viernes. 29.03.2024
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#PorQuéNosMatanCadaDía

Sea lo que sea lo que esté detrás del atentado, la única realidad es que siempre terminan perdiendo la paz y la ciudadanía

Iba a escribir sobre corazones, heridas y dolores; sobre la desazón anímica desde lo más íntimo. Pero creo que esa intimidad debe dejar paso al dolor colectivo porque es más importante ahora intentar cerrar heridas comunes que puñaladas propias.

Siempre hay que lamentar las muertes, sobre todo las violentas. En Bogotá, un carro bomba acabó el pasado jueves 17 de enero con la vida de 21 personas, las diez hasta ahora identificadas cadetes de la escuela de policía, dejando a casi noventa heridas.

Un acto deplorable que empaña todavía más un proceso de paz al que se le están poniendo cientos de trabas y que nubla la visión de una parte de la población que no discierne sobre la complejidad de la paz cuando no se le apuesta con todo.

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Se podría pensar que el atentado es un hecho “oportuno” para los contrarios a la paz, en unos momentos en los que se están debatiendo asuntos graves para el país que señalan a algunos de sus dirigentes. El día del atentado se cumplía el primer aniversario de la JEP, la Jurisdicción Especial para la Paz que ha venido siendo zancadilleada como mecanismo de justicia del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición desde su creación en los acuerdos de paz, y estaban previstas diversas marchas: contra el fiscal general, un personaje en entredicho por sospechas de corrupción; contra el Esmad, unidad especial antidisturbios de comportamiento excesivamente violento contra la población durante las manifestaciones, y en defensa de la educación pública y de calidad.

Por supuesto que el suceso es injustificable, pero distrae la atención sobre temas candentes poniendo una cortina de humo a realidades graves y perentorias y dando pie a que se justifiquen las reacciones violentas de otros sectores (que por cierto no han desaparecido del todo en todos estos años).

El atentado, por el momento en el que ha sucedido y por la manera de cometerlo, es extraño, sospechoso. Algunos datos que respaldan esas sospechas: el terrorista pasó, de la noche a la mañana, de ser un personaje al que no se le conocían antecedentes, a convertirse en el más peligroso del país; un asesino al que le faltaba una mano pero del que afirman que lo identificaron porque “ambas” extremidades aparecieron intactas tras la explosión (publicado en revista Semana); un fiscal cuestionado, e inútil para su rol, que se convierte en el más rápido del mundo para identificar al suicida, ni el equipo de CSI de la serie de televisión lo hubiera hecho en menos tiempo, y que, sin embargo, esas mismas autoridades no sean capaces de reconocer la identidad de las otras once víctimas mortales.

Artículo en la revista Semana2

¿Cuál es el valor de las vidas y de las muertes? Desde la firma de los acuerdos de paz, en noviembre de 2016, el número de víctimas civiles es superior al de personal del ejército y la policía. ¿Será que aquellas valen menos? Porque, que yo sepa, no se han decretado días de luto por la población asesinada, no se les ha citado como héroes y no se les ha cumplido con un sepelio oficial desde las instituciones.

No se debe olvidar que, de acuerdo con cifras del último reporte presentado por Indepaz, en coordinación con Marcha Patriótica y la Cumbre Agraria Campesina Étnica y Popular, en 2018 asesinaron 252 líderes sociales y defensores de derechos humanos en 119 municipios del país. En ese informe se recoge que, durante los primeros cien días del Gobierno del actual presidente (agosto-octubre), fueron ciento veinte los líderes y lideresas asesinadas. Otro documento, como el de la Fundación Ideas para la Paz, rebaja las cifras en ese primer trimestre de gobierno, a ciento sesenta y una agresiones a líderes sociales con un total de treinta y cuatro víctimas mortales.

Nadie desde el Gobierno ha puesto el grito en el cielo para denunciarlo ni ponerle remedio, no he leído que ningún miembro de las entidades del Estado haya ido al entierro de alguna de esas personas.

Ser policía o militar es asumir riesgos que van implícitos en la profesión, sin embargo, desde la entrada en vigor de los Acuerdos de Paz, las cifras de víctimas mortales en combate se habían reducido de manera drástica. Según datos del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (Cerac), publicado por El Espectador, mientras que en 2002 hubo un registro de 2.799 fallecidos en combate, entre miembros de la Fuerza Pública, la guerrilla de las FARC-EP y la población civil, en 2017 no hubo una sola muerte en enfrentamientos directos.

Lo que no tiene nombre es que esos “riesgos” persigan y acaben con maestras, sindicalistas, defensores de derechos civiles, campesinos y demás población inocente que solamente buscan justicia social para seguir viviendo.

Ahora quieren convertir a los bachilleres de la policía en héroes, para llenar plazas y ondear banderas con llamados a la unidad de la patria frente a los peligros de la paz. Esos muchachos y muchachas han sido víctimas, igual que todas y todos los líderes sociales asesinados en todo el país, de un sistema político y económico que sigue manteniendo el colonialismo y la explotación de su población y de los recursos naturales.

Si hay que organizar un altar para llorar heroicamente a las personas fallecidas en el atentado, también habría que hacerlo por el resto de víctimas del conflicto. Pero lo que realmente hace falta, y más aún en estas circunstancias, es reconocer el valor de la vida y de la paz. Se necesita seguir creyendo en la convivencia y en la resolución pacífica de los conflictos para poder construir juntos el futuro de una Colombia que está golpeada más duramente por quiénes dicen defenderla que por quienes la sufren en silencio.

Piedad Córdoba, política y abogada antioqueña, ha pedido, desde su cuenta en Twitter, salir a marchar por todas las víctimas: “Pienso que debemos salir a marchar por los 20 muchachos policías asesinados, por los 566 líderes sociales también asesinados desde 2016 (Indepaz) y contra todo tipo de violencia. Un país marchando por la paz”.

Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad, ha manifestado: “Nos unimos profundamente a este inmenso sufrimiento de Colombia y al unirnos queremos expresar nuestra solidaridad con los jóvenes policías asesinados y con las familias de ellos también y con los heridos, y manifestar en conjunto también nuestra solidaridad con todas las familias de Colombia durante todos estos años de conflicto. Queremos invitar a que esta realidad tan dura no nos arrebate la esperanza e invitarlos a todos a que sigamos trabajando por la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición”.

Patricia Linares, presidenta de la Jurisdicción Especial para la Paz, ha dicho: “Queremos expresar nuestra más grande solidaridad con las víctimas de este cruel e inhumano atentado del día de ayer, con sus familias, y manifestar que el camino que ha recorrido el país, con el propósito de alcanzar la paz, una paz estable y duradera, ha sido un camino lleno de sacrificios, pero también lleno de esperanzas. No pueden ser las voces irracionales de quienes acuden a expresiones de violencia inhumanas y bárbaras las que nos hagan retroceder en ese camino.”

No se puede aceptar que, como circula por las redes virtuales, “nos regalen miedo para vendernos seguridad”. Solamente hay que recordar lo que supuso hace una década aquella “seguridad democrática”.

Sea lo que sea lo que esté detrás del atentado, la única realidad es que siempre terminan perdiendo la paz y la ciudadanía. Lo que el país necesita son semillas de libertad y de paz, no que siembren odio y desconfianza. Nuevamente toca levantarse y seguir luchando, pero sabiendo contra qué y quiénes y por qué y para qué hay que trabajar y construir.

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