martes. 16.04.2024
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Evita estuvo íntimamente ligada a la creación de la rama femenina del Partido Peronista y fue la impulsora del derecho al voto de las mujeres

@jgonzalezok / Treinta y cinco años después del estreno de la versión española, el musical Evita vuelve a los escenarios españoles. En esta ocasión con alguna novedad, como la inclusión de la canción You must love me, que se compuso para la película que protagonizó Madonna, y una versión más libre respecto al libreto original, de Tim Rice y Andrew Lloyd Weber.

Partiendo de la base de que se trata de una obra que no pretende ser un reflejo fiel de la realidad histórica, el reestreno es una buena oportunidad para recordar quién fue María Eva Duarte y qué supuso en el peronismo, el movimiento político más importante que tuvo la Argentina en el siglo XX y que, formalmente, tuvo un último período con los Kirchner entre 2003 y 2015.

Evita fue la cara fanática del movimiento que nació el 17 de octubre de 1945. Ella mismo lo admitiría al decir en un discurso ante su marido: “Las mujeres somos pasionistas, mi general. Las mujeres somos fanáticas, mi general. Y el partido peronista, yo confieso honradamente, es fanático. Y, al ser fanático, demuestra que ha abrazado una gran causa. Únicamente las grandes causas tienen fanáticos, si no, no habría santos ni héroes. Y nosotros somos fanáticas de Perón”.

Evita tuvo una muy corta vida política. Conoció al entonces coronel Juan Domingo Perón el 22 de enero de 1944 y murió el 26 de julio de 1952, con 33 años. Antes de su encuentro con Perón era una actriz de segunda línea que intentaba abrirse paso en Buenos Aires, después de llegar desde Los Toldos, una población de la provincia de Buenos Aires. Fueron solo ocho años al lado del hombre que marcó la política argentina durante décadas.

evitaEl encuentro entre ambos se produjo en el estadio Luna Park, el 22 de enero de 1944, con motivo del festival para recaudar fondos para los damnificados por el terremoto en la provincia de San Juan, una semana antes. Contrariamente a la leyenda que echó a rodar el propio Perón, cuando afirmó que Evita se había puesto a la cabeza de los descamisados el 17 de octubre y que había llevado la gente a la plaza de Mayo, su actividad política comenzó un año después, tras las elecciones que consagraron presidente a Perón.

Éste asumió su primera presidencia el 4 de junio de 1946 y Evita moriría de cáncer seis años después, cuando Perón apenas había comenzado su segundo mandato presidencial. En todo ese tiempo no tuvo cargo formal alguno, pero su influencia fue mucho más allá de esa circunstancia. Aspiró a ser vicepresidente cuando se planearon las elecciones de 1951, pero la enfermedad y la oposición de los militares le cerraron el paso. Aún así, su influencia llegó al punto de poner y quitar ministros.  

Evita estuvo íntimamente ligada a la creación de la rama femenina del Partido Peronista y fue la impulsora del derecho al voto de las mujeres. Actuó desde su Fundación, que llevó a cabo una masiva, aunque clientelística ayuda social a los descamisados, los cabecitas negras, que fueron el soporte electoral del gobierno. Recibía a cientos de personas cada día, que acudían para pedir algún tipo de ayuda. Ella les ofrecía desde dinero en metálico, que cada día le proporcionaba el titular del Banco Central, Miguel Miranda, hasta máquinas de coser. 

El dinero procedía de los remanentes que sobraban de las partidas de los distintos ministerios y dos aportes obligatorios anuales que hacían los empresarios, previo descuento de dos jornadas de trabajo -1º de mayo y 12 de octubre- a sus obreros y empleados.

En los años 70 la izquierda peronista empezó a hacer de Evita una figura revolucionaria. “Si Evita viviera sería montonera”, decía una conocida consigna de la época. Pero el peronismo de la primera época (1945-1955) era un movimiento profundamente anticomunista, defensor del franquismo y con claras influencias fascistas. El papel de la mujer fue para Evita el de subordinación: “Para la mujer, ser peronista es, ante todo, fidelidad a Perón, subordinación a Perón y confianza ciega en Perón”

Poco antes de su muerte salió el libro La Razón de mi Vida, un texto autobiográfico escrito en realidad por el periodista español Manuel Penella de Silva. Por ley fue convertido en un texto escolar, de lectura obligatoria. Aunque el adoctrinamiento empezaba con los niños más pequeños: “Papá y mamá me aman, Perón y Evita nos aman. Mi hermanita y yo amamos a mamá, papá, Perón y Evita”, son algunas de las frases de los textos escolares de la época.

El culto a la personalidad fue desbocado. “Perón cumple, Evita dignifica”, se convirtió en una consigna omnipresente, estampada en cada obra pública y que también repetían en la radio los más populares relatores deportivos. Su nombre sirvió para designar una provincia y la capital de la provincia de Buenos Aires, antes y después conocida como La Plata. Fue proclamada por el Congreso como Jefa Espiritual de la Nación, al tiempo que a Perón se le consideraba como Libertador de la República, usurpando el título del general José de San Martín.   

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Evita descansa en un sarcófago de 400 kilos de plata

A partir del día de su muerte, el 26 de julio de 1952, uno de los tres boletines de radio que todas las emisoras tenían que emitir obligatoriamente, se empezó a difundir a las 20.25, cinco minutos antes de lo habitual, remarcando la hora en la que “entró en la inmortalidad”. El cadáver fue velado durante dos semanas. Durante ese tiempo se suspendieron todos los espectáculos y la radio pasó música sacra solo interrumpida por los espacios de propaganda endiosando la figura de la difunta. El sindicato de la Alimentación llegó a pedir al Vaticano su canonización como santa. Y se impuso el luto casi obligatorio en los empleados públicos; a los comerciantes que no ponían la foto en sus escaparates con una orla negra, les enviaban los inspectores que siempre encontraban una excusa para clausurarlos.

Poco antes de su muerte empezó a gestarse la construcción de un monumento al Día de la Lealtad en la Plaza de Mayo, que tuviera la tumba de un descamisado. Cuando su enfermedad avanzó y se dio cuenta de la gravedad, Evita pidió ser enterrada en la cripta de ese monumento, que se planeaba de dimensiones colosales: 45 metros más alto que la estatua de la Libertad en Nueva York y tres veces más alto que el Cristo Redentor, de Río de Janeiro. De hecho, la instrucción que recibió el escultor, el italiano León Tomassi es que tenía que ser el más grande del mundo y con un interior que se pareciese a la tumba de Napoleón. La cripta debería ser altísima, pero la entrada baja, “para que los contreras (opositores) se agachen”. Evita descansaría en un sarcófago de 400 kilos de plata.

La figura central sería un trabajador musculoso, de sesenta metros, sobre un pedestal de setenta y siete. Después, la propia Evita dispuso que en vez del trabajador la estatua la representara a ella misma. “La obra debe servir para que los peronistas se entusiasmen y desahoguen sus emociones eternamente, aún cuando ninguno de nosotros esté vivo”, le habría dicho Evita a la diputada Cecilia Rodríguez de Martínez Paiva, que presentó el proyecto de ley en el Congreso.  

Como el espacio en la plaza de Mayo era insuficiente, el futuro presidente Héctor Cámpora propuso demoler los edificios de la Intendencia y del diario La Prensa, dos de los mejores edificios de la ciudad en términos arquitectónicos. El proyecto, finalmente, se fue retrasando, se cambió el lugar y el concepto, y fue finalmente desechado con el golpe de Estado del 55.

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EL VIAJE A ESPAÑA

A pesar del despliegue para seducirla desplegado por el franquismo, también hubo desplantes de Evita hacia sus anfitriones

Mención aparte merece el extenso viaje de 15 días que Evita hizo a la España de Franco, a partir del 8 de junio de 1947. El dictador español, totalmente aislado por la comunidad internacional, quería asegurarse que podría tener una fuente de abastecimiento seguro, fundamentalmente de trigo, si el plan Marshall marginaba a España, como efectivamente sucedió.

En los preparativos del viaje, Evita exigió ser recibida como si fuera jefe de Estado: “Pídale a Franco que vaya a esperarme al aeropuerto porque es como si fuera Perón. Que es, en estas horas, su mejor y casi único amigo americano”, recordaría José María de Areilza, entonces embajador de España en Buenos Aires.

Así lo hizo Franco, que le organizó una recepción multitudinaria. Y al día siguiente la exhibió en el balcón del Palacio de Oriente, donde Evita afirmó: “El general Franco siente en estos momentos la misma emoción que Perón experimenta cuando es aclamado por los descamisados”. También visitó barrios obreros, donde repartió billetes de 100 pesetas y en Vigo lanzó un mensaje más incómodo para sus anfitriones: “En Argentina trabajamos para que haya menos ricos y menos pobres. Hagan ustedes lo mismo”.

Carmen Polo la acompañó a Segovia, Ávila, Salamanca y Medina del Campo. Rezó ante la tumba de José Antonio Primo de Rivera, que todavía estaba en El Escorial. A Toledo llegó acompañada por el general Moscardó. También visitó Sevilla, Granada, Vigo y Barcelona.

Se ofreció a ser madrina de todos los niños que naciera en España durante su visita y mostró su admiración por el sistema político que se encontró: “Estos gallegos son macanudos (estupendos), tutean a todo el mundo. Además aquí no hay políticos, no hay oposición, nadie critica y se respeta al gobierno”.

A pesar del despliegue para seducirla desplegado por el franquismo, también hubo desplantes de Evita hacia sus anfitriones. Sus retrasos pusieron a prueba la paciencia de los dueños de casa. El periodista e historiador Hugo Gambini, que escribió una notable Historia del Peronismo, recoge uno de los más destacados actos de impuntualidad en la visita. Sucedió en Barcelona, punto final de su estancia en la península, donde estaba invitada a una función especial de Sueño de una noche de verano. La cita era a las nueve, pero a las diez y media todavía no estaba lista. “Señora, son las diez y media, ¿no cree que esa gente se va a sentir molesta?”, le apuntó su modista. “No se preocupe, Asunta, yo no tengo apuro (prisa), a mí no me impone horarios nadie, ni mi marido”, fue la respuesta. Llegaría al espectáculo tres horas tarde, ya medianoche.

Tras su gira española Evita viajó a Italia. En su visita al Vaticano se mostró sumamente contrariada con el obsequio que le hizo el papa Pío XII: un rosario, cuando ella esperaba el marquesado pontificio o una condecoración como la Rosa de Oro. Después estaría una semana en Suiza, que no figuraba en el itinerario oficial y que dio pie a todo tipo de especulaciones, ligadas a cuentas opacas en los afamados bancos helvéticos. Suspendió la visita a Londres, porque las negociaciones para ser hospedada por la reina en el Palacio de Buckingham no dieron resultado. El gobierno laborista tampoco estaba entusiasmado con esta visita, sobre todo después de la etapa en España.

La penúltima etapa fue en Francia, donde la esposa del embajador argentino le advirtió que si desairaba a sus anfitriones con su falta de puntualidad, como en España, no habría condecoraciones. Su despedida de Europa fue en Lisboa, donde se entrevistó con don Juan de Borbón, pese a las advertencias de que podría no gustarle a Franco. Su respuesta fue: “Yo voy donde me da la gana y no tengo que pedir permiso a nadie. Si al gordo no le gusta (por Franco), mala suerte”.  

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