Víctor Moreno ha publicado recientemente “Con el palio hemos topado. Tradiciones religiosas y representación política” (Editorial Pamiela). No es la primera vez que el autor reflexiona sobre esta materia. Sus libros anteriores El desorden social de la blasfemia, El soborno del cielo, Santa Aconfesionalidad, virgen y mártir y Los obispos son peligrosos así en la tierra como en el cielo, tienen el nexo común de analizar la presencia de lo religioso en la sociedad y su relación nada fácil con el poder político institucional.
Religión y política, a priori, parecen dos ámbitos muy diferentes y, sin embargo, se han mezclado a lo largo de la historia. ¿A qué crees que se debe esa fusión?
Religión y política son manifestaciones de la naturaleza humana que no deberían mezclarse entre sí. Y, si lo han hecho, no ha sido por accidente o por casualidad. Desde que la religión se convirtió en Religión del Estado y el Estado vio en ella una fuerza más poderosa de cohesión social que la propia política, ambas fueron de la mano. Las dos son responsables de dicha fusión explosiva que, en determinadas épocas, ha echado chispas, mostrando que su unión fue contra natura. Lógico, el Estado administra realidades y la religión es una idea sin fundamento empírico alguno. En definitiva, en el origen de esa fusión estuvo el huevo de la ambición, el poder y el dinero, tan nefastos en política como en religión.
¿Esa unión tiene uno de sus máximos exponentes en el Estado español?
En España se puede afirmar que hay un exceso de manifestaciones religiosas externas en casi todas las esferas de la sociedad, incluso en las instituciones oficiales que, por definición constitucional, son aconfesionales. No solo es debido a que durante más de cuarenta años remotos, el Estado fue confesional convirtiéndolo en una sacristía; también, a que la población sigue viviendo la religión como parte de su identidad nacional, lo que agrava su relación equilibrada con un Estado aconfesional. Algunos dicen que esto se debe a que en España no llegó a instalarse nunca la Ilustración. No lo descarto.
Una catástrofe cultural, ¿no?
Terrible sí. Porque en este país el único elemento que los poderes han utilizado para unir y cohesionar a la sociedad ha sido la religión y una monarquía confesional, teocrática y absolutista. Es lamentableporque cualquier tradición, si se basa en elementos religiosos, siempre será una tradición excluyente y no se retraerá lo más mínimo en perseguir al disidente, previamente calificado como hereje o heterodoxo. Que el secretario general del PP, García Egea, reivindique “el belén como seña de identidad de España” sería una muestra de ese desvarío confesional al que aludo. Confesional y mental.
Una mezcla tan asentada y asimilada por la población, ¿es causa de que la neutralidad religiosa de un Estado o su condición de Estado laico sea una quimera…?
Así lo percibo. Entiendo que las tradiciones- religiosas o no-, deberían adaptarse a la modernidad de los tiempos y no al revés.Es una adaptación a la que se resiste la población, porque ve en esas tradiciones parte de su identidad, que, como he dicho, será una identidad contra alguien, porque la religión es intrínsecamente excluyente. Resistirse al marco legal significa considerar que la religión está por encima de la política. Recuerdo otra vez a García Egea, lamentando la coincidencia en la celebración de unas elecciones en periodo de semana santa, pues según él “era una falta de respeto a la religión”. Un político de esta calaña es la representación más clara del integrismo religioso y del nacionalcatolicismo.La clase política, a la que pertenece este político del PP, no solo cree que representa políticamente a la ciudadanía, sino que, cuando asiste a una procesión, entra en coma teológico. Pero nadie representa a nadie. En materia religiosa, menos aún, porque nadie delega o transfiere sus personales creencias en un político, menos aún en quien ni siquiera le has entregado tu voto.
Hablas de pensadores cristianos que defendieron la separación radical entre Iglesia y Estado de un modo más radical que hoy día.
En efecto. Entre ellos, y de un modo principal, Marsilio de Padua lo hizo en su libro Defensor de la paz (1324). Las tesis de Marsilio son más potentes que las de cualquier laicista actual. Entre ellas figuraban que no hay más poder que la autoridad civil, la del Estado. Los sacerdotes y los obispos deben someterse a los tribunales seculares para que la pluralidad de jurisdicciones no acarree “la ruina de la vida política” y de la comunidad. La religión no es ninguna fuente de poder, ni de los obispos, ni de los sacerdotes. La iglesia no tiene ni debe tener poder político en el gobierno de las ciudades; si lo tiene es una usurpación. No puede haber más que una autoridad, la civil, y su fundamento no es religioso, sino político. Hobbes sostendrá que «la distinción entre poder temporal y espiritual es mera palabrería». Ni Marsilio ni Hobbes eran ateos. Ni anticlericales, ni laicistas.
Lo que te hace sostener con contundencia es que el laicismo no es un asunto de ateos…
Si alguien lo dice o lo piensa, significa que no se ha enterado de qué va este asunto. Vamos a ver. Las bases de un Estado Laico proceden de pensadores creyentes, cristianos piadosos y cumplidores con la doctrina cristiana; Hugo de san Víctor, Irnerio, Marsilio, Thomas Hobbes, etcétera. Pero su fe no era óbice para que negaran rotundamente que la Iglesia fuera siquiera un poder. El único poder que reconocían era el que procedía de la ciudadanía. Negaban que Dios y la religión fuesen fuente de poder alguno. Si la iglesia lo pretendía, tanto Marsilio como Hobbes dirían que se trataba de una usurpación, pues el único poder verdadero era el civil.
De hecho, hay creyentes en la actualidad que son radicales defensores de la separación de la iglesia y el Estado.
Es que el ateísmo no tiene nada ver con el laicismo, ni con la fe. Hay laicos de todo tipo: creyentes, ateos, agnósticos, deístas y nada de lo que acabo de decir. El laicismo no es ni ateo, ni antirreligioso, ni anticlerical, ni ninguna de las bajezas conceptuales con que la asocian quienes no le han dedicado un minuto de reflexión. No diré que Jesucristo fuese el primer laico de la historia con su “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, pero es evidente que el hombre andaba cerca del concepto.
El laicismo es geometría espacial. Quiere que la Iglesia se ocupe de sus cosas y no invada el territorio civil, pretendiendo imponer sus criterios sobrenaturales por encima de los marcados por leyes Civiles. Y lo mismo desea del Estado, que no interfiera en los asuntos de la Iglesia. La ciudadanía se debe regir por principios y leyes consensuados y, por tanto, por normas que se basan en realidades tangibles, autónomos, y no en reglamentos cuya fundamentación está fuera de la sociedad.
Volviendo a la fusión histórica entre religión y política, señalas que no se han librado de reflejarla en la práctica, ni, incluso, los partidos más alejados de la Iglesia. ¿A qué achaca esa circunstancia?
A que anteponen sus creencias personales a la legislación. No quiero pensar que lo hacen por utilitarismo político electoral, que podría ser.El político es un funcionario del Estado y representa a este en todas sus manifestaciones públicas. Asistir a una procesión o a una misa en calidad de representante político confesional de la ciudadanía es incompatible con la neutralidad religiosa que dice profesar el Estado.
Que ciertos políticos de izquierda no acudan a misas y procesiones tradicionales generan mucho más revuelo que la presencia de políticos de derechas en actos de parecida naturaleza, interpretando sus atributos de alcaldes como representantes de toda la ciudadanía. ¿Es una muestra más de esa lógica, de que la sociedad da por buena una situación que en esencia es anormal y critica lo que sería lógico?
El hecho de que quienes defienden la aplicación de la neutralidad confesional en las prácticas religiosas de los representantes políticos del Estado sean tachados de rancio anticlericalismo y de ciego ateísmo, demostraría el grado de confusión mental en que vive esta clase política. Gran parte de la responsabilidad de esta situación la tienen los Gobiernos que en ningún momento han impuesto a sus representantes políticos un comportamiento ejemplar en el ejercicio de la neutralidad religiosa a la ahora de actuar públicamente. En ese sentido, la actitud del partido socialista ha sido deplorable. Durante los años que ha gobernado, incluso siendo mayoría, no desarrolló el artículo constitucional al que hago referencia.
En este ensayo existe una reflexión, acompañada siempre con ejemplos de comportamientos confesionales de la clase política de la derecha como de la izquierda -Asiron, Kichi, Monedero, Carmena-, de conceptos que están en la base de este desencuentro entre políticos y neutralidad religiosa.
Así es. El objetivo del ensayo es analizar las causas por las que la clase política sigue haciendo nulo caso de la Constitución en materia de aconfesionalidad establecida en el artículo 16.3. Desde 1978, es decir, más de cuarenta años. La neutralidad religiosa del Estado les ha importado tres pepinos a los políticos. Para quienes pensamos que el Estado Laico es la piedra de toque de una democracia bien asentada, respetuosa con la pluralidad de la ciudadanía, es fundamental reflexionar sobre el significado de conceptos presentes en este debate como laicismo, anticlericalismo, transición democrática y aconfesionalidad, tolerancia y respeto, sentimiento religioso, libertad de conciencia, libertad religiosa, tradiciones religiosas y representación política… que es lo que el libro, también, ofrece.
Todo ello acompañado por hechos integristas protagonizados por políticos de toda laya y condición; y por supuesto, en este recorrido, me acompaño de estudios religiosos, sociológicos y políticos sobre el palio, el laicismo, tradición y representación.
Un periodista en una entrevista te preguntaba si el palio estaba manchado de sangre… ¿lo está?
Palio procede de pallium. Era un paño o tela que griegos y romanos se echaban por encima de la toga para cubrirse o para dividir las estancias de una casa, como cuenta Horacio. En culturas anteriores antiguas, este paño ocultaba el fetiche que representaba una divinidad y que, con el tiempo, adquiriría las dimensiones de un toldo sostenido por unos palos, tal y como lo vemos hoy día en algunas procesiones católicas.
En un principio, el palio era parte de un ritual religioso. Debajo de él caminaban los popes religiosos y el fetiche que simbolizaba la divinidad. Nada más. El extravío conceptual de este instrumento vino cuando Iglesia y Estado se confabularon. Fue, entonces, cuando los reyes, muchos de ellos sanguinarios, serían homenajeados y reconocidos como tales, desfilando bajo dicho palio. El palio olerá a sangre en la medida en que lo asociemos con ese tipo de reyes y poderoso que nunca renunciaron al poder matando a quien hiciera falta. Ni los papas se libraron de utilizar el crimen y el asesinato para mantenerse en el poder.
Luego vino el dictador Franco y el palio aun se hizo más odioso…
Así es.La Iglesia lo ensalzó y lo legitimó paseándolo precisamente bajo ese toldo, legitimándolo como caudillo por la gracia de Dios. Durante cuarenta años, el palio se asoció al franquismo y, más en concreto, a una iglesia que había perdido el norte del evangelio, enfangándose en un obsceno nacionalcatolicismo.
Paradójicamente, en ningún momento afirmo que el palio esté manchado aunque podría hacerlo si pensamos en lo que sucedió en 1936 en Navarra.La Iglesia, al hablar de una Santa Cruzada, permitiría y santificaría una barbarie jamás vista en esta comunidad.
El palio es la representación simbólica de esa negra y letal simbiosis entre Iglesia y Estado, que dio origen al nacionalcatolicismo teocrático. En la actualidad, dada su raigambre franquista más inmediata, el palio es un mal sueño para gran parte de la población creyente. Por eso, cuando los políticos hacen caso omiso de la aconfesionalidad constitucional y participan en procesiones religiosas acompañando al palio, se comportan como el dictador genocida: someterse al poder religioso y reforzar dicho poder. Por eso, estas tradiciones religiosas, aparentemente anodinas, son dinamita bien cebada que, explotada zorrunamente por la Iglesia, conduce a su reforzamiento institucional y recibir del Gobierno prebendas económicas. Es un círculo vicioso que se muerde la cola.
Hay quienes sostienen que las tradiciones son solo eso, tradiciones, costumbres, y que la religión apenas aparece en ellas.
A veces, no son ni tradiciones, sino rutina. Es costumbre que se repite, porque toca en el calendario. Me refiero tanto a las tradiciones laicas como a las tradiciones religiosas. La religión rellena dicha costumbre con el merengue de la transcendencia que permite al devoto sentirse transmutado y decir tonterías como no dirá en su vida.Hasta Carmena las dijo cuando empezó a asistir a la procesión de la Virgen de la Paloma. Lo mismo que Monedero hablando de la Virgen de los Desamparados del proletariado gaditano para justificar al alcalde su sumisión a un acto religioso como tal cargo.
La mayoría de las tradiciones religiosas de este país conmemoran verdaderos atentados contra la racionalidad y una negación absoluta de la libertad de pensamiento. Algunos dicen que nadie obliga a nadie a asistir a ellas. Históricamente, eso es lo que se hizo a quienes se negaron, pasándolos por la hoguera. Este es, con frecuencia, el dato sangrante de estas tradiciones que se elude, pues no hay tradición religiosa que no se base en la intolerancia y persecución hacia ateos, deístas, agnósticos; en suma, librepensadores. Estas tradiciones religiosas a las que aludo y que mantienen la misma esencia en la actualidad se fraguaron cuando la Iglesia gozaba de un poder absoluto como el mismo Estado, con quien era uña y carne.
En ocasiones, algunos políticos apelan, precisamente, a la tradición para justificar suparticipación representativaen procesiones y misas?
El cargo público no tiene por qué alegar nada para asistir o no a una procesión o a un acto religioso. Su problema es de índole política. En mi opinión, sigue sin entender que las leyes civiles y la Constitución están por encima de sus creencias personales deriven o no de una tradición.
Como cargo público debe defender los intereses de un Estado que es aconfesional; por lo tanto, no debe ir a una procesión religiosa; menos aún asegurando que lo hace representando a ese Estado, porque lo que se ventila en ese acto es la defensa de una religión concreta y el Estado no tiene ninguna. Al hacerlo, el político se carcajea de la pluralidad confesional y no confesional de la sociedad a quien, ilusamente, dice que representa. ¿Cómo va a representar a toda la sociedad si el acto religioso al que asiste afecta solo a un credo concreto?
Pero eso no sería lo más peligroso de la tradición religiosa…
No. Lo más peligroso de esta tradición religiosa es que se diga que forma parte de la identidad individual y colectiva de los pueblos. Si es así, explicaría en buena parte la persecución que han sufrido a lo largo de la historia aquellos que han considerado que la religión era veneno puro para la conformación social y política de una sociedad.La religión como elemento de identidad es un peligro para la convivencia, porque es disgregadora, no genera cohesión, ni unidad social. Pero es mucho peor aún: no respeta las diferencias.La historia es ejemplarmente trágica en este aspecto. El papa de Roma sigue considerando que la religión católica es la única grande y verdadera. El resto, calcomanías.
¿Qué te hace pensar que la izquierda sea tan remisa a abandonar su participación en estas tradiciones religiosas y a no cortar de manera radical la presencia del palio en actos institucionales del Estado
Tiendo a pensar que el concepto de representación política está muy verde y que la clase política, al menos la que forma parte del Estado, es decir, la encargada de su administración local y autonómica, no ha dedicado mucho tiempo a reflexionar sobre ello.
Los políticos siguen pensando que representan la sociedad y esta representación la hacen extensiva a cada una de sus actuaciones públicas e institucionales. Pero lo cierto es que los políticos elegidos en unas elecciones no representan a nadie. En todo caso, representan los intereses del Estado, pero no los de los ciudadanos, incluidos a quienes los han votado. Y aquí estaría su contradicción que, defendiendo los intereses de un Estado, que es aconfesional, actúan en contra de esos intereses asistiendo a procesiones religiosas que, en definitiva, son una defensa de los intereses del poder eclesiástico que están en las antípodas aconfesionales de dicho Estado.
Los políticos siguen considerando que la sociedad española está cautiva de la religión y que contrariar sus manifestaciones conllevará automáticamente una bajada de su electorado, pero está por ver qué sucedería electoralmente si el partido en el gobierno estatal decidiera un día anular el concordato que le somete a un servilismo descomunal en materia económica con la Iglesia. ¿Castigarían los votantes ese desplante si se les hiciera ver que se trata de un acto de Justicia y un quitarse de encima el peso de un Botín de Guerra, que ahora paga un Estado de Derecho cuando el que lo otorgó a la Iglesia era un Estado criminal sin más?
En Navarra, festejos populares y religión parecen hermanos siameses. ¿Se puede romper ese lazo?
En Navarra, sí, pero en el resto de España, también. Durante el verano, España es anticonstitucional de arriba abajo y de este a oeste. En la actualidad, hay misas, procesiones, actos religiosos de toda índole como en el nacionalcatolicismo y que la iglesia organiza en cada una de sus festividades a bombo y platillo, anunciadas, paradójicamente, por el poder público, algo que no es de su competencia.
El poder político debe decirle a la Iglesia tiene el mismo derecho que le asiste a cualquier sociedad particular para organizar actos que redunden en la brillantez de su institución, pidiendo para ello el correspondiente permiso al poder civil. Y que ya va siendo mayorcita para seguir apoyándose en las instituciones públicas para vender su producto que no es de este mundo.
Pero Ayuntamiento e Iglesia han ido siempre a la par organizando estos festejos…
Pues ya vas siendo hora de dar al César lo que es del César… Procesiones, misas y salves son actos religiosos cuya tramoya solo incumbe a la Iglesia y en la cual los ayuntamientos no tienen arte ni parte. No son actos que deban figurar en los programas de fiestas, sino que la propia iglesia local es quien tendría que anunciar a sus feligreses qué menú religioso ha preparado para celebrar unas fiestas locales dedicada a un santo (¿).Los actos religiosos son de uso exclusivo para quienes profesan dicho credo.
La ciudadanía, sabedora del menú religioso que le ofrece la iglesia, tomará sus decisiones personales para asistir o no a ellos.Se sobreentiende, por tanto, que los cargos públicos asistirán a dichos actos en función de sus creencias personales a título individual, nunca en nombre del Ayuntamiento y de la ciudadanía, porque el municipio es de naturaleza aconfesional, como institución que es del aparato administrativo del Estado.
En su vida cotidiana, el político puede dar rienda suelta a sus creencias personales religiosas, pero no representando los intereses del Estado. Nadie, en su sano juicio,puede creerse que un alcalde o presidente autonómico le esté representando cuando se va de copas con sus amigos o asiste a una corrida de toros. ¿Por qué ha de hacerlo en un acto religioso?
Existe una legislación que defiende los sentimientos religiosos, pero no parece que esté tan protegido el sentir de las personas no creyentes. ¿Cree que estas últimas pueden llegar a sentirse ciudadanos de segunda?
El Código Penal mantiene esta situación demostrando que la Justicia no es igual para todos. Es un resabio más del nacionalcatolicismo: seguir castigando delitos sin víctimas tangibles, apoyándose en un errático sentimiento religioso ofendido, cuando, en realidad, el único disgustado en esta situación sería, caso de existir, Dios. Lo más grave es que haya jueces que crean que existe un sentimiento religioso ofendido. Si disponen de hilo directo con el Altísimo, deberían aclararlo.
¿Cómo te parece que se puede potenciar la necesaria separación entre Iglesia y Estado?
Dando dos pasos adelante. Primero: abolir los Acuerdos del Estado con la santa Sede. La izquierda no se atreve a hacerlo, porque considera que, caso de hacerlo, sería una hecatombe social. Estaría por ver.Segundo: desarrollar las implicaciones protocolarias del artículo 16.3 constitucional que consagra la neutralidad confesional del Estado en las instituciones públicas: ayuntamientos, gobiernos autonómicos, hospitales, guardia civil, ejército, es decir, cuarteles de mar, tierra y aire, cementerios, escuelas, institutos, universidades, entes públicos como radio y televisión, jefatura del Estado, porque el rey será muy constitucionalista, pero, en materia confesional,las perpetra dobladas...