viernes. 19.04.2024
Teresa Garbí
Teresa Garbí

Poesía | JESÚS CÁRDENAS

¿Qué se oculta en el límite entre la vida y la muerte? ¿Qué camino se traza al final? Estas y otras preguntas surgen de la incertidumbre en un espacio atemporal que es la naturaleza. El aire encendido (Renacimiento) esboza un territorio entre ensoñador y preparatorio que Teresa Garbí (Zaragoza, 1950) ahonda desde una posición valiente la pérdida corporal de sus progenitores, cerca del misticismo empleando el poema en prosa. La ausencia que deja el enfrentamiento con la vida podría aparejarse al carácter ausente de lo poético transmitido ya desde Keats; en cambio el contenido de estos poemas trazan una línea existencialista indeleble (desde un Sartre, pasando por un Heidegger hasta un Nietzsche).

El libro está compuesto por un poema pórtico, al que le siguen dos capítulos: “Tempo lento” y el más extenso, “Ausencia”. Es significativo que hasta tres de los poemas iniciales pertenecen a libros ya publicados; a pesar de todo, el conjunto no pierde un ápice de unidad. La conclusión del poema pórtico, extraído de Cinco (1988), nos da la primera clave: “Suena como si ya hubiéramos muerto todos y todo fuese un recuerdo”. De formal hábil la autora nos sitúa en la paradoja típicamente barroca que confronta la interrogante ¿estamos muertos o vivos? Paradoja que nace de las entrañas quevedescas: nacer para morir. Lo deducimos al final del tierno “Perro”: “Ese cuerpo menudo que suspira de placidez mientras se va la vida”.

La segunda y última sección, “Ausencia”, contiene siete títulos. El primero y el último desarrollan un único texto, y el penúltimo solo contiene la hermosa cita de Luis Moliner. Así pues, será la parte nuclear donde los títulos desarrollen diferentes textos. En ellos la tensión lírica va en progresión ascendente. Podemos comprobarlo en el uso de periodos oracionales más breves y contenidos, y además en el empleo de oraciones con gran poder connotativo. Así leemos en el primer texto de “Preámbulo”:

Caminar por la cuerda tensa, entre líneas sin salida.

Somos supervivientes. Una multitud de muertos poseen la tierra.
Ellos han abierto el camino.

Cubierta El aire encendido

La asunción del fracaso, del ser humano que convierte la vida ausente en fracaso podría verse cuando el sujeto plantea una opción: si aún no ha nacido podría verse con sus seres queridos; esto es, si entendemos que nacemos de la muerte podríamos convivir con nuestros antepasados. El sujeto sondea un espacio donde se comuniquen ambos mundos. Para terminar ofreciéndonos en tono pesimista nuestra fragilidad, reflejada en la posibilidad de ser inconsciente de vernos en las dos realidades o planos de la existencia: “Lo que he vivido es esta derrota, porque pertenezco a los pobres seres humanos”. En otro lugar se intuye la constancia de un diálogo: “Estáis aquí con más claridad que si estuvierais vivos”.

Frente a lo transitorio y fugaz, se halla lo intemporal, que el sujeto halla en algunos objetos cuyas vidas superan a la del ser humano, o al menos, se presupone, si no fuese porque contienen, también, una propiedad volátil, delicada. Copio íntegramente el texto al que alude el comentario:

Hago ejercicios para la muerte. Reviso los objetos, los libros que me sobrevivirán. Pero cualquier movimiento puede aventarlos. Su fragilidad los hace insustituibles.

El entrecruzamiento de vida y muerte tiene esa mirada de índole nietscheana. La incertidumbre ha sobrevenido al emplear la teoría que envuelve y cobija la ausencia. Si somos parte viva y parte muerta, esta última puede reunirse con lo ausente:

Uno. Así escalamos la piel del dios que somos y morimos y matamos por él, en él.

El sujeto busca un lugar de retiro, las cumbres, el bosque. En esos lugares de la naturaleza se contempla la unión con sus progenitores. La casa es un espacio gris, tejido de recuerdos. Los sueños actúan de medium. En realidad, el tiempo vivido más feliz es el que reproduce cuando el sujeto es una niña, y tiene toda la vida por delante; en cambio vuelve a surgir la paradoja: lo más feliz vuelve a estar envenenado. Así leemos:

Allí hay almendros y ciruelos en flor y frutos que ella conoce porque son de su casa. La esperan sus padres para ofrecerle los más dulces, los que han picado los pájaros. La muerte la espera, el gran regalo de la vida.

La presencia de la posmodernidad, de nuestra era líquida, deviene en un tratamiento irónico. Aunque, como sabemos, disponemos de aplicaciones que podemos identificar todo el planetario. Los medios tecnológicos no son capaces de rellenar los huecos que dejan los seres queridos (aunque hay pruebas que estremecen). En esa oscuridad se detecta la vida:

Escúchame: he alcanzado el cielo de tu nacimiento. Es fácil hacerlo en Google Sky.

No es cuestión desvelar aquí todo los textos que se enriquecen con cada lectura. Hay libros como este de Teresa Garbí, El aire encendido, que una primera lectura nos conduce a un derrotero, y las siguientes, a otras posibles interpretaciones con que atajar la ausencia, siempre escarbando en el interior. Tal vez, la pretensión de la autora sea esa: interrogantes, tan del gusto barroco como de estirpe existencialista, para que los lectores sigamos escarbando.

El aire encendido. Teresa Garbí. Renacimiento, 2022. Sevilla. COMPRA ONLINE
 


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JESÚS CÁRDENAS. Poeta,
profesor y crítico literario

Tras el límite | 'El aire encendido', de Teresa Garbí