jueves. 25.04.2024
Enrique de Castro, el cura rojo de Vallecas
Enrique de Castro, el cura rojo de Vallecas

“Desde los tiempos más remotos / vuelan los ángeles guardianes, / Siempre celosos de sus votos / contra atropellos y desmanes. / Junto a las cunas infantiles, / junto a los tristes moribundos” (Silvio Rodríguez. Canción: Cita con Ángeles)


Nunca lo invitaron a Davos.
¡Tendría tanto que objetar y denunciar!,
eso sí, sabía de la nieve fría y sucia de Entrevías,
su zona de faena, de compromiso y lucha,
con sus gentes proletarias, sus olores, colores y sabores.
La desnudez precaria de vidas
al borde del fracaso existencial.
Escuchó, atentamente, los gritos del silencio,
revolvió Roma con Santiago por los pobres,
renunció a salvarse, ¡aunque le esperaba un Padre!,
si no era entre los marginados, precarios e indigentes.
Tu nueva liturgia, sagrada y revolucionaria,
enseñaba a los menesterosos las verdades mundanas,
las esperanzas prodigas y consecuentes de obreros y estudiantes,
esas que admiten excepciones: vaqueros, galletas, rosquitas como hostias,
croquetas con brandy; lecturas herejes del Libro de los libros.
Acarició a madres, drogadictos, migrantes, mendigos,
prostitutas, torturados, represaliados; gentes amables
textualmente concebidos para ser amados y venerados.
La búsqueda, incesante, por tu parte de la justicia social
y las libertades cívicas, en tiempos transitorios,
no sale gratis; por eso sufriste anatemas, desprecios,
detenciones, visitas desagradables y violentas, -
la DGS, Carabanchel, la Brigada Político-Social-,
con el ánimo impertérrito de los buenos, de los mejores.
Con ahínco escudriñabas verdades entre los dogmas,
difícil tarea para un bienaventurado como tú.
Recordar es preciso, imprescindible, tu santa ira:
“Decid lo que os parezca: hay que colgarlos
y Dios es ateo”. No se escandalizaban por eso los humildes.
Hiciste de tu parroquia, San Carlos Borromeo,
una Universidad del amor, que admitía a todos,
sin número clausus, ni notas de corte que cortan.
A los ochenta años nos has abandonado, sin pretenderlo.
En este momento, Entrevías, Vallekas, los desheredados,
las personas no de bien, pero si buenas, han perdido un ángel.
Sí, Enrique Castro, el cura obrero, el cura rojo, el cura militante.
Ha muerto, ¿quién sabe, lo mismo existe el cielo cristiano?,
¿lo mismo, sus compañeros de viaje, lloran desconsolados?
Un hombre bueno se nos ha perdido en la niebla.
Todos los suyos se han quedado un poco huérfanos.
Nos queda tu vida a chorros ofrecida, tu palabra,
tus gestos; no, nunca una abismal ausencia.
¡Viva el cura rojo, vallekano y obrero!

Cita con un ángel de Entrevías