miércoles. 24.04.2024

Si visitan la capital de Colombia les propongo que se pasen por esta pequeña “Monumental de las Ventas” en el centro de Bogotá.

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Fachada de “La Monumental de las Ventas” en Bogotá

A veces, la vida te depara agradables sorpresas. Eso me sucedió hace un tiempo con un lugar de ese, injustamente a mi manera de ver, mal afamado centro de Bogotá. Es lo que llamaríamos una “casa de comidas”. Al frente de ella, desde que la abrió en febrero de 2014, un “españolete”; más específicamente, un madrileño: Alberto.

Un buen tipo que un día se cansó de aguantar los embates de esa supuesta crisis española que llevó a que emigraran no solamente jóvenes con futuro, sino también gente de más edad que nos fuimos, por unas u otras razones, a vivir la vida fuera de la piel de toro. Alberto se trasladó a Colombia con su esposa y su hija. Llegaron a un país que sufre una popularidad centrada en lo negativo, que lo hay, como en toda parte, en lugar de en lo mucho y bueno que produce y ofrece esta tierra con tres cordilleras andinas, dos mares y ríos de película, y que tiene sus dificultades y donde ganarse la vida es a cambio de luchar y trabajar duro y muchas horas, pero donde se puede sobrevivir y ser reconocido porque hay oportunidades para ello.

Había pasado por la puerta de su local en multitud de ocasiones porque me encanta y vivo en el centro, pero nunca nos habíamos decidido a entrar. Hasta que un día, unos colegas de mi compañera de vida le hablaron bien del lugar y allá nos fuimos a almorzar. Celebro ese día, hace ya casi dos años, porque nos dimos de bruces con un amigo, un buen sitio para comer y un espacio de encuentro de personas que emigraron o que, en algún momento de su vida, han tenido contacto, por diferentes motivos, con España.

Periodistas, docentes universitarios, artistas, comerciantes de la zona, trabajadoras y trabajadores en general nos encontramos y disfrutamos de la comida, la conversa y la compañía. El nombre del establecimiento ya lo dice todo “La Monumental de Las Ventas”. Todo un homenaje a su tierra. Evidentemente, tenemos nuestras diferencias. Empezando porque no comparto algunos de sus gustos: no me gustan las corridas de toros y no soy seguidor del Atlético de Madrid. Pero todo no podía ser perfecto.

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La bandera del Atlético de Madrid por encima de la carta con el menú

A cambio, sus platos le dan otro aire y sabor a la cocina diaria de Bogotá. Procuro, al menos una vez por semana, escaparme a disfrutar de sus guisos: las albóndigas de res en salsa de verduras al vino blanco, con arroz y papas a la francesa, o sea, las albóndigas de toda la vida que hacían nuestras madres; el estofado de lentejas, con su panceta, su chorizo y su chorrito de vinagre; el cocido madrileño, con su sopa de fideos, a la que le puedes añadir un sorbo de montilla-moriles, cuando le queda, y su repollo guisado; el pulpo a la gallega, con sus trocitos de cachelos, su aceite de oliva y su pimentón de La Vera; los callos a la madrileña, con buena cantidad de salsa para pringar pan; la paella marinera, a su manera y aquí sí que le digo que no alcanza a la mía, aunque todavía no ha habido opción de demostrárselo; el rabo de toro, convertido en “cola de res” para llegar mejor al paladar local y a sus oídos, y la infaltable tortilla de patatas. Incluso, si uno lo encarga con tiempo, te puede preparar unas deliciosas migas, ese plato de gente humilde, que hasta Cervantes menciona en el Quijote “Responde en buen hora —dijo don Quijote—, Sancho amigo, que yo no estoy para dar migas a un gato, según traigo alborotado y trastornado el juicio”, y que hoy se sitúa como delicia culinaria “de tasca y fonda”.

Con Alberto comparto, además de la procedencia, el tener vínculos con la Axarquia, el habernos expatriado voluntariamente, el estar casados con colombianas y el disfrutar de una tierra y unas gentes que nos tratan bien y nos hacen sentirnos en nuestra casa. En su tasca, los clientes, esos que llamamos “de toda la vida”, entran hasta la cocina y se auto sirven la bebida. Algo que el anfitrión asume con naturalidad porque valora lo que eso significa.

De la cocina de este atlético por convicción, y porque se crió en los madriles de Tetuán, disfrutamos los habitantes de Bogotá y toda aquella persona que quiera pasar a conocer su particular las ventas. Un coso culinario donde pone alma y corazón para que sus platos compitan con el ajiaco santafereño, la bandeja paisa, las arepas o el ubicuo arroz con pollo.

Cual novillero antes de la alternativa, está lidiando, y casi que saliendo a hombros, con una clientela colombiana más acostumbrada al menú “corrientazo” o “ejecutivo” de los lugares de almuerzos diarios. También le toca luchar con un típico y vecino restaurante paisa en el que se almuerza por menos de diez mil pesos y que, al ser los dueños de su inmueble, le impiden ofrecer menús.

Pero eso precisamente es lo que ganamos sus clientes, que ya vamos siendo muchos, que podemos de vez en cuando cambiar el menú del día por uno de sus platos caseros acompañándolos, en lugar de con el clásico jugo de frutas, tal vez más sano pero menos combinador con estos suculentos platos, con un vino o con un tinto de verano que ya se está haciendo famoso entre la clientela.

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Las fotos de Madrid, entre ellas la de la Monumental

Este colchonero hace de profeta en su tierra de adopción adaptando, con algo de morriña pero sin pena ni dolor, su identidad hispana y del foro a la realidad rola diaria ofreciendo distintos sabores a otros paladares. Para ello, además de los ingredientes de su cocina, se rodea de la bandera de su equipo y de algunas fotos emblemáticas de ese Madrid que luce con orgullo. Entre esas imágenes, claro está, no podía faltar una de esa plaza de toros que da nombre a su local: la Monumental de las Ventas, un pedacito de Madrid en pleno centro de Bogotá.

La monumental de Bogotá