jueves. 28.03.2024
diaz ayuso
Isabel Díaz-Ayuso

“Estoy obligado a registrar los hechos que me cuentan,
pero no estoy obligado a admitir su veracidad”

(Heródoto de Halicarnaso: “Historias”)


Durante mi ya larga vida he leído lo suficiente para saber que tengo que explicar con claridad lo que pienso en la medida que escribo, pero lo que no he aprendido es a negar la realidad tal como la veo y en la que vivo. Y en esta realidad que contemplo, espectador curioso de cuanto acontece en el mundo que describe lo que ve, como decía Ortega, considero que esta sociedad, además de una crisis de valores, está padeciendo una cierta castración mental; nos estamos volviendo estériles para la sana crítica y la verdad de la realidad, anestesiados, tal vez, por el cansancio de unos largos meses difíciles, atrapados en el antes y el después de las mentiras. Produce incertidumbre ver cómo los mismos hechos, la misma realidad en la que vivimos, se interpreta de forma distinta según se posicione cada persona o grupo ante un mundo contradictorio, en el que, para algunos, ante la evidencia, la lluvia no es lluvia y la solidaridad no es un valor. Hay personas que ven borrascas en cualquier chubasco y predican cataclismos cuando arrecia el viento: abundan los agoreros del odio y las calamidades. De ahí que haya puesto en el frontal de estas reflexiones la frase de Heródoto: “Estoy obligado a registrar los hechos que me cuentan, pero no estoy obligado a admitir su veracidad”, y menos en estos tiempos en los que a través de tantos canales y redes sociales, más que informar, se desinforma, y se nos transmiten mentiras intencionadas, envueltas en paquetes que se presentan como “la verdad”, o, como dirá Ortega, “verdades insuficientes”. La realidad, precisamente por serlo y hallarse fuera de nuestras individuales mentes, sólo puede llegar a una sociedad plural multiplicándose en mil formas de pensar y de opinar, que, aunque legítimas, no conforman una sociedad veraz y creíble. Es lo que escribe Eugenio d’Ors en su obra “El secreto de la filosofía”; la filosofía debe ser eliminadora de los falsos saberes, pues compete a la filosofía “hacer de vuelta los viajes que hace de ida el vivir” y cómo integrar la razón a la vida. O como añade Ortega, así como a las ciencias particulares delimitan su objeto de realidad, no lo hace la filosofía, sino que quiere conocer “todo cuanto hay en ella”. Ortega, al igual que Nietzsche, reivindica la idea de perspectiva como consecuencia de la importancia extrema que atribuye a la vida, su contingencia, su multiplicidad y su fragilidad y su pregunta acerca del hombre no obtiene una respuesta esencial sino histórica.

Y ¿qué es la perspectiva, tesis fundamental en la filosofía de Ortega? Consiste en afirmar dos cosas: que todo conocimiento está anclado siempre en un punto de vista, en una situación concreta y que la realidad misma esencialmente es multiforme que, como define, es perspectivista. Frente a dos teorías que Ortega considera incompatibles, el objetivismo y el subjetivismo, él apuesta por el perspectivismo con el que intenta superar ambas: para el objetivismo -que Ortega llama dogmatismo-, si existe la verdad, tiene que ser una y la misma para todo individuo, toda cultura, toda época y en cualquier circunstancia, está fuera del tiempo y del espacio; el subjetivismo es la doctrina totalmente opuesta: los rasgos y la idiosincrasia del sujeto que conoce determinan todo el conocimiento que pueda alcanzar. Si el objetivismo considera al objeto como el único responsable de las apariencias de la realidad hasta desembocar en los diversos racionalismos e idealismos, el subjetivismo defiende todo lo contrario al afirmar que dichas apariencias son mero producto de la peculiaridad del sujeto, por tanto, no hay verdades universales puesto que toda verdad está influida o determinada por el modo de ver y ser del sujeto que la conoce hasta desembocar en el relativismo y, en último término, en el escepticismo. Frente a ambas teorías, la tesis de Ortega es que la realidad no puede ser más que una: el perspectivismo; la perspectiva pertenece a la realidad, de ahí que si el espectador cambia de lugar también cambia la perspectiva, pero si es sustituido por otro espectador en el mismo lugar la perspectiva permanece idéntica, ya que la perspectiva es el resultado de la influencia que ejerce la realidad en el sujeto que conoce. La rea­lidad no puede ser mirada sino desde el punto de vista que cada cual ocupa en el universo. La perspectiva es uno de los componentes de la realidad y lejos de ser su deformación, es su organización. Una realidad que vista desde cualquier punto resultase siempre idéntica es un concepto absurdo dirá Ortega. La fuerza de su verdad está en la comprensión de que ambos, sujeto y objeto, son inseparables.

Para Ortega la dimensión perspectivista de la realidad no se limita a los aspectos de la percepción, también alcanza a dimensiones más abstractas de la realidad: los valores y la propia verdad. Del mismo modo que nuestros ojos son los órganos receptores de los aspectos visuales de las cosas y sólo ellos las pueden captar en sus dimensiones perspectivistas, nuestra mente es como un órgano perceptor de verdades. Nuestra mente nos predispone para captar ciertas verdades y ser ciegos a otras, y lo mismo ocurre con cada pueblo y cada época, que tienen también su peculiar modo de ver la verdad, su peculiar punto de vista. La única perspectiva falsa es la que pretende ser la única, la verdad no localizada, no dependiente de ningún punto de vista fuera del tiempo y del espacio; esto es el racionalismo. No le basta la razón para contemplar y captar la realidad, sino que es necesario acudir a la “realidad radical”, que es la vida, “ese quehacer del yo con las cosas, que llamamos la vida”. Frente a la razón pura del racionalismo, Ortega propone una razón que sea capaz de integrar la dimensión perspectivista de la realidad; la razón vital y, a su vez, la razón vital es constitutivamente razón histórica; ésta nos muestra que las diferencias individuales, las peculiaridades de cada pueblo y de cada momento histórico, no son impedimentos para alcanzar la realidad, al contrario, gracias a ella se puede captar la realidad que corresponde a ese tiempo y ese espacio, pues cada individuo posee su punto de vista esencial e insustituible, hasta llegar a acuñar en “Meditaciones del Quijote” su célebre axioma: “Yo soy yo y mis circunstancias”.    

Patrimonializar lo público consiste en acudir de continuo al Constitucional cuando cualquier acción, proyecto o propuesta del gobierno legítimo no gusta a la oposición

Esta introducción sobre Ortega y su tesis sobre la perspectiva me sirven de percha para tejer las siguientes reflexiones sobre esa corrupción consentida que es la patrimonialización de lo público; y patrimonializar lo público consiste en acudir de continuo al Tribunal Constitucional cuando cualquier acción, proyecto o propuesta del gobierno legítimo que a la oposición no les gusta; es un absurdo y mal se entiende que, aquellos que dicen defender la Constitución, la defiendan no cumpliéndola; y lo que sin duda es contrario al espíritu de esa Constitución que tanto dicen defender, es el afán desmedido que muestran algunos partidos y grupos políticos por patrimonializar lo que es de todos; valgan algunos ejemplos: hacer suya en exclusiva la propia Constitución que incluso no votaron, apropiarse de muchas Instituciones, como la Monarquía o el poder judicial o ciertos símbolos del Estado, incluso ciertas palabras: verdad, patria, poder, lealtad, libertad, lengua… Resulta cómico, si no se convirtiera casi ya en una categoría de enorme cinismo, que los mismos que insultaban hasta la calumnia a Pedro Sánchez, que representa la Institución “Presidencia de la Nación”, en el desfile del pasado 12 de octubre pretendieran patrimonializar para su interés el día de la Fiesta Nacional, fiesta de la concordia y, aplaudiesen a la “cabra” de la Legión, de la que ignoro qué representa o qué simboliza. Son aquellos que añoran lo que decía aquel “tópico” verso de Jorge Manrique de que “todo tiempo pasado fue mejor”; otros los sustituimos por: “todo tiempo pasado simplemente fue anterior”; lo que importa, lo que se impone y conviene, no es retroceder mirando al pasado, sino construir, llegar a ser, progresar con la mirada puesta en el futuro. Hay que acudir a la crítica, no a la queja; quejarse en el Parlamento, o acudir a los tribunales para todo, como vemos que hace la oposición permanentemente, sirve ya de poco o de nada. Frente a la corrupción, esa corrupción consentida, al ver cómo otros se lo pasan bien con el dinero de todos, cuantos más ojos estén vigilando, cuantos más ciudadanos critiquen y denuncien a los corruptos (tengan éstos corona, poder, solideo o boina), más difícil lo van a tener, porque la corrupción sólo triunfa cuando se normaliza.

Según la RAE, patrimonializar es hacer que algo pase a formar parte de los bienes materiales o inmateriales que se consideran como propios; consiste en lograr que un bien, cultural o natural, sea declarado con la categoría de patrimonio, basado en el significado e importancia que posee como parte de la identidad y autenticidad que representa y simboliza para un pueblo, por lo que, a través de este proceso, se consigue proteger y conservar dicho bien, como herencia y legado para las futuras generaciones. Lo importante es que todo aquello que sea identificado como “patrimonio” realmente se proteja, se reconozca como común, público y de todos y se mantenga y se conserve como merece, que se le dé el valor y la importancia que su designación como patrimonio posee y se asignen los fondos necesarios para su preservación. El hilo conductor de estas reflexiones es analizar la relación entre el pasado y el presente para mejorar el futuro y su objetivo, analizar ese proceso de estratificación y apropiación en un desmedido interés por patrimonializar lo público, lo de todos, en propiedad o pertenencia partidista, resignificando todos aquellos símbolos, administraciones e instituciones que, siendo de todos, hay quienes pretenden que sean propiedad de unos cuantos: ellos.

El patrimonio es algo arbitrario, se trata de una convención social. De ahí que podamos patrimonializar algo que, hasta un momento dado, no era o no es considerado como tal; posee sentido de carácter dinámico, cuando se decide qué es y qué no es patrimonio. Para comprender la importancia de la función simbólica del concepto patrimonio en un contexto de cambio, es importante entender cómo se llegan a legitimar distintas visiones del pasado, entendiendo los hechos que lo configuran, su interdependencia y su sentido histórico. No se puede aceptar que una situación de privilegio como fue el franquismo, se haya convertido en beneficio de un patrimonio privado. Lo que ha sido un hecho a lo largo del tiempo, no puede convertirse en un derecho por el que se apropia y transforma en patrimonio e interés particular lo que es público. El acceso desigual a los símbolos en un tiempo pasado y la estructura de poder conseguido no legitima su propiedad exclusiva en el presente y menos en el futuro. La realidad poseedora y exclusiva de un tiempo pasado, conseguida por la fuerza, no legitima su pertenencia y su derecho excluyente en el presente. Hay que repensar el futuro, analizando en el presente lo que fue una usurpación ilegítima en el pasado, buscando estrategias que resitúen, en el marco de todos, aquellos símbolos e instituciones que han patrimonializado unos cuantos con su visión del pasado.

Pensar, como piensa la derecha, que les pertenece la historia y la memoria histórica como su herencia patrimonial e irrenunciable, es traicionar la propia historia y su memoria

Si el patrimonio es un bien material o simbólico que se transmite para resguardar, lo mismo la propiedad privada que la pública, como la historia, la memoria histórica, la cultura o las lenguas, como conocimientos compartidos, desde hace algún tiempo, uno de los temas que ha acaparado la atención de muchos ciudadanos sobre el patrimonio cultural es la intervención de grupos o movimientos políticos que se manifiestan en los espacios públicos y utilizan instituciones, monumentos, plazas y calles, como patrimonio exclusivo para exponer y defender sus ideas y sus intereses. Este debate se ha visto polarizado entre conservadores, que rechazan la evidencia y quienes, desde una visión progresista de la historia, consideran que lo material y lo intangible no permanecen fijos, pues su función debe contemplar la reescritura de la memoria que registran. Pensar, como piensa una parte importante de la derecha y la ultraderecha españolas, que les pertenece la historia y la memoria histórica, como su herencia patrimonial e irrenunciable, es traicionar la propia historia y su memoria; pensar que se debe anular la diversidad e imponer su pensamiento único, convertir a la sociedad en ciudadanos clónicos, incapaces de pensar y conducirse por sí mismos, es apostar por un país excluyente. Bien los explicó Kant en su corta obra ¿Qué es la Ilustración? Y así comienza su respuesta: “La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la ilustración. La pereza y la cobardía son causa de que una gran parte de los hombres continúe a gusto en su estado de pupilo, a pesar de que hace tiempo la Naturaleza los liberó de ajena tutela; también lo son de que se haga tan fácil para otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo no estar emancipado!”

Ante la tentación de que haya grupos de poder y políticos que pretendan apoderarse de lo público en exclusiva, se impone regenerar nuestra política española. El problema no es la política como actividad, necesaria para gestionar los asuntos públicos, sino la falta de ética y memoria histórica y la permanencia indefinida de los representantes de las distintas instituciones que terminan creyendo que jamás serán desposeídos del cargo. Ello conduce, más tarde o más temprano en función de la integridad moral de cada cual, a establecer relaciones endogámicas que forman el abono nutritivo donde crece la corrupción. Hay que evitar la “patrimonialización” de lo público, obligando a una temporalidad en el ejercicio del servicio público, en cualquier nivel; pero nos sobra egoísmo y nos falta generosidad. Y puesto que hay que aterrizar para poder explicar con más claridad lo que uno quiere expresar, expongo algunas conductas concretas de lo que, a mi juicio, están siendo ejemplos evidentes de lo que significa patrimonializar lo público.

Estoy leyendo un libro de no ficción, entre guía urbana, relato personal, erudición histórica y jugoso anecdotario, de Andrés Trapiello, cuyo rotundo título es “Madrid”. Y las siguientes anotaciones históricas, que no son mías, sino del autor en su libro, se las dedico, con ironía, sí, pero, sin duda, con severa crítica por la ignorancia que demuestran ambos, a la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, “IDA” para sus amigos o enemigos, y al señor diputado, presidente de VOX, Santiago Abascal, “fanático adalid de don Pelayo”. Y subrayo “ignorancia” porque ambos, traicionando la verdad, han patrimonializado la memoria histórica, la propia historia y lo que es de todos: Madrid.

Según Trapiello, citando a la catedrática de historia medieval, Cristina Segura, las dataciones más fiables, es que Madrid, después de unos primitivos y poco estables poblados paleolíticos, romanos y góticos, había sido un primer asentamiento musulmán (entre los años 850-886), al que Mohamed I, dependiente de Toledo, dio carta de naturaleza como ciudad, dotándola de un alcázar (donde hoy está el Palacio Real) y una muralla para defenderse de los reyes cristianos, de Ramiro II, que la saqueó y de Ordoño I. Los árabes aprovecharon los buenos acuíferos del lugar y canalizaron el agua con diferentes viajes o minas subterráneas, llamadas mayrat, y de ahí que dieran a ese lugar el nombre de Mayryt, que evolucionó pronto a Magerit. Al tiempo que reñían en el campo de batalla moros y cristianos, se buscaron alianzas y cambalaches. Fue lo que sucedió entre Alfonso VI y el rey moro de Toledo, que pactó secretamente la rendición de esta ciudad si Alfonso le ayudaba a hacerse con la taifa de Valencia, uno de los pequeños reinos en los que se dividió el califato de Córdoba. Alfonso VI (apodado El Libertador o El Bravo) fue el primer rey cristiano que entró en Mayrit (el mismo que mandó al destierro al Cid). Los cristianos buscaron cristianizar el nombre de Mayrit sin alejarse mucho del origen, y encontraron la palabra justa en arroyo (matrice en latín) y de Matrice a Matrit el camino fue también corto. Si los cristianos emplearon Matrit, para los moros era Magerit. Llegar al nombre de Madrid fue solo cuestión de tiempo. Fue en 1118 cuando los almorávides dejaron definitivamente Madrid en manos cristianas.

Matrit, o Magerit, o Madrid, no la ha descubierto la presidenta Ayuso, no es de su propiedad y no puede utilizar ni la ciudad ni el nombre de Madrid a conveniencia y como le venga en gana

¡Qué casualidad y qué aleccionadora es la historia! Matrit, o Magerit, o Madrid, no la ha descubierto la presidenta Ayuso, no es de su propiedad y no puede utilizar ni la ciudad ni el nombre de Madrid a conveniencia y como le venga en gana. Está de paso como presidenta y espero que el paso sea breve. Tal vez, en la memoria histórica de los futuros madrileños la recuerden, apenas, “como aquella política del partido popular” que, apropiándose indebidamente de la palabra “libertad”, libertad que aquellos que, durante el franquismo, lucharon hasta con su vida por conquistarla y a los que ella denigra e insulta, ocupó, por algún tiempo, la presidencia de dicha Comunidad, y “poco más”. Y al señor Abascal recordarle que a España no la reconquistó don Pelayo y que Magerit, antes que de los reyes cristianos, por mucho que le escueza a don Santiago, fue de los árabes, o de los moros, como él despectivamente los llama.

Acabo con esta frase latina, que comparto, y que Trapiello inserta en su texto: “Ubi bene, ibi patria” (Tu patria está en donde te encuentras a gusto). Y yo, personalmente, con Ayuso y Abascal, no me encuentro a gusto ¡Qué duro, siendo madrileño, se me está haciendo Madrid!

“Patrimonializar lo público”