martes. 23.04.2024

Chipre. Malasanta. Baltasara del Santo Sepulcro Piernavieja Reguilón. Dámasa la Tuerta. La Ciénaga. Doña Expiración. Poncio Abanto, el Pincho de Punta Umbría. Jenara, la novia. Anhelo Truncado. Niño Truncado. (María Candelaria) Candela/Ramón. Los Cuatro Hombres. Modesto Baldío. (Brandy) Fundador. [The best of bachata 1995. (Canta) Luis Vargas La mesa del rincón.] Las Almazaras. Cándido Fogoso. El ferretero (sin nombre). Candela (el pez). Próspero el Polilla. Socio (el perro).

Alguien debería escribir un poema con todos estos nombres (algunos más reales que otros, todos verdaderos). Son los nombres de los personajes y los ámbitos de la novela Malasanta. Nada más y nada menos. De la portentosamente exacta novela de Antonio Tocornal, publicada en abril de 2022, merecedora del XLI premio de Novela Felipe Trigo, cuyo propileo es una cita de la poeta argentina Alejandra Pizarnik sobe la soledad. 

Malasanta es la mejor de las novelas que le he leído a Tocornal. Que ya es decir. No le falta el humor impregnando ese espacio artístico para ser leído con una mueca de risa ensangrentada. (Bendito humor.) Tampoco el sufrimiento de personajes arrebatados a la gloria de la derrota cotidiana en esta España que aprieta los dientes todavía hoy, tanto tiempo después de haberse creído victoriosa sobre el hambre.

Qué mala que es la vida para tanta gente, lo has bordado. Eso le decía a Tocornal, el otro día, cuando le felicitaba por esta joya literaria. Él, Antonio (alguien capaz de escribir de un personaje suyo que tenía “pelo de poeta” y “ojos de explorador triste”), sabiamente, añadía que “es la pura verdad. Hay pocas cosas inventadas en esa novela. Sólo hay que mirar alrededor”. Y es cierto, uno se harta de leer novelas protagonizadas por gente que tiene la vida resuelta. O gente a la que lo que le pasa no es de este mundo (ni de ninguno otro). Esta es magnífica. El autor de Malasanta me matizaba: “por gente que tiene la vida resuelta... y que hace un drama por una uña rota”.

Personas de verdad literariamente ficticias, literalmente vivas, que lloran, resisten, ríen, disfrutan el sexo, lo sufren, repletas de la nada con la que sólo los grandes escritores llenan el vacío que los lectores necesitamos para seguir viviendo mejor. Antonio Tocornal se ha inventado la realidad asfixiante como si el delirio que la vida es no fuera otra cosa que una bachata cantada por un alma muerta de la risa.

“Siempre que se abría la casa por las mañanas, se escapaba un olor antiguo como de flores muertas, y la luz entraba muy despacio, abriéndose camino en silencio como no queriendo tocar nada, para que nada cambiase para no molestar”.

Malasanta, “cuya única patria era el fracaso”, viajó finalmente al Chipre de la bachata (de novela) con olor a brandy Fundador, un único ojo lo sabía todo antes de morir en las pequeñas profundidades de Candela, el pez. Aquel vórtice nos traga a todos, el sumidero no es solamente para Malasanta. El Dios de las Letras la tenga para siempre en su Gloria cada vez que vuelva a nacer. (La Ciénaga, siglo XXIII)

“Saber enfrentarse a la belleza y sobrevivirla”.


Antonio Tocornal escribe Malasanta