jueves. 25.04.2024
pachamama

Es la madre, “Mama”, que engendra la vida y la protege. “Pacha” es la Tierra. Los rituales en su honor se multiplican en agosto y parte de septiembre

La Pacha Mama es la diosa suprema de los pueblos aborígenes de Suramérica, celebrada en estas fechas. Es la madre, “Mama”, que engendra la vida y la protege. “Pacha” es la Tierra. Los rituales en su honor se multiplican en agosto y parte de septiembre.

En las culturas rurales, las primeras que proliferaron en este planeta azul, se identificaban las épocas de la vida no tanto por la acción del ser humano -como luego se ha venido marcando y calificando el devenir histórico-, cuanto por la acción de la misma Tierra, el campo, la naturaleza viva a la que nuestros antepasados daban mayor importancia y cuidaban con mayor ahínco que al mismo individuo, cuya acción siempre se ve condicionada por ella. Ella mandaba, y el hombre no tenía sino que seguir sus pautas. Por eso se clasificaban y calificaban los tiempos como temporada de lluvias, de recolección, de sementera... Sementera. Qué bonita palabra; era el principio, el embarazo de la tierra del que, pasadas unas semanas, unas lunas, unas crecidas, surgía de nuevo la vida hasta entonces escondida, enterrada -metida dentro de la tierra, en su vientre-. Concebían, pues, la tierra como una madre, una diosa a la que había que adorar y conformar, igual que daba la vida, la podía quitar. Quizá su sentido fuera más acertado que el que posteriormente le agregaron otras religiones “civilizadas”.

pachamama (1)

Culturas antiguas, enraizadas telúricamente, que para explicar el misterio de la vida, lo que no entendían y escapaba a sus razonamientos y sus fuerzas, recurrían al mito. No es una fábula, ni una quimera, ni una leyenda. El mito era “su realidad”, y como tal se propagaba de generación en generación. El mito no evocaba el misterio, sino que era y es el misterio desvelado, hecho realidad.

No voy a extenderme en todo su significado, porque mi intención no es explicar el mito, sino la pervivencia del mismo en la actualidad, en culturas que lo mantienen pese a la influencia, opresión y represión de otras culturas y civilizaciones que, creyéndose superiores, procuraron anularlas. Y es imposible anularlas, ni por la fuerza, ni por la persuasión. Mejor que sea así.

BARBAROS Y SALVAJES

Quizá de esas culturas que eran consideradas inferiores, atrasadas y “salvajes”, debíamos y debemos aprender, en lugar de machacar. Otro tema que daría para un tratado. Son reminiscencias del concepto de bárbaro, heredado de los romanos, así como el de “uniformidad” (un idioma, el latín; una religión, la católica, y un Estado que debe prevalecer sobre todo lo demás y al que hoy, erróneamente, parece que volvemos de nuevo en la vieja Europa). Equiparando “bárbaro” y “salvaje”, en el sentido “romano”, los “urbanos civilizados”, lo aplicaron a seres que vivían desnudos, adoraban ídolos, se supeditaban al sol y a la luna; a seres sin idioma que habitaban espacios no urbanizados, en la selva, en la puna, seres brutales que comían comida sin cocinar y frutos silvestres, cuando no practicaban el canibalismo y los sacrificios humanos... Reminiscencia del “bárbaro” que perduraba en la Edad Media aplicado a un ser inferior o desigual.

La diversidad, desde la bíblica Torre de Babel, ha sido considerada como un estigma para el pensamiento occidental en los últimos dos mil y pico años. La expresión del caos, en contra del orden representado por la “unidad” o uniformidad. Naturaleza inferior supeditada a la raza superior contra lo que lucharon frailes que acompañaron a los conquistadores, como Bartolomé de las Casas, ante los abusos de los “civilizados” que veían al indio como “bárbaro” o lo que es lo mismo, “salvaje”, al que había que someter y domesticar. Su misma desnudez y alimentación eran la prueba de su animalidad, de ahí el afán por inculcar “nuestra civilización” a esos seres carentes de cultura. De ahí a la esclavitud, sólo hay un paso, pues el interés económico estaba presente, y era el primordial en esa aventura. (Nadie como una mujer, venida de esas tierras y de sangre indígena, para expresar, en pocas palabras, los sentimientos al respecto. Por eso adoso, con su permiso y en exclusiva, un poema inédito y próximo a publicarse de la poeta Inés de María, cuyo título figura también en guaraní, y que reproducimos a continuación).

Hay que partir del principio de que no hay ninguna cultura superior a otra, como pensaron nuestros descubridores y seguimos pensando los “civilizados occidentales”. Todas las culturas son iguales, ni son más o menos racionales, ni más o menos avanzadas, como creían nuestros antepasados cuando arribaron a las Américas. Falso error que arrastra tras de sí el concepto egoísta de dominio y aprovechamiento de la cultura/civilización considerada inferior, menos racional o más débil.

La cultura, cuya definición es compleja, está sujeta al espacio y al tiempo, los dos condicionantes fundamentales de la existencia, de la vida, de los tres reinos que componen este hermoso y único planeta en el que los tres reinos (animal, vegetal y mineral) están condenados, “arrojados”, que diría Heidegger, a vivir y convivir en armonía. La armonía en la relación entre ellos debe imperar por formar parte de un todo que llamamos universo. Algo que tenían muy claro esas culturas consideradas “salvajes”. Y su ejemplo es la consideración del mito conocido como “la Pacha Mama”, objeto de este artículo y el siguiente.

A partir del imperio de la razón y de la técnica, parece que hay cierto desprecio por esta forma de explicar el misterio de la vida, el mito, atribuyéndolo a la ignorancia, al atraso cultural, al miedo humano. Y no es así, entre otras cosas, porque el mito para esas culturas no es una realidad fuera de su mundo, sino que está presente en su vida como lo está el animal que tienen al lado del que aprovechan la carne, la piel, la leche. Es otra realidad que al evocarse se hace presente en la vida de ese pueblo.

MITOS Y RITOS

En los pueblos de culturas antiguas, sobresale entre estas mitologías, la simbiosis con la tierra, a ella está unido el ser humano y de ella depende. Por eso la considera como una divinidad merecedora de respeto y adoración. La más conocida, por estar próxima y formar parte de nuestra sociedad planetaria, y también de nuestros ancestros, es la del Nuevo Continente conocida como la Pacha Mama, cuyos ritos y mentalidad permanecen en la actualidad pese a que los conquistadores de la espada y la cruz trataran de aniquilarla, no sólo con la espada, también con la cruz. Dos terribles modos de someter a los pueblos. (Habrá quien me arguya que la cruz -sobre todo la de los españoles con sus reina Isabel y sus monjes- aminoró la opresión y heridas de la espada, y no les falta razón, pero es otro tema para otro debate).  

Sigamos con la permanencia de mitos y rituales de culturas antiguas en la actualidad, a pesar, precisamente, de la espada y la cruz, es decir a la conquista y a la implantación y conversión a otra religión diferente y más “racional” que la que encontraron los “descubridores”, juzgando que esa religión y cultura era menor frente a la “verdadera” que llevaban. Entre el favor, erróneo, y el interés, cierto, tachaban esas prácticas propias de seres inferiores, de pueblos a los que consideraban “salvajes”. Una consideración que no sólo se limitaba a una “denominación” sino a una “dominación”; bajo ese criterio se permitía y justificaba la esclavitud y la explotación, como bestias y no como como personas. 

Desde de agosto, y hasta mediados de septiembre, si en el hemisferio norte se celebra la recolección de la mies y demás frutos, con festejos y patronos, resultado de la transposición telúrica a la religión católica, en el hemisferio sur se celebra el ritual en honor de la Pacha Mama. Mientras en uno es época de recolección, en el otro es tiempo de sementera. Hay que agasajar a la madre tierra para que ésta fructifique. En el norte, llega el otoño; en el sur, la primavera, y hay que disponer la tierra para que sea favorable. En estas latitudes, agosto y parte de septiembre, están consagrados a la Pacha Mama. En el noroeste de Argentina, Bolivia, Ecuador y Perú, se multiplican los rituales cuya práctica -rescatada y nunca perdida, mezclada en un sincretismo religioso con las nuevas creencias impuestas-, se ha extendido hasta la civilizada urbe de Buenos Aires. La Pacha Mama es la diosa suprema de los pueblos aborígenes. Es la madre -mama- que engendra la vida y la protege. Pacha viene a ser el universo y el tiempo, indisolublemente unidos (que en nuestra cultura, entrado el siglo XX, ha observado el filósofo citado. Nada nuevo, pues, bajo el sol. Lástima que no supieran verlo, ni todavía sepamos verlo, los occidentales con la claridad y pensamiento que los indios, y pase de ser una mera teoría filosófica a un comportamiento vital, como antiguamente). 

Pacha Mama es por tanto la Madre Tierra. Diosa de la fertilidad, concepto semejante al de los griegos, diosa benigna que protege a la tierra y a los seres vivos. Es la tradición religiosa imperante entre los incas y otros pobladores de los Andes. Divinidad por excelencia, creencia mitológica que aún pervive y sobrevive incluso en ambientes “urbanos”. A partir de los primeros días de agosto hay que rendirla culto especial, agasajarla, ponerse a bien con ella. Por eso hay que alimentarla, y vigilar la olla de barro enterrada -sementera, semilla-, con comida, junto a la hoja de coca y la bebida de chicha (alcohol), acompañándola con danzas, cánticos, música y vestidos de gala, llenos de coloridos y abalorios naturales. Son los dones que cada ciclo temporal hay que ofrendar a esa divinidad cercana a la que hay que tener contenta, a la que hay que rendir culto, y mantener un acercamiento diario. Cultura mítico-rural en la que se establece un diálogo humano-divinidad para pedir sustento, buenas cosechas, y a la par, implorar el perdón por lo mal hecho, por las agresiones a la mama tierra, como en nuestra mentalidad, podía ser la contaminación, el mayor pecado cometido contra nuestro Planeta.

En el próximo artículo nos detendremos en el ritual y las ofrendas a la Pacha Mama. Vaya este adelanto para reflexionar sobre el quehacer de nuestra civilización en este Planeta, que con otros ritos y otras creencias, “técnicas y racionales”, contaminamos a diario. Por qué no aprendemos.

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Del libro: “HEMISFERIOS, Tiempos de Alma

(que próximamente saldrá publicado) de la poeta Inés De María

TAITA, NO ENTIENDO

Taita, nahániri aikumby
Taita, no entiendo qué habla
el hombre que vino de lejos.

Tiene la cara pálida,
y el cuerpo como pellejo.

Su Pacha Mama,
“terreno” se llama.

Dividen su cuerpo,
y lo compran o venden,
Taita, ¿qué es eso?

Si yo te doy una flor,
y tú me das un beso,
si te doy yo mi manta
y tú me das tu cuenco,
entre nosotros todo está hecho.

Taita, ¡qué miedo!

Tienen lanzas de fuego
que llegan muy lejos,
y... trozos helados de lago
que llaman “espejos”.

Taita, no entiendo,
dicen que son suyos
la tierra, el agua y el fuego.

Taita, cuando hablan
no les entiendo.

La “Lengua del Hombre”,
no la hablan ellos.

Y dicen, Taita, que
sólo su Dios es verdadero.

Yo creo, Taita, que su Dios
es ese al que llaman “dinero”.

Taita, no sé de dónde vinieron,
pero Taita, a mí... me dan miedo.

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MUCHO MIEDO.

NOTA del prólogo:

La palabra Guaraní, significa: La lengua del hombre. Pacha Mama, en guaraní, significa: Amada madre

En el pensamiento indígena americano, los animales, los ríos, los vientos, las lluvias, en suma, la naturaleza entera, tiene su propio lenguaje que ellos también entienden. La Pacha Mama es la amada madre tierra, a la que  pertenecen. Es ella quien les provee de lo necesario, agua, comida, cobijo...

Sin embargo este hombre que llega desde el horizonte, SE ADUEÑA de la tierra, y todo lo que es y habita en ella  pasa a ser de su propiedad, para utilizarlo a su antojo y capricho. Para vender y comprar a... ¿Su Madre?

Esta diferencia filosófica fundamental es la que ha llevado al mundo hasta la situación de desastre ecológico en el que se encuentra hoy.

Cabe preguntarse, ¿cuál de las dos formas de vida era la verdadera civilización? Hoy los ecologistas claman por recuperar muchas de aquellas formas “salvajes” de vida.

La diferencia fundamental está en estos dos sentidos filosóficos sobre la vida, absolutamente contrapuestos: POSEER o PERTENECER a la tierra. He aquí la cuestión.

¿Será posible para nosotros, los civilizados, comportarnos, por fin,  como... SALVAJES?

El mito de la Pacha Mama