sábado. 20.04.2024
comuneros martires
Decapitación de los Comuneros (Cuadro de Iovanetti de 70 x 50 sobre cartulina)

Este fin de semana, en Villalar, pueblo de Valladolid, y en otros lugares de Castilla la Vieja, se celebra una fiesta en conmemoración de una revolución que pudo haber sido y no fue. Fiesta de la libertad y del bien común, frente a intereses de poderosos, reyes y emperadores, ajenos a las necesidades del pueblo. Este fin de semana, la plaza/patíbulo de ese pueblo, donde acabaron en charco de sangre los ideales de gran parte de Castilla, volverá a llenarse de gente, pese al mal tiempo, tras dos años, de silencio por la pandemia, para conmemorar una fecha que pudo cambiar los destinos de España. Una “revolución constitucional”, calificada por muchos, frente a los intereses de un rey usurpador del poder, que no hablaba castellano, educado en Flandes, que vino a la península rodeado de una cohorte de flamencos que pretendían acaparar toda la administración, relegando a los propios lugareños. Un rey ansioso de proclamarse emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, a costa de los bienes del pueblo castellano. Ante ese abuso de poder y finanzas, se levantaron muchas ciudades de Castilla que acabaron sometidas por la fuerza de las armas, el dinero y el miedo.

Esa rebelión de las Comunidades acabó en desastre al ser vencidas las huestes comuneras en la batalla de Villalar, ese 23 de abril de 1521, lluvioso como el actual. Es insólito la celebración de una derrota, y no la victoria. Es así, porque la historia la escriben los poderosos, los que vencen, los que ganan. Así figura en los anales, pero en este caso es más recordada y celebrada esta fecha porque su fracaso es ejemplo de unos ideales y permanece en la memoria colectiva. La razón no es otra que la conciencia de que el poder viene del pueblo y que el poderoso no lo es por la gracia de Dios, ni cosa que se le parezca -sangre,  raza, casta, herencia, dinastía…-, sino porque el pueblo delegue en esa persona la administración de los bienes públicos en favor del bien común. Permanece, pues, imborrable esa derrota en el pueblo porque su lucha significaba una revolución que enfrentaba el poder común con el poder real, y la idea de que los impuestos o para se exactos las contribuciones  deben ir encaminadas a procurar el bien común.

El levantamiento de las Comunidades fue un movimiento social y político que se gestó en las Cortes de Valladolid tres años antes -1518- de esa derrota en Villalar. Dos eran los motivos. Primero, el descontento ante el exceso del poder real y los  gravámenes que éste quería imponer al pueblo para sufragar sus intereses de imperio y sus guerras exteriores; y segundo, que las Cortes aumentasen su soberanía como representantes de las ciudades, es decir, del pueblo; que el rey nada decidiera sin contar con ellas. Esa revolución generó un primer esbozo de constitución en Europa. España, y Castilla en concreto, eran adelantadas en cuanto a democracia se refiere, comparada con el resto de Europa. En Castilla funcionaban desde siglos antes los concejos, embrión de las cortes.

Tres héroes en el Cadalso

Tres fueron sus notables caudillos, Juan de Padilla (Toledo), Juan Bravo (Segovia) y Francisco Maldonado (Salamanca) que fueron decapitados la mañana del 23 en esa plaza de Villalar. Sus huestes acabaron derrotadas por las fuerzas reales a las que se unieron mercenarios de quienes hoy llamaríamos “grandes” de España, que temían la pérdida de sus privilegios y haciendas. A la fuerza de las armas se sumaron las jornadas de lluvia y fango que impidieron el avance las escasas tropas comuneras.

Se conmemora su fracaso, por su significado. Era el fin del feudalismo y la sugerencia de libertades populares a la medida de la época. Durante siglos se silenció esa rebelión, porque ya se ocupó el emperador de borrar su rastro. Hasta el siglo XIX no se les reconoce su valía como mártires del absolutismo y precursores de la libertad, con la expedición oficial que, al cumplirse el III Centenario de la batalla de Villalar, realizó El Empecinado el 23 de abril de 1821. Posteriormente, a  partir de los homenajes del gobierno liberal en España, han ido sucediéndose éstos, prohibidos en la dictadura franquista, hasta volver nuevamente a ser homenajeados con la llegada de la democracia, hasta el punto de elevar ese día a la categoría de festividad de esta Comunidad. Precisamente el concepto de “Comunidad” surgió en esos años con la proclama de los frailes de Salamanca (Ver mis artículos publicados en este medio en 1975). De ahí vino el nombre con el que es conocido ese levantamiento popular, guerra de las Comunidades. A los que participaron en ella, se les llamó Comuneros.

Años muy parecidos a los nuestros de hoy, en los que la monarquía estaba en entredicho, y la sociedad atravesaba una de sus frecuentes crisis, un sistema feudal que daba sus últimos coletazos, y una nobleza y burguesía que temía perder sus privilegios, si el levantamiento fructificaba y se extendía. Al principio la nobleza y sus adláteres, los grandes empresarios de la lana –en aquel tiempo un vellón de lana era un cheque de muchos ceros- apoyaron, porque les convenía, la revuelta, pensando que así defendían también sus privilegios y prebendas frente al poder real, prebendas que ya habían frenado los Reyes Católicos, tratando de deshacerse de su influencia, recortándoles a su vez las alas para impedir que acumularan más poder y hacienda.

Por esos años de 1520 un rey, nieto de los Reyes Católicos como todos sabemos, con su séquito de extranjeros, llegó a España para tomar posesión de un trono que no le pertenecía, pues su madre, la reina Juana, seguía viva. Que estuviera loca o no, es otra cuestión discutible, y sospechosa. El caso es que su hijo la mantuvo encerrada para evitar que fuera un impedimento en su carrera hacia el imperio heredado de su abuelo paterno que se disputaban su hermano y el rey de Francia, Francisco I, su eterno rival. Carlos I de España y V de Alemania estaba obsesionado con la corona imperial. Y quería a toda costa hacerse con ella, recurriendo a sobornos, nombramientos y prebendas a la clase dirigente, y acumulando riquezas para conseguirla. Recurrió para ese fin a dos técnicas que desde entonces han manejado los poderosos para adquirir mayor poder, el nepotismo junto a la presión fiscal y los banqueros.

El segundo medio para cumplir sus sueños imperialistas, el dinero: hacer caja mediante una aumento de la recaudación de impuestos. Como el pueblo estaba sufriendo de por sí ya una crisis en cuanto a producción y estabilidad económica, pues el dinero se iba acumulando en empresarios y mercaderes de la lana y las exportaciones laneras que beneficiaban a los intermediarios instalados en Burgos –burgueses-, el recurso a los bancos. Y el joven rey, con sangre alemana también, no tuvo más remedio –los imperios y sobornos suelen salir caros- que echar mano de los banqueros, entre ellos los Welser y los Fugger, cuya sede bancaria instaron en Almagro, centro de almacenamiento de la producción lanera, los famosos y numerosos rebaños de la Mancha. Para pagar a esos amigos alemanes, el dinero debía salir de donde menos había, de Castilla, no precisamente de las clases nobiliarias, ni de los grandes comerciantes, ni de las exportaciones, sino de una fuerte carga fiscal que implantó el joven monarca, empobreciendo todavía más al pueblo llano. Tales circunstancias en su conjunto colmaron el vaso de la paciencia de un pueblo resignado, callado hasta entonces por el miedo y por la ignorancia. Los Comuneros son el síntoma de una sociedad desequilibrada, dividida. Y de un poder mal entendido.

Mártires de la Comunidad