jueves. 28.03.2024
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Kevin fue enviado a una cárcel de alta seguridad en San Petersburgo, donde espera su juicio por posesión de medio gramo de marihuana

Por Walter C. Medina | Llevo días siguiendo el caso de Kevin Hoistacher, el argentino que podría acabar en una cárcel de Siberia por posesión de medio gramo de marihuana. Sí, escuchó bien, medio gramo. Supe del caso a través del canal de noticias C5N. Un periodista se comunicaba telefónicamente con el padre de este chico de 24 años que lleva ya unas cuantas semanas en una prisión rusa. Un minuto antes de la entrevista, una imagen de Kevin, sonriente y de buen talante, adornaba la pantalla; mientras que una voz en off ponía en tema a la teleaudiencia. “Se llama Kevin Hoistacher y es argentino. El 21 de julio Kevin regresaba desde San Petersburgo a Finlandia después de haber dejado a un amigo en el aeropuerto de esa ciudad. En el control fronterizo de la localidad rusa de Vyborg fue requisado por oficiales que usaron perros entrenados. Durante la inspección le encontraron un cigarrillo de tabaco y, por prevención, la policía lo detuvo. Más tarde descubrieron que el cigarrillo contenía medio gramo de marihuana. Kevin fue enviado a una cárcel de alta seguridad en San Petersburgo, donde espera su juicio”.

El padre de Kevin expresó su indignación y solicitó la colaboración del cónsul argentino que, por lo que trascendió más tarde, intentará interceder. Pero mientras tanto Kevin está privado de su libertad en una prisión de San Petersburgo desde el 21 de julio, y por un porro.

Kevin tiene 24 años y está casado con Noora Hoistacher, una joven artista plástica finlandesa. Ha obtenido un máster en inglés en Manchester a los 16 años, habla con fluidez chino mandarín y ruso; y estudia finlandés en la universidad en Tamperes, a 170 kilómetros al norte de Helsinki, donde reside desde 2012. En Buenos Aires hizo dos años de Agronomía en la Universidad de Morón antes de marcharse hace cinco del país. Desafortunadamente Kevin ha caído en manos de la justicia rusa. “Siento que me estoy volviendo loco”, escribió hace unos días en su diario. Y sabemos que no ha de ser para menos.


Kevin Hoistacher

Hace no muchos años atrás, un olvidable presidente argentino dejó caer la idea de la pena de muerte para los delitos graves. Imagine lo que podría haber sido aquello de haberse aprobado dicha condena. Con el eterno caos burocrático, los sellitos que se extravían, las carátulas que se entremezclan y los papeles que desaparecen, no sería extraño que al menos uno de los mismos jueces pereciera ajusticiado equivocadamente por orden sus propios colegas. “¡¡No me diga que hemos ahorcado al Dr. Palacios!!...qué mala noticia me ha dado usted, Su Señoría”.

No es para bromas. Kevin está entre rejas por el efecto devastador que produce la combinación Poder-Ignorancia. Alguien sentenció alguna vez que “un ignorante con poder es un mono alcoholizado con una 22 en la mano”. Yo no estoy tan seguro de esta afirmación; aunque de lo que sí estoy plenamente convencido es que antes de darle al gatillo -y a diferencia de ciertos jueces- el mono al menos lo meditará dos veces.

El caso de Kevin se ajusta a una vieja tradición de la justicia universal. La humanidad lo ha estado escuchando desde hace siglos y en todos los idiomas. “Los grandes delincuentes no van a la cárcel, ahora si a usted se le ocurre robar un pan seguro que va preso”. Pero Kevin ni siquiera robó un pan. Kevin llevaba consigo medio gramo de marihuana. Y al igual que le sucedería a usted o a mi, a Kevin no se le ocurrió ni siquiera sospechar que podía existir una justicia tan arcaica, tan miserable como en este caso la rusa.

La madre de Kevin explicó a la prensa argentina que para comunicarse con su hijo, las autoridades penitenciarias -según dispone la ley- la obligan a hablar ruso. “No puedo hablar en español con mi hijo: cuando lo visito tengo que pagar a una traductora para poder hablar con él porque si pronuncio algo en español me retiran de la sala. No puedo tocarlo porque está detrás de una pantalla de vidrio en su celda. No hay luz, no le dan de comer y no lo dejan bañar porque no hay agua. Tengo solamente permiso para verlo dos horas al mes", relata la madre en el muro de "Liberen a Kevin", cuenta de Facebook en la que minuto tras minuto se suman los pedidos de liberación.

Es un buen síntoma que en las redes sociales se haya iniciado ya una campaña en pedido de Justicia (verdadera) para Kevin. Ya no está Lennon, que hace unas décadas atrás le cantó a una injusticia de esta calaña cometida en perjuicio de John Sinclair, poeta y activista político oriundo de Detroit que en 1969 había sido condenado a diez años de cárcel por portar dos porros. “Le dieron diez por dos”, repite Lennon en el estribillo. “Liberen a Kevin”, piden ahora en Facebook desde diversas partes del mundo; un mundo cuya justicia -por lo que se ve- continúa en manos de seres cuya peligrosidad se asemeja –según algunos pensadores- a la de un mono alcoholizado. Aunque me juego la cabeza que ni siquiera un mono ebrio provocaría tanto daño. 

De un porro a Siberia (o la peligrosidad de un mono alcoholizado)