domingo. 28.04.2024
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Vivimos un momento de la historia en el que vuelve a ser necesario, como tantas veces en el pasado, rediseñar el mundo. Habrá quien diga que si es necesario precisamente en medio de tanta convulsión, pero negarlo sería tanto como no darse cuenta de que las convulsiones son el resultado de que se tambalean las viejas paredes, las que es necesario reparar.

Parece inevitable, en primer término, tomar nota de que vamos hacia una creciente complejidad, y por eso una obvia determinación tendría que ser posicionarse en contra de las soluciones fáciles. Pongo un ejemplo: la inmigración resulta un difícil problema de metabolización para nuestras sociedades tradicionales, pero sin ella no será posible mantener el sistema productivo ni el relevo generacional. El dinero que se destina a la gestión de estas dificultades no es un gasto, es una inversión.

Parece claro que el sistema económico dista mucho de ser sostenible, y ni siquiera hablo de ecología. Cada vez son más los ciudadanos que legítimamente no quieren trabajar en un mercado que les remunera cada vez menos, que no satisface sus necesidades básicas o que directamente hace explotación de ellas (estoy pensando en la vivienda). El resultado está empezando a ser la falta de mano de obra en algunos sectores y el desabastecimiento en algunas cadenas, no hagamos como que no nos hemos dado cuenta. Cuando la sociedad se vuelve tan dual que trabajar ya no es suficiente para vivir, que no se puede construir un proyecto, la gente se aparta de una realidad que no le da respuestas y busca las respuestas en fantasías. O los poderes públicos corrigen esto, o cada día estaremos un paso más cerca del colapso.

Los poderes públicos son las únicas instancias ordenadoras en un mundo que es el resultado de la fiesta neoliberal impulsada desde el mundo anglosajón hace ya más de cuarenta años

Y sí, menciono a los poderes públicos porque se perfilan cada vez más como únicas instancias ordenadoras en un mundo que, lo siento, es el resultado de la fiesta neoliberal impulsada desde el mundo anglosajón hace ya más de cuarenta años, y a la que Europa se ha sumado de forma irresponsable durante demasiado tiempo. Los ciudadanos tenemos que elegir entre caricaturas como estamos viendo en algunos lugares, con propuestas políticas que no son más que la culminación del disparate del todo vale, y aceptar que es preciso formular en voz alta lo que un día, erróneamente, dimos por evidente: que es necesario organizar la complejidad desde posturas racionales, y que las posturas racionales no llegan solas hasta los Gobiernos, sino que hay que llevarlas hasta ellos. Si el año que viene, en las elecciones europeas, volvemos a pensar que solo sirven para castigar a los que nos caen mal y votar candidatos exóticos, y no para hacer el diseño de Europa y marcar la orientación de los que redactan las directivas, volveremos a dejar las cosas de comer en manos de los que se las comen sin dejar ni las migas.

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