viernes. 29.03.2024
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@jgonzalezok | A las 13.35 de este miércoles, 31 de agosto, el Senado brasileño terminó de votar y condenar a Dilma Rousseff, apartándola de la presidencia, tras encontrarla culpable en el juicio político iniciado ocho meses antes. El delito por el que fue destituida fue el de maquillar las cuentas fiscales al final de su primer mandato, para que la grave crisis económica que se avecinaba no afectase sus posibilidades de reelección en el 2014.

Pero la caída de Dilma fue alimentada por escándalos de corrupción, como los conocidos con los nombres de mensalão y petrolão, que estallaron en los gobiernos de Lula y la propia Dilma. Como hasta ahora no se encontró ninguna prueba consistente de delitos de corrupción en contra de la ya ex presidente, la oposición se colgó de argumentos discutibles para acabar con 13 años de gobiernos del PT –8 años de Lula, 5 de Dilma-, que marcaron el mayor período con una hegemonía política desde el fin de la dictadura militar (1964-1985).

El que fuera vicepresidente de Dilma, Michel Temer, juró su cargo como nuevo presidente inmediatamente después de la destitución de Rousseff. Lo hizo en una ceremonia discreta, en el mismo Senado. Concluirá el mandato que le correspondía a Dilma, es decir, seguirá al frente de Brasil hasta el 31 de diciembre de 2018. Pocos minutos después de la votación del Senado, la página de la presidencia ya exhibía a Dilma Rousseff en su calidad de ex presidente.

En su defensa en el curso del juicio político, Dilma negó en todo momento haber cometido ningún delito e insistió reiteradamente que se estaba perpetrando un golpe: “Hoy, más que nunca, al ser contrariados y heridos en las urnas los intereses de sectores de la élite económica y política, estamos ante el riesgo de una ruptura democrática. Los padrones políticos dominantes en el mundo rechazan la violencia explícita, ahora la ruptura democrática se da por medio de la violencia moral y de pretextos constitucionales para que den apariencia de legitimidad al gobierno que asume sin el amparo de las urnas”.

En su primera declaración como ex presidente, Dilma calificó como “banda de corruptos” el gobierno de Temer. Aseguró que seguirá luchando en la justicia contra su impeachment (juicio político) y aseguró desafiante: “nosotros volveremos”. Insistió en sus argumentos durante el juicio: “El proyecto nacional progresista, inclusivo y democrático que represento, está siendo interrumpido por una poderosa fuerza conservadora y reaccionaria, con el apoyo de una prensa facciosa y venal. Van a capturar las instituciones del Estado para colocarlas al servicio del más radical liberalismo económico y de retroceso social”.

Dilma había sido apartada temporalmente de su cargo el pasado 12 de mayo y desde entonces esperaba sola en la residencia oficial de los presidentes en Brasilia, el Palacio de Alvorada, el transcurso del proceso. Ahora volverá a Porto Alegre, al sur del país, donde vive su hija y sus dos nietos. La sentencia del juicio político no la inhabilita para cargos públicos, por lo que podría ser candidata en el futuro a algún cargo electivo. Dejó la puerta abierta al decir: “No les diré adiós, tengo certeza de que puedo decir hasta pronto”.

Dilma Rousseff es la segunda presidente de Brasil que deja el poder después de un juicio político, aunque las razones han sido distintas. En 1992 fue Fernando Collor de Mello, que dimitió antes de que comenzara el impeachment ante pruebas flagrantes de corrupción. Eso no le impidió volver a la actividad política e, increíblemente, fue uno de los senadores que votó ahora contra Dilma.

Por cierto que no fue la primera vez que Dilma Rousseff enfrentaba un juicio y era condenada. Con solo 22 años e integrando un grupo armado que enfrentaba la dictadura militar, había sido condenada en 1970 a seis años de cárcel, después de haber sido torturada. De aquella pena cumplió 28 meses en la prisión de Tiradentes, en São Paulo.

El desenlace de esta crisis deja seriamente tocado al PT, con el ex presidente Lula investigado por casos de corrupción y numerosos dirigentes del partido en la misma situación o directamente condenados y en la cárcel. Las elecciones municipales en el próximo mes de octubre serán una prueba de fuego para el partido.

El gobierno de Temer se sustenta en la alianza del PMDB –el propio partido del presidente, que había apoyado a los anteriores gobiernos del PT- y el PSDB, del ex candidato presidencial Aécio Neves. Se trata de dos partidos de centro derecha, que tendrán otros aliados menores. En el parlamento de Brasil hay más de 30 partidos con diputados y senadores. Una diversidad que hace difícil la gobernabilidad y que históricamente ha obligado a los presidentes a hacer alianzas a cambio de cargos en el gobierno.

Temer, de 75 años, tiene una imagen positiva en las encuestas de menos del 10 % de los consultados. Prestigioso constitucionalista y veterano en las batallas parlamentarias, está casado en terceras nupcias con una joven de 32 años. Tiene una imagen gris, fría, de mayordomo de película de terror. Carece del carisma para enfrentar los desafíos que tiene el país y no está exento de sospechas de corrupción que pueden complicarle el futuro. Cuatro causas en las que el Tribunal Electoral investiga la financiación ilegal en la campaña de 2014 lo tienen como sospechoso.

Entretanto, el país sigue con una profunda crisis económica y social. El mismo día del apartamiento de Rousseff se conoció que el PBI se había reducido un 0,6 % durante el segundo trimestre del año, siendo el sexto trimestre consecutivo con tasas negativas. La mayor economía de América Latina, según varios cálculos, terminará el año con una contracción del 3 % de su PBI. El crecimiento económico será el principal desafío de Michel Temer, que ya empezó a aplicar medidas de ajuste para tratar de poner en orden las cuentas del país, aunque a un importante costo social. El principal problema es el desempleo, casi 12 millones de personas. 

Se acaba una era en Brasil con la destitución de Dilma Rousseff