitalismo salvaje. Nada de lo que ha habido en el exterior ha conseguido interesarme demasiado, con nada he conseguido identificarme. Y al igual que durante el día no podemos ver las estrellas por la luz del sol, yo no podía ver con exactitud la realidad de mi alrededor a causa de la luz de lo que sentía por dentro…

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Mircea Cartarescu: “Lo que busco es desenmascarar la realidad”