jueves. 28.03.2024
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¿Qué es lo que hace que todo acabe? Una pregunta ésta excesivamente exigente, dura, para empezar a hablar de un libro muy recomendable dedicado a una despedida, al adiós de unos artistas que se rodean de artistas para rendir, en palabras del propio autor de la obra, Miguel López, “un hondo homenaje a la herencia musical recibida por su generación”. Una pregunta que no podemos evitar hacernos al acabar de leer Imposible vivir así. Una pregunta que como todas las grandes preguntas queremos que no tenga nunca respuesta.

En El último vals, el director cinematográfico estadounidense Martin Scorsese, que tantas alegrías nos iba a ir dando a tantos en las décadas posteriores, nos presenta memorablemente un suicidio, pero no el funeral o el suicidio de unos dioses, sino el final deslumbrante de esas estrellas que somos algunas veces los seres humanos cuando al fulgor del talento descomunal añadimos las gotas de sudor de un oficio llevado hasta sus últimas consecuencias.

unnamed5Miguel López escribe maravillosamente bien sobre la despedida de Robbie Robertson (productor a la sazón del film), Rick Danko, Levon Helm, Garth Hudson y Richard Manuel, los componentes de The Band, un grupo único, una banda única, tras 16 años de oficio musical, solos o en compañía de otros, 16 años de giras, de carretera y neumáticos. Y accidentes automovilísticos de casi cada uno de los miembros del grupo, pero eso es otra historia. ¿O es la misma?

No puedo evitar reproducir lo que el autor y periodista especializado en la música de nuestro tiempo dice de su propia obra (publicada anteriormente, bien que despojada de parte de sus textos añadidos ahora, en versión digital):

“Esa armonía en el instante de desintegración es un fenómeno extraño que plasma en imágenes Martin Scorsese, una estrella ascendente que se cruza con ese torbellino sonoro dispuesto a fundirse en negro. El quinteto va a celebrar su propio funeral con grandes amigos, todos ellos nombres para la historia, y el resultado es probablemente la película más musical de cuantas existen.”

Amén.

Imposible vivir así, editado por Sílex ediciones y de muy reciente aparición, no añade al título en ningún momento su razón de ser evidente, el proceso de gestación y filmación de The Last Waltz (El último vals, 1976), y no lo hace porque la brillante idea de jugar en la cubierta con una imagen reconocible y con el propio logo de aquella película enmarca con precisión el objeto inequívoco de la obra.

Comienza el libro con una asombrosamente situacionista introducción que nos deja ya ‘situados’ en la rampa de lanzamiento del vehículo que es el asunto de la obra. Un prolegómeno a mi modo de ver en exceso oscurantista pero resultón del que da buena muestra su leitmotiv, este, con el que López acaba su proemio:

La actualidad, nuestro hoy, “es el tiempo de las armas de distracción masiva. Pero antes del derrumbe de los sueños llega este último vals, la danza postrera de unos músicos conscientes de vivir en el umbral, esperando ante la puerta y con un pie en la oscuridad. Comienza el baile”.

Como dijo el autor en la presentación de Imposible vivir, recientemente en Madrid —que por cierto estuvo acompañado de uno de los grandes pioneros en este arte de escribir emocionadamente sobre la música popular, Jesús Ordovás—, reproduciendo el brillante arranque de su entrar en materia que es el capítulo titulado fabulosamente ‘El comienzo del comienzo del fin del comienzo’:

“Hay algo de muerte y mucha vida” en esta película que “lucha por atrapar la estela de lo efímero”.

Todo tiene su fin, cantaban seis años antes de El último vals una banda española, Los Módulos, y aunque no sé muy bien por qué traigo aquí esa canción, creo que viene a cuento porque ilustra ese tipo de relaciones que nuestras neuronas establecen entre sí estimuladas por la música, ese arte del que Scorsese ha declarado que ama más que al cine, pues como también nos cuenta López el director ha llegado a decir de ella que “sale directamente del alma”. Y el alma, ya sabemos, es algo muy serio.

Los invitados de lujo al concierto y por tanto protagonistas de postín de la película de Scorsese fueron Ronnie Hawkins, en torno al cual había surgido lo que acabó siendo The Band (tras no tener nombre y llamarse con aquél y poco después The Hawks y durante algún tiempo ni siquiera de ninguna manera, sic), cuyos componentes se habían unido siendo su banda de acompañamiento; Dr. John, que canta la muy apropiada Such a Night (‘Vaya noche’); Bobby Charles, uno de los acordes rotos del excelente libro homónimo del periodista musical Fernando Navarro (quien por cierto tiene a The Last Waltz como su 123Biblia, según ha confesado); un tercer neorleano como los dos anteriores, Allen Toussaint, que se ocupó de los arreglos de los instrumentos de metal; Neil Young, interpretando dos hermosas canciones de su repertorio; The Staple Singers (Roebuck ‘Pops’ Staples y sus hijas Cleotha, Yvonne y Mavis), que cantan con The Band la perfecta The Weight, eso sí, en una versión en estudio rodada fuera del evento de la actuación en directo que preside todo el film; Neil Diamond, de quien el autor del libro diría en su puesta de largo que “sería imposible no meterse con Neil en una presentación que se precie”, y es que la polémica sobre la intervención del intérprete del disco Beautiful Noise, recién producido aquel mismo año 76 por Robertson, estuvo servida desde que se anunciara incluso entre los miembros de The Band en su día (inexplicablemente, añado yo, que tanto me gusta el crooner tan Tin Pan Alley, pues, tal y como cuenta López en el libro, ya se dijo en una peli: “hay dos tipos de personas en el mundo, las que adoran a Neil Diamond… y las que no”); la única mujer solista sobre el escenario, Joni Mitchell; el armonicista y bluesmen blanco Paul Butterfield; Muddy Waters, un auténtico gigante, “el blues no sería lo que es sin hombres como él”, escribe Miguel López; Dios, digo Eric Clapton, que había bajado ocho años antes del cielo, donde las paredes londinenses decían que moraba, enamorado del embrujo inigualable de sus anfitriones y escenifica en el recital filmado su grandiosidad de guitarrista superior; Emmylou Harris, grabada para la película, como The Staple Singers, en estudio a posteriori; Van Morrison, de quien sabemos por Imposible vivir así que fue saber que iba a intervenir él lo que terminó por convencer a Scorsese de que tenía que dirigir esta película inolvidable; Bob Dylan, que por hache o por be siempre sale en lo que escribo para Nueva Tribuna (es un decir, pero no del todo), la máxima estrella del show, con quien tanto tocara desde 1965 el grupo que se despide y quien ha estado a punto de no salir al escenario y ha habido que convencer en el último segundo del partido; y un poco de los Rolling Stones (Ron Wood) y de The Beatles (Ringo Starr); y por supuesto ellos, los dueños del espectáculo, The Band, interpretando también algunas de sus gloriosas canciones, como, sin ir más lejos, la espléndida Ophelia.

La explicación del título del volumen de Miguel López… Mejor no la cuento. Está al final de la película. O del libro.

Con una recomendación acabo: hazte con el DVD, póntelo y disfruta de ambos regalos, del libro de Miguel y de los 117 minutos del film de Martin y los chicos de la banda por antonomasia. A la vez. Sentirás que estás en el Winterland Arena de San Francisco y es el Día de Acción de Gracias de 1976, aquel 25 de noviembre. O el día del estreno del film, en Nueva York, el 26 de abril de 1978, el mismo mes en el que salía a la venta el elepé, un triple disco (en vinilo, amigo, eran otros tiempos) que es hoy todavía considerado una de las mejores grabaciones de un concierto de rock de siempre.

“And you put the load right on me”. Justo encima de mí… Ponlo exactamente encima de mí.

Imposible vivir (sin música)