viernes. 19.04.2024
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Los neoliberales son ejemplo de una corrupción institucionalizada, cuando amarraron la cosa pública y la convirtieron en privada. Cuando amasaron fortunas privadas robando fortunas colectivas a los pueblos de América Latina

Que el neoliberalismo se ha expandido e impuesto por todo el mundo y que solo en algunos países sudamericanos se le ha hecho frente en los tiempos recientes es un hecho claro. Me estoy refiriendo a la Venezuela de Chaves y Maduro; el Brasil de Lula y de Dilma Rousseff; el Ecuador de Daniel Correa; la Bolivia de Evo Morales y Avaro García Linera; la Argentina de Cristina Kischner. Para evitar el contagio de esta resistencia hacia otros lugares desde los poderes hegemónicos políticos, económicos, mediáticos y académicos se emprendió una campaña brutal. Y esta campaña está teniendo éxito, tal como se han desarrollado los últimos acontecimientos políticos en Brasil y Argentina.

Un buen análisis sobre lo que supuso esta década virtuosa en Sudamérica, sobre lo que está ocurriendo y una posible alternativa contra el neoliberalismo para reiniciar el proceso progresista es la disertación impartida por el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Argentina, el 27 de mayo de 2016. Resulta muy interesante. Recurriendo a sus propias palabrasNo estamos en un buen momento. Tampoco es un momento terrible. Pero este es un momento de inflexión histórica. Algunos hablan de un retroceso, de un avance los restauradores. Lo cierto es que en el último año, después de diez años de intenso avance, de irradiación territorial de gobiernos progresistas y revolucionarios en el Continente, este avance se ha detenido, y en algunos casos ha retrocedido, y en otros casos está en duda su continuidad. De manera fría, como lo tiene que hacer un revolucionario, tiene que hacer un análisis de plaza, en terminología militar, analizar las fuerzas y escenarios reales que hay, sin ocultar nada, porque dependiendo de la claridad del análisis que uno hace, es que sabrá encontrar las potencias, las fuerzas reales prácticas del avance futuro. Tales palabras serían extrapolables a la socialdemocracia europea, que anda totalmente desnortada. Álvaro señala sin ambages que hay un ataque contra todos estos cambios progresistas, ejecutados en esta década dorada, la década virtuosa de América Latina, que desde los años 2000, ha vivido los años de mayor autonomía y de mayor construcción de soberanía que uno pueda recordar desde la fundación de los Estados en el siglo XIX.

Esta década virtuosa latinoamericana la define con cuatro características muy claras. La primera fue política: fuerzas populares, trabajadores, campesinos, indígenas, mujeres, clases subalternas han asumido el control del poder del Estado. Se vuelven diputados, asambleístas, senadores, asumen función pública, se movilizan, hacen retroceder políticas neoliberales, toman gestión estatal, modifican políticas públicas, modifican presupuestos, y en diez años se ha producido una presencia de lo popular, de lo plebeyo, en sus diversas clases sociales, en la gestión del Estado.

La segunda es social: sindicatos, gremios, pobladores, vecinos, estudiantes, asociaciones, comienzan a diversificarse y a proliferar por distintos ámbitos. Se rompe la noche neoliberal de apatía, de simulación democrática, para recrear una potente sociedad civil que asume un conjunto de tareas en conjunción con los nuevos Estados latinoamericanos. En lo social, en Brasil, en Venezuela, en Argentina, en Bolivia, en Ecuador, en Paraguay, en Uruguay, en Nicaragua, en El Salvador, desde los años 2000, a la cabeza de gobiernos progresistas y revolucionarios se ha  producido una potente redistribución de la riqueza social  frente a las políticas de ultra-concentración de la riqueza, que había convertido al continente latinoamericano en uno de los continentes más injustos del mundo. Esta redistribución de la riqueza va a llevar a una ampliación de las clases medias, no en el sentido sociológico del término, sino en el sentido de su capacidad de consumo. Igualmente, América Latina va a llevar adelante la limitación de las desigualdades sociales que no habían podido lograrse en los últimos 100 años.

En lo económico, con mayor o menor intensidad cada uno de los gobiernos de estos Estados va a ensayar propuestas post-neoliberales en la gestión económica. No son todavía propuestas socialistas. Son propuestas post-neoliberales, que permiten que el Estado retome un fuerte protagonismo. Algunos países llevarán adelante procesos de nacionalización de empresas privadas o la creación de empresas públicas, la ampliación del aparato estatal, la ampliación de la participación del Estado en la economía, para generar formas post-neoliberales de la gestión de la economía, recuperando la importancia del mercado interno, recuperando la importancia del Estado como distribuidor de la riqueza, recuperando la participación del Estado en áreas estratégicas de la economía.

En política externa, se va a constituir una internacional progresista y revolucionaria a nivel continental. En esta década, la OEA, que anteriormente decidía los destinos de nuestro continente bajo la batuta de Estados Unidos, que ponían el dinero y ponían con eso todas las disposiciones, surgirá la CELAC, surgirá la UNASUR, surgirá una integración propia de latinoamericanos, sin Estados Unidos, sin la necesidad de tutelajes, sin la necesidad de patrones.

En resumen, el continente, en esta década virtuosa, llevó adelante cambios políticos: la participación del pueblo en la construcción de Estados de nuevo tipo. Cambios sociales: redistribución de la riqueza y reducción de las desigualdades. Economía: participación activa del Estado en la economía, ampliación del mercado interno, creación de nuevas clases medias. En lo internacional, integración política del Continente. No es poco en diez años, que son quizás los años, desde el siglo XIX, más importantes de integración, de soberanía, de independencia, que ha tenido nuestro continente.

Caracterizada y definida esta década virtuosa, Álvaro asume el retroceso y lo explica por cinco contradicciones o debilidades que han estado presentes. Una primera debilidad, son las contradicciones al interior de la economía. Nos dice, es como si le hubiésemos dado poca importancia al tema económico al interior de los procesos revolucionarios. Y ese es un peligro, porque recurriendo a  Lenin: la política es economía concentrada. Estando en la oposición, cuando uno es opositor no gestiona nada. Lanza un proyecto de país, irradia una propuesta económica, pero no gestiona. Su convocatoria hacia el pueblo es en función de propuestas, iniciativas, sugerencias, pero no todavía en función de gestión.  Cuando uno es opositor importa más la política, la organización, las ideas, la movilización, acompañada de propuestas de economía más o menos atractivas, creíbles, articuladoras. Pero cuando uno es gestión de gobierno, cuando uno se vuelve Estado, la economía es decisiva. Y no siempre los gobiernos progresistas y los líderes revolucionarios han asumido la importancia decisiva de la economía cuando se está en gestión de gobierno. La economía es decisiva. En la economía nos jugamos nuestro destino como gobiernos progresistas y revolucionarios. Si no hay los satisfactores básicos, no cuenta el discurso.

Una segunda debilidad en el tema económico. Algunos de los gobiernos progresistas y revolucionarios han adoptado medidas que han afectado al bloque revolucionario, potenciando al bloque conservador. Un gobierno debe gobernar para todos, es la clave del Estado. Pero gobernar para todos no significa entregar los recursos o tomar decisiones que por satisfacer a todos debiliten tu base social que te dio vida, que te da sustento y que son al fin y al cabo los únicos que saldrán a las calles cuando las cosas se ponen difíciles. No puede haber ningún tipo de política económica que deje de lado a lo popular. Creer que se va a ganar el apoyo de la derecha, o que va a ser neutralizada, es un error descomunal, porque la derecha nunca es leal.  Algunos desde el lado de una supuesta izquierda, más izquierda, aducen que el problema fue que los gobiernos progresistas no tomaron medidas más duras de socialización y de levantar el comunismo y de acabar con el mercado y disolverlo, como si el problema fuera un tema de voluntad o de decreto. Se puede sacar un decreto que diga que no hay mercado, sin embargo, el mercado va a seguir. Un país no puede volverse autárquico. Ninguna revolución ha aguantado ni va a sobrevivir en la autarquía ni en el aislamiento. O la revolución es mundial y continental o es caricatura de revolución.

Y en lo económico, evidentemente, los gobiernos progresistas y revolucionarios supusieron un empoderamiento de trabajadores, de campesinos, de obreros, mujeres, jóvenes, con mayor o menor radicalidad según el país que se tome en cuenta. Pero un poder político no va a ser duradero si no viene acompañado de un poder económico de sectores populares. ¿Qué significa eso? En cada país habrá que resolverlo. Pero poder político tiene que ir acompañado de poder económico, porque si no se va a seguir presentando la dualidad. Poder político en manos de los trabajadores, poder económico en manos de los empresarios o el Estado. Pero el Estado no puede sustituir a los trabajadores. Podrá colaborar, podrá mejorar, pero tarde o temprano tiene que ir disolviendo poder económico en los sectores subalternos. Creación de capacidad económica, creación de capacidad asociativa productiva de los sectores subalternos, esa es la clave que va a decidir a futuro la posibilidad de pasar de un post-neoliberalismo a un post-capitalismo.

El segundo problema que estamos enfrentando los gobiernos progresistas es la redistribución de riqueza sin politización social.  La mayor parte de nuestras medidas han favorecido a las clases subalternas. En el caso de Bolivia el 20% de los bolivianos ha pasado a las clases medias en menos de diez años. Hay una ampliación del sector medio, de la capacidad de consumo de los trabajadores, hay una ampliación de derechos, necesarios, sino, no seríamos un gobierno progresista y revolucionario. Pero, si esta ampliación de capacidad de consumo, si esta ampliación de la capacidad de justicia social no viene acompañada con politización social, no estamos ganando el sentido común. Habremos creado una nueva clase media, con capacidad de consumo, con capacidad de satisfacción, pero portadora del viejo sentido común conservador. ¿Y qué es el sentido común? Los preceptos íntimos, morales y lógicos con que la gente organiza su vida. ¿Cómo organizamos lo bueno y lo malo en lo más íntimo, lo deseable de lo indeseable, lo positivo de lo negativo? No se trata de un tema de discurso, se trata de un tema de nuestros fundamentos íntimos, en cómo nos ubicamos en el mundo. En este sentido, lo cultural, lo ideológico, lo espiritual, se vuelve decisivo. No hay revolución verdadera, ni hay consolidación de un proceso revolucionario, si no hay una profunda revolución cultural. Ese es el gran reto. Es decir, no hay revolución posible si no viene acompañada de una profunda revolución cultural. Y ahí estamos atrasados. Ahí la derecha ha tomado la iniciativa. A través de medios de comunicación, de control de universidades, de fundaciones, de editoriales, de redes sociales, de publicaciones, a través del conjunto de formas de constitución de sentido común contemporáneas.

Una tercera debilidad que estamos presentando los gobiernos progresistas y revolucionarios es una débil reforma moral. La corrupción es clarísimo que es un cáncer que corroe la sociedad, no ahora, sino hace 15, 20, 100 años. Los neoliberales son ejemplo de una corrupción institucionalizada, cuando amarraron la cosa pública y la convirtieron en privada. Cuando amasaron fortunas privadas robando fortunas colectivas a los pueblos de América Latina. Las privatizaciones han sido el ejemplo más escandaloso, más inmoral, más indecente, más obsceno, de corrupción generalizada. Y eso hemos combatido. Pero no basta. No ha sido suficiente. Es importante que, así como damos ejemplo de restituir la res publica, los recursos públicos, los bienes públicos, como bienes de todos, en lo personal, en lo individual, cada compañero, presidente, vice-presidente, ministros, , parlamentarios, gerentes, en nuestro comportamiento diario, en nuestra forma de ser, nunca abandonemos la humildad, la sencillez, la austeridad y la transparencia. No podemos separar lo que pensamos de lo que hacemos, lo que somos de lo que decimos.

Un cuarto elemento de debilidad, es un cuarto elemento que se presenta en la experiencia latinoamericana, y que no la vivieron ni Rusia, ni Cuba, ni China, el tema de la continuidad del liderazgo en regímenes democráticos. Cuando triunfa una revolución armada, la cosa es fácil, porque la revolución armada logra finiquitar, casi físicamente a los sectores conservadores. Pero en las revoluciones democráticas, tienes que convivir con el adversario. ¿Cómo se resuelve el tema de la continuidad del liderazgo? Hay límites constitucionales para una persona. Ese es un gran debate, no fácil resolverlo. Hay varios países en los que se está atravesando ese proceso: Bolivia, Ecuador. Tal vez la importancia ahí de liderazgos colectivos, de trabajar liderazgos colectivos, que permitan que la continuidad de los procesos, tengan mayores posibilidades en el ámbito democrático. Pero incluso a veces ni eso es suficiente. Esta es una de las preocupaciones que corresponde ser resueltas en el debate político. ¿Cómo damos continuidad subjetiva de los liderazgos revolucionarios para que los procesos no se trunquen, no se limiten, y puedan tener una continuidad en perspectiva histórica?

Por último, una quinta debilidad, es la débil integración económica y continental. Hemos avanzado muy bien en integración política. Y los bolivianos somos los primeros en agradecer la solidaridad de esta Argentina, de Brasil, de Ecuador, de Venezuela, de Cuba, cuando hemos tenido que enfrentar problemas políticos. Y gracias a ellos estamos donde estamos. El Presidente Evo está donde está gracias a la solidaridad política de Presidentes y de los pueblos latinoamericanos. Pero integración económica, esto es mucho más difícil. Porque cada gobierno está viendo su espacio geográfico, su economía, su mercado, y cuando tenemos que leer los otros mercados, ahí surgen limitaciones. No es una cosa fácil la integración económica. Uno habla, pero cuando tienes que ver la balanza de pagos, inversiones, tecnología, las cosas se ralentizan. Este es el gran tema. Soy un convencido que América Latina solo va a poder convertirse en dueña de su destino en el siglo XXI si logra constituirse en una especie de Estado continental, plurinacional, que respete las estructuras nacionales de los Estados, pero que la vez con ese respeto de las estructurales locales y nacionales, tenga un segundo piso de instituciones continentales en lo financiero, en lo económico, en lo cultural, en lo político y en lo comercial.

La derecha quiere retomar la iniciativa. Y en algunos lugares lo han logrado, aprovechando alguna de estas debilidades. ¿qué va a pasar, en qué momento estamos, qué viene a futuro? No debemos asustarnos. Ni debemos ser pesimistas ante el futuro, ante estas batallas que se vienen. Marx, en 1848, cuando analizaba los procesos revolucionarios, siempre hablaba de la revolución como un proceso por oleadas. Nunca imaginó como un proceso ascendente, continuo, de revolución. Decía, la revolución se mueve por oleadas, Estamos ante el fin de la primera oleada. Y está viniendo un repliegue. Habrá una segunda oleada, y lo que tenemos que hacer es prepararnos, debatiendo qué cosas hicimos mal en la primera oleada, en qué fallamos, dónde cometimos errores, qué nos faltó hacer, para que cuando se de la segunda oleada, más pronto que tarde, los procesos revolucionarios continentales puedan llegar mucho más allá, mucho más arriba, que lo que lo hicieron en la primera oleada.

Y esta segunda oleada podrá ir más arriba porque tendrá unos soportes, un punto de partida que no lo vamos a ceder. Tendrá a una Bolivia, a una Cuba, a una Venezuela, tendrá a un Ecuador, firmes.

Son tiempos difíciles, pero para un revolucionario los tiempos difíciles son su aire. De eso vivimos, de los tiempos difíciles, de eso nos alimentamos. ¿Acaso no venimos de abajo, acaso no somos los perseguidos, los torturados, los marginados, de los tiempos neoliberales? La década de oro del continente no ha sido gratis. Ha sido la lucha desde abajo, desde los sindicatos, desde la universidad, de los barrios, la que ha dado lugar al ciclo revolucionario. No ha caído del cielo esta primera oleada. Traemos en el cuerpo las huellas y las heridas de luchas de los años 80 y 90. Y si hoy provisionalmente, temporalmente, tenemos que volver a esas luchas de los 80, de los 90, de los 2000, bienvenido. Para eso es un revolucionario. Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida, ese es nuestro destino.

Algo que cuenta en nuestro favor: el tiempo histórico está de nuestro lado. Ellos, lo decía el profesor Emir Sader, no tienen alternativa, no son portadores de un proyecto de superación de lo nuestro. Ellos simplemente se anidan en los errores, en las envidias, de lo pasado. Ellos son restauradores. Ya conocemos lo que hicieron con el continente. Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador en los años 80 y 90. Y nos convirtieron en países miserables, dependientes, nos llevaron a situaciones de extrema pobreza, de vergüenza colectiva. No representan el futuro. Son muertos vivientes electoralmente. Nosotros somos el futuro. Somos la esperanza. Hemos hecho en diez años lo que ni en cien años se atrevieron a hacer ni dictadores ni gobiernos, porque nosotros hemos recuperado la Patria, la dignidad, la esperanza, la movilización y la sociedad civil. Entonces ellos tienen eso en contra. Son el pasado. Ellos son el pasado. Ellos son el retroceso. Nosotros estamos con el tiempo histórico.

¿El fin de la década virtuosa en Sudamérica?