viernes. 29.03.2024
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Groenlandia, con una tasa de 83 suicidios anuales por 100.000 habitantes, ostenta la primera plaza mundial en lo que a suicidios se refiere, muy por encima de sus competidores directos, los referidos Lituania y Corea del Sur

Seguramente muchos de nosotros, ya sea en conversación informal, gracias a la televisión o por algún otro medio periodístico, hayamos oído hablar del gran problema que afecta a Japón en lo referente a la depresión y al suicidio de sus ciudadanos; menos sabido es que otra nación de su mismo continente, Corea del Sur, ostenta una tasa de suicidios bastante superior a la del país nipón.

Tampoco es muy conocido que Lituania, esa diminuta república báltica que poco a poco comienza a hacerse un hueco en el panorama turístico europeo, ocupa la segunda posición en la trágica nómina del suicidio mundial. Y de lo que prácticamente nadie habla, lo que muy poca gente sabe, es que hay un remoto lugar en el planeta que se sitúa la cabeza de esta macabra jerarquía de la muerte voluntaria, del abandono prematuro y deseado de la vida: hablamos de la isla más grande del mundo, hablamos de Groenlandia. 

Ubicada entre el Océano Atlántico y el Océano Glacial Ártico, en la zona nororiental del continente americano, Groenlandia, cubierta de hielo en el 84% de su superficie, ha sido habitada de manera discontinua desde el III milenio a.C., cuando diferentes pueblos amerindios, paleo-esquimales e inuits –esta última constituye a día de hoy la raza mayoritaria en la isla–  decidieron establecerse progresivamente en sus costas.

En el año 982, el mítico marinero y explorador noruego Erik el Rojo expulsado de Islandia por la comisión de varios asesinatos, descubrió la isla, que bautizó, irónicamente y con el objetivo de atraer a posibles colonos, como “Groenland” o “Tierra Verde”.  En 1261, Groenlandia aceptó la soberanía noruega, la cual se prolongó hasta principios del siglo XV. En 1814 pasó a depender de la corona danesa; tras la nueva Constitución de Dinamarca en 1953, abandona su estatuto de colonia y se convierte en parte integrante del país, obteniendo autonomía y gobierno propio en 1979. En 2008 dicho régimen de autonomía fue ampliado, otorgándose a Groenlandia el derecho de explotación de sus recursos petrolíferos y el reconocimiento de su derecho de autodeterminación: aunque se presupone que a lo largo del siglo XXI obtendrá la independencia, a día de hoy sigue formando parte del Reino de Dinamarca a través de lo que se conoce como Mancomunidad de la Corona.


Calle principal de Nuuk

Con poco más de 60.000 habitantes, con su inimitable lengua groenlandesa y con la mayoría de su población concentrada en torno a la costa suroeste –donde se ubica Nuuk, su pintoresca capital–, Groenlandia, a lo largo del siglo XX, pasó de ser una comunidad basada en la pesca, en la caza de la foca, en los trineos y en los iglús, a convertirse en un protectorado danés, en una sociedad forzada a la industrialización y a las viviendas en bloque al estilo soviético: sin duda muy lejos del estilo de vida agreste, salvaje y centrado en la pura supervivencia que imperaba en la isla antes de la colonización occidental. Pero la naturaleza, a pesar del bienintencionado esfuerzo danés, se termina imponiendo: como isla remota que es, resulta extremadamente complicado salir o entrar del país, apenas existen carreteras salvo en las inmediaciones de las principales ciudades y, por supuesto, los rigores de la climatología hacen estragos: meses de pura oscuridad se alternan con temporadas de luz implacable. No hay día en invierno. Ni noche en verano.

Groenlandia, con una tasa de 83 suicidios anuales por 100.000 habitantes (117 en hombres y 45 en mujeres), ostenta la primera plaza mundial en lo que a suicidios se refiere, muy por encima de sus competidores directos, los referidos Lituania y Corea del Sur. Sería fácil pensar, no sin cierta lógica y en base a los datos de otros países escandinavos o ubicados en altas latitudes, que ese exceso de oscuridad, ese período de nula luz, constituye uno de los principales factores –junto con esa industrialización acelerada, según muchos especialistas la causa primordial–, que explica el porqué de tan alto deseo de abandonar el mundo prematuramente. Pero en Groenlandia resulta ser justo lo contrario: los meses del año en los que el suicidio es mayor coinciden con los que conforman la época estival. Tras casi tres meses de oscuridad, tras numerosos casos de melancolía y depresión entre sus habitantes, la inmensa isla se ve sumida en una época de absoluta luminosidad, de días sin fin, de noches sin noche: es entonces, a partir de junio, cuando una especie de furia se apodera de muchos groenlandeses, cuando el insomnio hace acto de presencia, cuando los niveles de serotonina se alteran estrepitosamente. Así es. Pero la realidad, desde luego, no es tan simple.


Estadio Nacional de Groenlandia

Porque cualquier persona mínimamente avispada podría afirmar lo evidente: que esa luz y esa oscuridad persistentes y alternas han existido en la isla desde el principio de los tiempos. De hecho, el suicidio en Groenlandia era un fenómeno infrecuente hasta 1970, momento en el que comenzó a crecer radicalmente, tanto así que, en 1986, se convirtió en la principal causa de muerte en la isla: fue más o menos por aquel entonces cuando las autoridades percibieron que se enfrentaban a un problema de considerable magnitud. Por otra parte, el personal sanitario y los agentes sociales dedicados a investigar el asunto y a tratar de reducir este elevado índice se toparon con una realidad completamente distinta a la conocida hasta la fecha: si bien en el resto del mundo acostumbran a ser las personas de mediana o avanzada edad las que mayoritariamente deciden acometer el acto del suicidio, aquí se da justamente el fenómeno opuesto, siendo los varones de entre 15 y 25 años el colectivo más proclive a suicidarse.

Además, mientras que en otros países el suicidio no suele llegar a concretarse, quedándose en la categoría de tentativa en cuatro de cada cinco ocasiones, en Groenlandia ocurre justo lo contrario, debido a los métodos violentos y definitivos que emplean sus gentes: alrededor del 45% opta por la vía del ahorcamiento, mientras que un 37% se decanta por el uso de armas de fuego, fáciles de obtener gracias a la gran presencia que tiene la caza en la vida de los groenlandeses. Pero estos factores no son, desde luego, los únicos que convierten a Groenlandia en la capital mundial del suicidio: otras razones como el elevado índice de alcoholismo de su población, el abuso sexual, el incesto, la disfuncionalidad familiar, el aislamiento físico, el desempleo o la pobreza también suelen ser esgrimidas por los especialistas en el tema. En todo caso, ¿por qué se ceba principalmente con los jóvenes? ¿Qué es lo que marca de modo tan dramático a la juventud groenlandesa?


Vista aérea de Ilulissat, tercera ciudad de la isla

La respuesta no es trivial, pero la mayoría de los expertos en la materia coinciden en referir el insondable abismo que existe entre el austero modo de vida de sus padres y abuelos –personas de conciencia rural y conservadora dedicadas a luchar un día tras otro por la supervivencia y el alimento– y el suyo propio, mucho más cómodo, moderno y urbanizado pero a la vez altamente frustrante, siempre a caballo entre la cantidad ingente de información sobre ese otro mundo idílico y perfecto que reciben a través de la televisión o de Internet y la conciencia de haber nacido en un lugar tan limitado y remoto.

Gracias a Facebook, sin embargo, conseguí contactar –aleatoriamente y tras ser ignorados por no pocos internautas– con el joven groenlandés de 25 años Palle Lange, vecino de Ilulissat, quien con gran amabilidad se prestó a responder a mis incómodas preguntas, en una intensa conversación que acabó convirtiéndose en un turbador y nostálgico monólogo: “Dos personas de mi entorno más próximo se suicidaron. La primera vez, una amiga mía. Apenas tenía 15 o 16 años. Acabó por cansarse de que se metieran con ella: la gente se mofaba de su modo de vestir, la llamaban puta, incluso varias personas llegaron a escupirle en la cara mientras paseaba. Era una chica bastante alegre, pero no fue capaz de soportar tanta burla; Groenlandia es, sin duda, un territorio hostil con sus propios habitantes. Así que ingirió una sobredosis de medicamentos: llegó viva al hospital, pero lamentablemente no pudieron salvarla”. El segundo de los suicidas, según nos relata Palle, era su mejor amigo: “Fue hace tres o cuatro años; él tenía 19. A todos nos sorprendió: tenía sus altibajos, pero era un chico activo y aparentemente feliz, y acababa de tener una hija con mi hermana. Ese día había bebido mucho; súbitamente, y sin aparente motivo, se disparó en el pecho. Estoy seguro de que, si hubiera sobrevivido, no habría siquiera recordado lo que pasó”.


Luz @Reuters

Sea como fuere, lo más importante es que, gracias a personas conscientes como Palle, la sociedad groenlandesa empieza a despertar, a percibir que se enfrenta a un complejo problema social que debe ser combatido desde varios flancos: los colegios empiezan a contratar expertos capaces de detectar tendencias suicidas entre sus alumnos; el fomento del deporte en escuelas y clubes, por su parte, está contribuyendo a paliar esa soledad y esa sensación de no pertenencia que tan malas consecuencias ha demostrado tener entre los jóvenes. En colaboración con Dinamarca y otros países escandinavos, se celebran simposios periódicos de carácter científico para analizar el problema desde una rigurosa vertiente sanitaria. Algunas asociaciones, en colaboración con el gobierno groenlandés, están llevando a cabo diferentes terapias de grupo, a la par que proyectan documentales donde se trata de enfocar el problema de la depresión juvenil desde una óptica sencilla pero eficiente. Pero lo más llamativo, lo más visible, acaso sea ese omnipresente y directísimo mensaje que se repite en las fachadas de los colegios, en las marquesinas de los autobuses o en los tablones de las carreteras, haciendo referencia a una línea telefónica pública de prevención del suicidio: “Llamar es gratis. Nadie está solo. No te escondas detrás de tus oscuros pensamientos. Llámanos”. El tiempo dirá si este conjunto de medidas surte efecto o si, por el contrario, sus habitantes seguirán entregándose como hasta ahora a la llamada impostora y fatídica de la luz.

Groenlandia, capital del suicidio