viernes. 29.03.2024
ENRIQUE ESTEVE

De aquí a la prosperidad

Mientras que Mad Men, a pesar de su idealización de los 60, no deja de ser un crudo retrato de la cuna del capitalismo a través del mundo de la publicidad, Pan Am no pasa de una oda vistosa y sin pretensiones a un momento de la historia de Estados Unidos al que muchos americanos querrían volver.

El domingo pasado la ABC, una de las cuatro mayores cadenas de televisión comercial de Estados Unidos, cerraba un ciclo y comenzaba otro nuevo. La serie Mujeres desesperadas, uno de los bastiones de la cadena durante la última década, iniciaba su octava y renqueante última temporada mientras que Pan Am, la ficción sobre un grupo de azafatas de la aerolínea Pan Am en los años 60, salía a la palestra con todos los honores.


Las 'globretrotters' de Pan Am

Me divirtió el hecho de que cuatro azafatas recién salidas de la universidad, dispuestas a comerse el mundo y a recorrerlo de cabo a rabo en una de las épocas de mayor esplendor de los Estados Unidos, cogiesen el testigo de cuatro amas de casa de mediana edad confinadas en un barrio residencial de los suburbios sin más mundo que las comidillas vecinales (por más que los ingredientes de éstas sean chantajes, asesinatos, violaciones y demás menudencias) en pleno oscurantismo post 11-S. A lo largo de la última década Estados Unidos se ha retratado a sí mismo mediante algunas de sus series de ficción más ambiciosas y comerciales como un entorno opresivo constantemente amenazado, dominado por el miedo y la desconfianza en el cual la vigilancia social se erige como la medida preventiva presumiblemente más eficaz. A través de una isla desierta y salvaje (Perdidos), de un barrio residencial de los suburbios (Mujeres desesperadas), de una agencia de publicidad (Mad Men) o de una prisión (Prison Break), la ficción estadounidense más aparatosa ha construido un relato sobre la eterna amenaza y el recurso a la vigilancia social en cualquiera de las fases de la construcción de una sociedad. Desde la fase de asentamiento, construcción de un hábitat y creación de normas (los ‘náufragos’ de Perdidos), a la del castigo institucionalizado por el incumplimiento de esas normas vía aislamiento de la sociedad (los presos de Prison Break), pasando por la del aparente triunfo del contrato social en el marco de un entorno perfectamente diseñado a tal efecto (las amas de casa del ‘modélico’ barrio residencial de Mujeres desesperadas o los publicistas de la elitista agencia de publicidad de Mad Men). Todas ellas tienen un denominador común: en la lucha por la vida o el éxito laboral, náufragos, presos, amas de casa y publicistas no se quitan el ojo de encima. Cuando el peligro acecha cualquier precaución es poca.


Vigilancia desesperada

El día que Lars Von Triers decidió hablar sobre Estados Unidos en su alegórica Dogville, lo hizo a través de un pueblecito en las montañas de Colorado cuyos habitantes explotaban y vejaban a una joven que había llegado allí huyendo de la mafia en busca de refugio. El motivo que les llevaba a explotarla, obligándola a desempeñar toda clase de tareas era que, a medida que aumentaba la posibilidad de que la mafia irrumpiera en el tranquilo pueblecito para llevársela, con el consiguiente riesgo para ellos, sentían que más provecho tenían que sacar a la presencia de la joven en su territorio para compensar así el potencial peligro que comportaba acogerla. En su retrato de Estados Unidos, Von Triers equiparaba a la patria de la democracia con una despiadada compañía de seguros. Uno de los planos más espectaculares del primer capítulo de Pan Am es una vista aérea del mítico edificio MetLife de Nueva York, situado en Park Avenue, en pleno corazón de Manhattan. MetLife es la aseguradora de vida más grande de Estados Unidos con más de 3.3 billones de dólares en seguros de vida en vigor y su actual sede fue, hasta 1.981, la sede de Pan American Airlines.


El edificio Pan Am

Viendo el plano de Pan Am en el que las letras de MetLife habían dejado paso, con ayuda de los efectos especiales, a las antiguas letras de Pan Am sobre la fachada del imponente edificio de la 4ª avenida, pensé en la delectación con que la nueva serie de azafatas redibuja a Estados Unidos, retrocediendo a los tiempos de esplendor y bonanza económica, de vuelos intercontinentales de lujo, en los que los americanos traspasaban fronteras sin miedo e iban al encuentro de la vieja Europa para rendirle pleitesía con un guiño y un puñado de dólares. Mejor volar a destinos soñados que mercantilizar la existencia a través de seguros de vida. Al igual que Mad Men, Pan Am es una fábrica de nostalgia por una era de abundancia, sofisticación y optimismo, pero a diferencia de la primera o de las series post 11-S mencionadas antes, a juzgar por el episodio piloto, no se detiene en el lado amargo del sueño americano. Mientras que Mad Men, a pesar de su idealización de los 60, no deja de ser un crudo retrato de la cuna del capitalismo a través del mundo de la publicidad, Pan Am (un híbrido entre la saga setentera de Aeropuerto y Creemos en el amor, título mítico de los 50 sobre tres americanas en Roma a la caza de marido) no pasa de una oda vistosa y sin pretensiones a un momento de la historia de Estados Unidos al que muchos americanos querrían volver y que puede que hoy en tiempos de crisis y de declive del imperio, necesiten recordar para seguir adelante. No en vano en una escena del capítulo una de las azafatas, refiriéndose a la portada de la revista Life en la que una de sus compañeras aparece como imagen de Pan Am, dice: “No eres tú, es la promesa de ti”. El cielo es el límite.

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