Una carta de vacaciones

Para mis hijos y nietos, sin exclusión de género

Muy queridos Nathalie y Joel Ricardo:

Su madre-abuela y yo, les damos las gracias por este paseo que ha abarcado algunas partes de este gran país federativo donde cada estado es, prácticamente, una república, como se ha visto en los hechos políticos de los últimos años, con todos los problemas que ello representa a nivel mundial, en un mundo enfrentado en que se necesita unidad, ante todo, si se quiere conservar el estatus de gran potencia. Pero, ese es otro tema y hoy voy a hablar de vacaciones.

Veamos pues:

De verdad, fue una hermosa experiencia, poder conocer en poco espacio (del país), varios estados, con sus geografías, sus gentes con orígenes un tanto distintos, lo mismo que sus respectivas costumbres. Uno no puede hablar de su ser, si no conoce su tierra, la propia y, si es el caso, como es el mío y de mi familia, la que lo ha acogido. Tierra implica gentes, costumbres, guerras y sueños es decir, historia. Misma que uno asume, sin preguntarse si es buena o mala, sino por qué es así y, si tiene un poquito de conciencia histórica, qué puede hacer para mejorarla. Pero esto ya es un tema de filosofía, sociología y política, y yo quiero hablar de vacaciones.

Continuemos:

¿Que se presentaron dificultades? Claro que sí. Como en todo grupo que pretenda convivir durante algún tiempo. Que, a veces, puede ser un sólo día. Pero, nada que la paciencia y la sonrisa de Nathalie, por un lado, y la voluntad y energía de Joel Ricardo, por el otro, no pudieran superar. Aún, a costa de sus sacrificios y de su aguante, como su mami y yo fuimos testigos de primera mano.

Hay que dejar algo en claro: el ser humano es conflictivo POR NATURALEZA. (Social-selectivo, por necesidad). Es lo que da origen a la historia. El arte de vivir consiste en aprender a manejar el conflicto. Para poder con-vivir. Es decir, vivir con los otros. Si no lo hacemos, pueden volar en pedazos, no sólo unas vacaciones, sino la humanidad toda, y el planeta mismo.

Educar no es reprimir: esto es domesticar. Educar, es mostrar experiencias o haceres que son distintos a través del tiempo, de los lugares y las culturas que son las maneras de apropiación del mundo, y las metáforas con que damos sentido a la vida

Los sueños de vivir en absoluta paz, como lo pretendieron religiones (no el cristianismo entre ellas), filósofos y mentes brillantes, entre ellas la de Marx, con su “sociedad comunista”, era un sueño romántico; una añoranza del supuesto Paraíso perdido. A esa prístina Edad de Oro de la humanidad en la que creyeron Hesíodo y Platón, entre otros. De ahí saldría la imagen del “buen salvaje” de Rousseau: el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe. Pero, el hombre nace en sociedad o, en todo caso, en un grupo.

En términos muy concretos, mejor diría “concreticos”, por lo anterior y, por experiencia, que es como llamamos a nuestros errores, según algún gran filósofo, he pensado que las parejas de novios que se casan, debieran comenzar primero por el matrimonio, y dejar el noviazgo para después, si es que del matrimonio les queda algo que recoger. Es aplicar a la vivencia, las experiencias de la vida misma. ¡Cuántos dolores y clamores nos ahorraríamos, y cuánto conocimiento del barro humano, le sumaríamos a la historia!

El mono que cogió la cultura como camino para sobrevivir, cambió muy rápido. En su empeño tonto, e inmerecido, diría yo, de querer ser Dios, dejó atrás el instinto de conservación o, mejor, lo transformó en instinto egoísta de supervivencia, que lo lleva a la autodestrucción, ayudado por la cultura misma, como civilización.

Ahora bien; digo que el mono “cogió” la cultura, no que la “escogió”, porque, en este mundo conocido, creo yo (y conste que no meto a otros), que nadie elige, y no lo digo caprichosamente. Como formado (quizás mejor, “hormado”) que soy en la llamada Civilización Cristiana, acudo a uno de los grandes santos y patriarcas de la Iglesia: San Agustín de Hipona (354-430 d. Xto.), llamado por José Ferrater Mora, “el primer filósofo cristiano, el primer hombre moderno y el primer europeo”. Dice San Agustín que no hay pecado cometido por hombre alguno que él no pueda cometer. Nos dice, también que la historia es un drama en el cual somos actores, drama cuya estructura obedece al plan eterno de Dios. Veamos cómo trae sus palabras el citado Ferrater Mora:

“Estos actores son los hombres, todos los hombres. Por eso el hombre es en el fondo, únicamente un actor, un ser que lleva la máscara y que por llevarla es llamado precisamente, lo que al parecer significa máscara: una persona. La personalidad del hombre consiste en este su estar enmascarado, en este su desempeñar el papel que le corresponde, que le ha sido asignado de antemano, desde aquellos tiempos en que no había nada, ni siquiera tiempo, porque todo estaba en el seno de Dios, como modelo y paradigma”. 

Por eso he concluido que la libertad consiste en la ilusión de escoger lo que nos toca. Así que, desde la teología, o desde la Naturaleza, somos conflicto, con un poquito de razón, que le hace poca mella a la domesticación del conflicto, sustentado en un EGO (el “yoismo”) muy fuerte. Entonces, la historia, manifestada en nuestra experiencia, nos dice que somos conflicto. Y no podría ser de otra manera ya que, por lo que somos, resultado no uniforme de la Naturaleza y de la cultura, tenemos distintas maneras de ver y sentir el mundo, es decir, a las otras y a los otros, así sean nuestros padres o nuestros hijos.

Comprender esto, queridos hijos y nietos, es fundamental para la educación, eso que, como dice la etimología de dicha palabra, consiste en llevar a alguien, del sitio, o situación en que está, a otro mejor, con ella; llenándola de esas creencias que llamamos valores, tratamos de suavizar el Ego instintivo, para poder convivir. Y, a ese consenso sobre la convivencia humana, que debe ser encarnado en conducta, es a lo que llamamos ÉTICA. Es lo que define, propiamente lo humano. Es decir, que la diferencia entre el humano y los otros animales, es que el humano PUEDE LLEGAR A SER, un animal ético. Y digo, llegar a ser, porque no significa que por el hecho de ser sapiens, necesariamente sea ético…

Faltaría hablar de la conducta de los niños, con sus peleas, juegos, gritos y “destrucciones”. Frente a eso, nada qué criticar: son niños, actúan como sienten el mundo, sin el complejo del pecado original de los adultos que nos lleva a decirles, a toda hora, no jueguen ahí, no toquen eso, no griten, miren que la abuela, o el abuelo, están a punto de reventar sus nervios… Ellos no entienden de lo que podemos llamar maldades, porque no están metidos en un mundo de apropiación individual y actúan como si el mundo todo fuera suyo y creado para su disfrute. Como Eva en el Paraíso. Ella, como los niños, no tenía pecado original (los niños no entenderían por qué nacen con esa mancha), y no creyó que, en un Paraíso lleno de árboles frutales, hubiera uno, muy provocativo (justamente porque era prohibido), del que no se pudiera comer.

Educar no es reprimir: esto es domesticar. Educar, es mostrar experiencias o haceres que son distintos a través del tiempo, de los lugares y las culturas que son las maneras de apropiación del mundo, y las metáforas con que damos sentido a la vida. Cuando reprimimos a los niños, estamos reprimiendo el futuro. ¡Por Dios! 

No esperemos que el futuro esté hecho a nuestra imagen y semejanza. Miremos cómo está el mundo que les dejamos. ¡Deberíamos sentir vergüenza! Por lo menos. Si ellos quisieran, en un momento, destruir ese mundo, tendrían razón.

Así que el paseo lo condimentaron ellos, con sus juegos, sus peleas, sus gritos, sus destrucciones… Imposible sería pensar, sin ellos, el mundo de la vida.

Gracias pues, a todos y a todas, por estar ahí.

P.S. Quiero ser franco: cuando hablo de estar en vacaciones, no me cabe duda de que soy un privilegiado; que mi familia lo es. Porque, hay en el mundo, millones que no conocen esa palabra, y otros y otras, para quienes nombrarla, puede ser un insulto.

En el mundo todo, hemos hecho énfasis en las identidades nacionales, acompañados con los tambores de guerra de las tribus. Se nos ha olvidado algo que ya, teóricamente, habían enunciado, primero el estoicismo, y luego, el cristianismo del cual hacemos alarde ritual: la identidad humana. Sin ella, tendremos que decirle adiós al sueño de continuidad prolongada de la especie, de sobrevivir por su inteligencia, si la hemos negado a cada paso.

Con amor,

Su  padre-abuelo.

Jorge Rafael Mora Forero