¿Por qué leer a Dostoievski en el siglo XXI y por dónde empezar?
Aquí todo está patas arriba desde hace mil años y la reflexión se ha vuelto casi imposible en nuestra época
Dostoievski, Diario de un escritor
Iniciamos esta andadura con el objetivo de poner un pequeño faro a través de los clásicos en el mar de incertidumbre en el que nos encontramos con forma de sistema económico. Dicha lectura o reflexión es planteada como una tentativa de alumbramiento hacia caminos ya transitados o por transitar, independientemente de si la neblina adopta forma de virus o desigualdad. Un lugar donde poder parar y observar sin ser constantemente observados en forma de like, permitiéndonos una visión del mundo más humana y honesta.
La perspectiva de la compasión o la humillación que desprenden los protagonistas es extrapolable a nuestros días en diferentes contextos.
En el segundo centenario del nacimiento de Dostoievski, el tiempo, lejos de restar interés por su obra, la hace cada vez más imprescindible para comprender nuestro mundo, así como al autor y sus personajes. La perspectiva de la compasión o la humillación que desprenden los protagonistas es extrapolable a nuestros días en diferentes contextos. Como gran conocedor del alma humana por la forma en que comparte con el lector los grandes anhelos y desesperanzas de todo lo que atañe a lo humano, se antoja un autor absolutamente imprescindible.
Dostoievski era un hombre pegado al Evangelio (incluso, lo guardaba bajo su almohada durante su condena). Sencillamente, hojeaba y abría al azar leyendo algunas líneas, considerándolas potenciales respuestas a sus preguntas. De forma paradójica, un nacionalismo radical hacía que mirase con total desprecio cualquier forma de avance científico (a pesar de mostrarse siempre receptivo hacia la valoración de opiniones opuestas a las suyas).
Hasta aquí podría parecerse a cualquier introito de cualquier autor en cualquier época. Un hombre atormentado que alcanza la genialidad a través de obras como Crimen y Castigo o Los Hermanos Karamazov. Reconoce sin embargo en sus Diarios los primeros pasos en el mundo de la literatura (Pobres Gentes, 1846) como una época triste y fatídica. Afectado desde la niñez por ataques epilépticos que aumentaron a raíz de la muerte de su padre, Dostoievski se convierte en un hombre solitario de costumbres insólitas como podía ser dormir de día y escribir de noche. Para contextualizar la obra, no conviene que pasemos por alto algunas muertes que rodearon su vida: su hermano y esposa en 1864 y su hijo Aleskéi en 1878. Además, vivió constantemente amenazado por deudas, créditos y plazos (visible en El jugador)
Dos siglos después, el virus no ha hecho sino mostrarnos una parte del sufrimiento que acompaña al ser humano desde su nacimiento.
Desde la visión psicoanalítica propuesta por Freud (Dostoievski y El Parricidio, 1928) la epilepsia aparece como una sintomatología a disposición de la neurosis por el asesinato del padre. Una deriva de la melancolía infantil hasta el acceso definitivo al miedo a la muerte (llegó a dejar notas a su hermano a la hora de dormir por el miedo a caer en un letargo similar a la muerte). Aparece de esta forma una identificación con el muerto con el valor de un castigo en forma de síntoma. En cualquier caso, el momento de reconocimiento y desahogo económico, como en otros tantos casos, no llega sino a lo largo del último periodo de su vida.
El filósofo alemán Martin Heidegger definía el dolor como la muerte en pequeño. Tanto la vida como la muerte actúan a modo de soporte y estructura a lo largo de la obra de Dostoievski. Dos siglos después, el virus no ha hecho sino mostrarnos una parte del sufrimiento que acompaña al ser humano desde su nacimiento. Probablemente, nuestro mayor dolor provenga de intentar evitarlo a toda costa. En este punto es donde los clásicos pueden servir de guía ante el acontecimiento humano por excelencia: la vida.