miércoles. 24.04.2024

Estado de ánimo colectivo

La expresión es de Calvin Coodlige presidente de EEUU (1923-1929), del partido republicano. Dijo que la Navidad no es un momento, ni una estación, sino un “estado de la mente”. Lo ha recordado el periodista de La Vanguardia, Màrius Carol. Parafraseando a Coodlige ha dicho que se trata de “un estado de ánimo colectivo, donde emergen valores humanísticos”. Y es aquí cuando uno empieza a plantearse algunas cuestiones no resueltas en el terreno comparativo del pensamiento e historia de las ideas. Más en concreto, entre las relaciones que suelen establecerse entre el cristianismo y las festividades religiosas impulsadas por la Iglesia católica y esos supuestos valores que con toda la alegría del mundo califican como humanísticos. 

La tesis habitual es sostener que el cristianismo es la fuente nutricia del humanismo. Y, además, lo es de un modo exclusivo y excluyente frente o al margen de otras opciones derivadas del pensamiento sea occidental u oriental. Al parecer, el taoísmo, el budismo, por traer a colación dos corrientes espirituales de la civilización, no son humanistas sino descendientes de vete a saber qué recóndita fuente.

No solamente. Este humanismo al que se hace referencia solo puede tener cabida en las personas que son creyentes, a fin de cuentas, los ateos y los agnósticos, pongo por caso, son la antítesis del ser humano, y a quienes “les falta lo fundamental para ser tales”.

La tesis habitual es sostener que el cristianismo es la fuente nutricia del humanismo. Al parecer, el taoísmo, el budismo no son humanistas sino descendientes de vete a saber qué recóndita fuente

Creer en Dios

Parece que solamente creyendo en Dios uno puede ser buena persona y respetuoso con los demás. Y que solo el cristianismo te da ese plus de dignidad para poder llamarse hombre y mujer. Lo que pasa es que a estas alturas de la película está más que demostrado que matar y violar, estafar y robar -no sé si a partes iguales-, no es patrimonio exclusivo de los ateos, por decirlo de una manera resuelta. Más aún, tiendo a pensar que son los creyentes, no solo porque estadísticamente son más que los ateos, quienes engrosan en mayor número la estadística de estos protagonistas de la crónica negra y que, desgraciadamente, ni Dios, ni la fe en su Providencia, evitan que, por ejemplo, en estas fiestas navideñas, sigan haciéndola. Ni siquiera ese “estado emocional colectivo navideño” los libra de cometer tales afrentas que atentan, incluso, contra las tablas de Moisés. Las víctimas por la violencia machista se han disparado en este mes de diciembre.

En principio, lo lógico sería pensar que estas personas que han asesinado a sus parejas hubieran olvidado el significado de la Navidad, como dice Carol, pero, desgraciadamente, no es así. 

Ni siquiera ese “estado emocional colectivo navideño” los libra de cometer tales afrentas que atentan, incluso, contra las tablas de Moisés

Poner el pesebre 

El periodista se refería a los políticos de la Mesa del Parlament a quienes afeará por “no poner un pesebre para no ofender a nadie” en el Parlament. No solo. También, censuraría al “Tribunal Administrativo de Montpellier que obligó al alcalde de Perpiñán a retirar el belén del consistorio en aras de la laicidad, protegida por la ley”. Así que lo más seguro es sostener que esos políticos como los componentes de ese Tribunal gabacho son muy malos, porque no cultivan esos valores humanísticos y seguro que esta carencia se debe a que no poseen ese estado mental necesario para acceder a ellos. Un conductismo interpretativo como la copa de un abeto, por no decir una interpretación intransigente, típica de quienes aún siguen considerando estar en posesión del concepto de humanismo y lo que este significa axiológicamente. Bueno, significa lo que uno quiere que signifique. 

Lo que ya no sé es si ese estado emocional navideño también abandonó a un colombiano que “puso el abeto navideño cabeza abajo para lucirlo en Tiktok” y lucir así su estupidez mental en las redes sociales. Claro que poner este hecho al mismo nivel desgraciado que la decisión tomada por la Mesa del Parlament y del Tribunal de Montpellier, y eso es lo que hace Carol, refleja, no ya una intención menos “humanística” que la que en principio reflejaba tan solo la crítica del periodista catalán, sino un sarcasmo poco edificante, poniendo en duda su hipotético talante liberal como buen burgués.

No sé qué relación pueda haber entre el derecho y el estado mental de la Navidad; supongo que la misma que entre una calabaza y un cesto remolachero

Lo confirmaría definitivamente su comentario final: “Hay gente que ha perdido la noción que es el derecho y el revés, lo malo es que a menudo sus decisiones afectan a nuestras vidas”. No sé qué relación pueda haber entre el derecho y el estado mental de la Navidad; supongo que la misma que entre una calabaza y un cesto remolachero. Sin embargo, para el periodista parece que guardan estrechan relación, pues sitúa en el mismo nivel de despropósito a los tres, calificando sus decisiones de “absurdas”, la de los políticos, la del tribunal francés y la del imbécil del abeto.

Decisiones absurdas

Sin duda que, en efecto, hay “decisiones absurdas”, no solo de los políticos, que afectan a nuestras vidas, pero no se entiende muy bien por qué ha de torturarnos la decisión de la Mesa del Parlament o la del Tribunal Administrativo de Montpellier, cuando se han limitado a cumplir lo que manda la Ley o la Constitución. Ni siquiera invocando ese humanismo universal y fraterno se llega a comprender el alcance de esa maldad. Hay que ser muy mal pensado para hacerlo. Se daría a entender que existen leyes que se han establecido únicamente para joder a la ciudadanía, pues su aplicación en la vida cotidiana inducen al absurdo y ya se sabe que, cuando nos instalamos en él podemos perpetrar cualquier crimen, como ya dijera Camus, en El mito de Sísifo.

Es una pena que la actitud de la Mesa del Parlament, la del Tribunal Administrativo de Montpellier -la del imbécil del abeto la dejaremos de lado por inaplicable-, no se imite por el resto de las instituciones del Estado de este país cumpliendo así lo que exige un Estado Aconfesional de España. Y es una lástima que no haya jueces que presenten querellas contra quienes infringen dicha neutralidad, que es una obligación que los políticos deben cumplir a rajatabla, a no ser que antepogan sus “estados animosos mentales navideños” al sostenimiento de la neutralidad confesional que marca el artículo constitucional. 

Si se es respetuoso con la Constitución no cabe colocar un belén en las instituciones públicas del Estado, porque iría contra la naturaleza aconfesional y neutral de este

No parece pues, que, en principio, cumplir con lo que dicta la Constitución tenga consecuencias negativas para la sociedad. Tampoco, parece que sea el origen de comportamientos absurdos, sino, más bien, todo lo contrario, aunque de todo hay en la viña de Montesquieu.

Lo que quiero decir y digo es que si se es respetuoso con la Constitución no cabe colocar un belén en las instituciones públicas del Estado, porque iría contra la naturaleza aconfesional y neutral de este. Quienes lo hacen, aunque digan estar poseídos por un estado mental navideño irrefrenable, deben saber que se colocan fueran de la Constitución, así que lo más educado por su parte sería no dar la murga diciendo que son constitucionalistas porque no lo son. Ni de pico. 

Debilidad democrática

Poner un belén en un espacio o institución pública puede que no tenga una importancia decisiva en nuestras vidas, pero sí es un síntoma de la debilidad democrática y mental de los políticos a la hora de cumplir la Constitución y una dejación del poder civil frente al poder religioso que sigue campando a sus anchas en este terreno de las llamadas tradiciones religiosas, muchas de ellas ajenas por completo al humanismo que se reclama para la religión que da origen a aquellas. Si tuviéramos que ser fieles a la tradición y sobre todo a las tradiciones que han tenido como origen la religión católica, nos encontraríamos todavía en tiempos de Chindasvinto.

Invadir el espacio público institucional con una simbología religiosa, como es un belén, no es constitucional. Y no es un acto neutral, religiosa e ideológicamente hablando. Es una usurpación que no tiene ningún apoyo legal, ni constitucional. Nos guste o no, no lo es. Podrán invocarse cualquier tipo de reclamos argumentativos, pero todos ellos son deleznables, incompatibles con la existencia de un Estado Aconfesional que lo impide y que los jueces deberían tutelarlo, cosa que, evidentemente, no lo hacen.

Invadir el espacio público institucional con una simbología religiosa, como es un belén, no es constitucional. Y no es un acto neutral, religiosa e ideológicamente hablando

Existen muchísimos ayuntamientos que incumplen ese principio constitucional colocando belenes en los zaguanes o despachos municipales. La lista es infinita. A todos ellos les vendría bien que un tribunal administrativo como el de Montpellier los fumigase con la ley, pero está claro que la aconfesionalidad del Estado español tiene que aprender mucho del laicismo del Estado francés.

Simbología religiosa y franquista

Hay quienes sostienen que quienes defendemos el cumplimiento de la aconfesionalidad constitucional y, en el caso concreto de la negativa a la presencia de los belenes en las instituciones públicas, lo hacemos para desactivar el sentimiento religioso. Para nada. Allá cada cual con sus sentimientos, sean religiosos o patafísicos.

Lo único que se pide es que se cumpla lo que establece la Constitución. Si esto es absurdo o atenta contra los sentimientos religiosos de las personas, es evidente que tenemos un problema, Moncloa. 

¿Cómo puede la Iglesia decir que el cristianismo es fuente de humanismo y apoyar un golpe de Estado y una guerra civil apelando a ese humanismo cristiano?

Lo absurdo estaría en que la Constitución declare la aconfesionalidad del Estado y que la mayoría de los políticos de este país no la cumplan. Si la simbología franquista-fascista sobra en las calles, tal y como exigía la Ley de Memoria Histórica estatal de 2007, lo mismo cabría decir de la simbología religiosa, implícitamente prohibida por la Constitución de 1978. ¿Por qué esta habitual deferencia del poder político con la Iglesia, máxime cuando la mayoría de sus emblemas e iconos religiosos fueron enarbolados como símbolos esenciales de la santa Cruzada, es decir, de los golpistas y, más tarde, del nacionalcatolicismo infame? ¿Cómo puede la Iglesia decir, sin que se le caiga la cara de vergüenza, que el cristianismo, del que se hace propietario en exclusiva, es fuente de humanismo y apoyar un golpe de Estado y una guerra civil apelando a ese humanismo cristiano? 

Una de dos

Así que, o una de dos, o el poder legislativo en una sesión parlamentaria se carga la declaración de aconfesionalidad en la Constitución o, de una vez por todas, se aplica el correspondiente castigo a quienes de forma reiterada infringen dicho principio de convivencia y de respeto social en materia de creencias religiosas y, también, de no creencias o de creencias que ante la Iglesia dejan mucho que desear o están condenadas por su dogmática opinión. Y no solo me refiero al ateísmo, sino al agnosticismo, deísmo y teísmo. La ley solo protege el sentimiento religioso del católico, pero no el sentimiento del ateo. ¿No tienen el mismo derecho ambos sujetos a ser protegidos por la ley?

Puede que, como dice el periodista Màrius Carol, la Navidad sea un “estado mental” o “un estado de ánimo colectivo”. Esperemos que no se trate de un estado más o menos febril o catatónico que produce en quienes lo padecen tal obnubilación que les lleva a olvidar que, tanto en Navidad como en el resto de los meses del año, viven en un Estado Aconfesional, donde el respeto -valor humanístico por excelencia-, debe cultivarse por encima de nuestras propias creencias religiosas, siempre exclusivas y, en el caso de la católica, excluyentes. 

La ley solo protege el sentimiento religioso del católico, pero no el sentimiento del ateo. ¿No tienen el mismo derecho ambos sujetos a ser protegidos por la ley?

Por lo demás, nada les impide manifestar su estado emocional navideño tanto a nivel individual como colectivo. Monten sus belenes en casa y en las iglesias donde acostumbran a cumplir con Pascua Florida. ¿Qué problema tienen con limitarse a expresar su fe y sus estados emocionales religiosos de un modo discreto y en comunión con quienes piensan y sienten de igual modo, asistentes a un mismo templo, fanáticos en sentido etimológico? ¿Piensan que si lo hacen de manera pública serán más queridos a los ojos de Dios, porque esto es lo que al final les importa, no?

Si no es así, lo será porque la Iglesia y los creyentes que la defienden no se han desprendido aún de ese afán nacionalcatólico por impregnarlo todo con el signo de la cruz y del cirio pascual. 

En la necesidad imperiosa que tienen los creyentes de poner belenes por todas las calles y rincones de la ciudad en este tiempo, incluidas las instituciones públicas aconfesionales, importándoles muy poco la situación de pluralidad religiosa de la ciudadanía, hay un afán antidemocrático intolerante que no casa nada bien con los valores humanísticos que, como Carol, dicen que son producto de la factoría del cristianismo. Si es así, habrá que concluir que el cristianismo tiene todavía mucho que aprender de Montesquieu e, incluso, del agnóstico Voltaire y olvidarse de la Patrística eclesial.

Montando el belén