Imposible vivir (sin música)
¿Qué es lo que hace que todo acabe? Una pregunta ésta excesivamente exigente, dura, para empezar a hablar de un libro muy recomendable dedicado a una despedida
¿Qué es lo que hace que todo acabe? Una pregunta ésta excesivamente exigente, dura, para empezar a hablar de un libro muy recomendable dedicado a una despedida, al adiós de unos artistas que se rodean de artistas para rendir, en palabras del propio autor de la obra, Miguel López, “un hondo homenaje a la herencia musical recibida por su generación”. Una pregunta que no podemos evitar hacernos al acabar de leer Imposible vivir así. Una pregunta que como todas las grandes preguntas queremos que no tenga nunca respuesta.
En El último vals, el director cinematográfico estadounidense Martin Scorsese, que tantas alegrías nos iba a ir dando a tantos en las décadas posteriores, nos presenta memorablemente un suicidio, pero no el funeral o el suicidio de unos dioses, sino el final deslumbrante de esas estrellas que somos algunas veces los seres humanos cuando al fulgor del talento descomunal añadimos las gotas de sudor de un oficio llevado hasta sus últimas consecuencias.
No puedo evitar reproducir lo que el autor y periodista especializado en la música de nuestro tiempo dice de su propia obra (publicada anteriormente, bien que despojada de parte de sus textos añadidos ahora, en versión digital):
“Esa armonía en el instante de desintegración es un fenómeno extraño que plasma en imágenes Martin Scorsese, una estrella ascendente que se cruza con ese torbellino sonoro dispuesto a fundirse en negro. El quinteto va a celebrar su propio funeral con grandes amigos, todos ellos nombres para la historia, y el resultado es probablemente la película más musical de cuantas existen.”
Amén.
Imposible vivir así, editado por Sílex ediciones y de muy reciente aparición, no añade al título en ningún momento su razón de ser evidente, el proceso de gestación y filmación de The Last Waltz (El último vals, 1976), y no lo hace porque la brillante idea de jugar en la cubierta con una imagen reconocible y con el propio logo de aquella película enmarca con precisión el objeto inequívoco de la obra.
Comienza el libro con una asombrosamente situacionista introducción que nos deja ya ‘situados’ en la rampa de lanzamiento del vehículo que es el asunto de la obra. Un prolegómeno a mi modo de ver en exceso oscurantista pero resultón del que da buena muestra su leitmotiv, este, con el que López acaba su proemio:
La actualidad, nuestro hoy, “es el tiempo de las armas de distracción masiva. Pero antes del derrumbe de los sueños llega este último vals, la danza postrera de unos músicos conscientes de vivir en el umbral, esperando ante la puerta y con un pie en la oscuridad. Comienza el baile”.
Como dijo el autor en la presentación de Imposible vivir, recientemente en Madrid —que por cierto estuvo acompañado de uno de los grandes pioneros en este arte de escribir emocionadamente sobre la música popular, Jesús Ordovás—, reproduciendo el brillante arranque de su entrar en materia que es el capítulo titulado fabulosamente ‘El comienzo del comienzo del fin del comienzo’:
“Hay algo de muerte y mucha vida” en esta película que “lucha por atrapar la estela de lo efímero”.
Todo tiene su fin, cantaban seis años antes de El último vals una banda española, Los Módulos, y aunque no sé muy bien por qué traigo aquí esa canción, creo que viene a cuento porque ilustra ese tipo de relaciones que nuestras neuronas establecen entre sí estimuladas por la música, ese arte del que Scorsese ha declarado que ama más que al cine, pues como también nos cuenta López el director ha llegado a decir de ella que “sale directamente del alma”. Y el alma, ya sabemos, es algo muy serio.
Los invitados de lujo al concierto y por tanto protagonistas de postín de la película de Scorsese fueron Ronnie Hawkins, en torno al cual había surgido lo que acabó siendo The Band (tras no tener nombre y llamarse con aquél y poco después The Hawks y durante algún tiempo ni siquiera de ninguna manera, sic), cuyos componentes se habían unido siendo su banda de acompañamiento; Dr. John, que canta la muy apropiada Such a Night (‘Vaya noche’); Bobby Charles, uno de los acordes rotos del excelente libro homónimo del periodista musical Fernando Navarro (quien por cierto tiene a The Last Waltz como su
La explicación del título del volumen de Miguel López… Mejor no la cuento. Está al final de la película. O del libro.
Con una recomendación acabo: hazte con el DVD, póntelo y disfruta de ambos regalos, del libro de Miguel y de los 117 minutos del film de Martin y los chicos de la banda por antonomasia. A la vez. Sentirás que estás en el Winterland Arena de San Francisco y es el Día de Acción de Gracias de 1976, aquel 25 de noviembre. O el día del estreno del film, en Nueva York, el 26 de abril de 1978, el mismo mes en el que salía a la venta el elepé, un triple disco (en vinilo, amigo, eran otros tiempos) que es hoy todavía considerado una de las mejores grabaciones de un concierto de rock de siempre.
“And you put the load right on me”. Justo encima de mí… Ponlo exactamente encima de mí.