viernes. 29.03.2024
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Fotos: María Ramos

La última vejez como ese territorio donde el cuerpo te despoja de las últimas dignidades y en el que el tiempo ya no curará nada, porque la vida ya es un precipicio. Mantenerse firme en la lucha cuando has tenido que renunciar para siempre a poder limpiarte el culo. La vida cae en picado. Los años se comen el cuerpo y los recuerdos desgarran el alma. 

Una mesa camilla, una cama y un sillón en la ventana a los que la artrosis distancia cada días más hasta convertirlos en tres puntos cardinales perdidos en la lejanía. Sobre el escenario, la vida de un anciano sin esperanza física, agotado, dependiente y azotado por los fantasmas acumulados. 

Benito es su nombre. Porque todos los seres humanos tienen un nombre, aunque se pierda en la memoria, aunque lo cambien, aunque se trate de ocultar, aunque se superpongan otros. Un texto contundente de David Roldán-Oru y una interpretación magistral de Alfonso Rodríguez ponen cara al dolor de verdad, a ese que ni la morfina puede camuflar. Dolores que traspasan las fronteras de las terapias y de las psicologías. Dolores capaces de matar al ser humano que los alberga y seguir vivos.

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No son ‘Las Peladas’ un trabajo nuevo, pero sí recién descubierto. Un trabajo que se redescubre cada día y que desmiente el mito del eterno retorno. Aquí no hay retorno posible, no hay vuelta atrás. Lo robado no vuelve nunca. Las humillaciones no se curan nunca. Los pelos rapados, las violaciones, los culos rojos, el aceite de ricino, las prisiones, el hambre no son cosas de dos bandos, son heridas personales, profundas, supurantes a lo largo de toda la vida. Cuando la locura se desata, la muerte siempre es algo personal. 

Hay quien perdona sin olvidar, pudriéndose de dolor por dentro. Hay quien necesita plantar cara y enfrentarse al enemigo, pudriéndose también. El dolor todo lo pudre, todo lo infecta, todo lo carcome. El tiempo también. No hay fosas comunes. Hay fosas que supuran. Cunetas llenas de agujeros. Almas llenas de cunetas. La vejez es capaz de degradar el cuerpo, pero no es capaz de disolver el dolor. 

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La decrépita vida humana que se arrastra de la cama al sillón, del sillón a la mesa camilla. Un yogurt de limón o un cigarrillo a escondidas como últimas victorias mientras todavía se vive buscando una última victoria. Una lucha contra el tiempo. ‘Se ha muerto el muy cabrón’ y no pudo decírselo a la cara. 

David Roldán-Oru nos plantea un texto con dos luchas ya perdidas antes de comenzar. La lucha contra el tiempo y la lucha contra la historia. Dos derrotas a las que pone cara maravillosa e inquietantemente Laura Garmo, capaz de interpretar simultáneamente a una madre y a una hija que se desconocen pero que conviven en un mismo cuerpo. Completa el reparto Sofía Cano, que hace de todos los testigos no mudos. 

Necesaria para entender que no hablamos de memoria histórica, sino de nuestras memorias familiares, recordar quiénes somos y tener los pies sobre la tierra donde yacen quienes sufrieron antes que nosotros. En esta historia, todos somos perdedores, todas somos las peladas.

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No es memoria histórica, es nuestra memoria