viernes. 26.04.2024
Ucrania ONU
Foto: ONU

“Bajo condiciones de tiranía es más fácil actuar que pensar”.
Hannah Arendt


Nada en nuestra época es más incierto que la propia incertidumbre que hoy sobrecoge a nuestro mundo. Si algo define nuestro momento histórico actual es la velocidad de los cambios. Nombrarlos entrañaría tener que llevar a cabo un prontuario o resumen de anotaciones plurales y diversas. Las situaciones de cambio implican siempre un cierto grado de incertidumbre a la hora de actuar; una planificación minuciosa nos puede ayudar a reducir el margen de riesgo al que nos exponemos al actuar en la duda, pues resulta imposible tener todo controlado; y tomar decisiones, la vida es precisamente un permanente acto de elección, requiere hacer un análisis inteligente de las opciones a tomar, valorando las consecuencias de los actos elegidos. Y lo que digo a nivel personal, con más razón se puede extrapolar a todos los niveles de una sociedad globalizada: a lo institucional, político, social, económico y, sobre todo y ahora, a esa locura irresponsable de quienes han optado por esa cruel, obscena e inhumana guerra, que, en contra a como inicia Cervantes su magistral Quijote, de cuyo nombre y lugar sí quiero acordarme: Rusia y “Adolf Putin”.

Cuando las grandes acciones que se quieren llevar a cabo afectan a pueblos, a naciones, aunque analizadas, estudiadas y preparadas previamente, los efectos de las mismas no son tan previsibles como podían parecer en un principio; la realidad de la dignidad y la valentía de los habitantes de una nación, como Ucrania, es mucho más compleja e imprevisible que la teórica estrategia de un ambicioso y asesino autócrata y sus leales oligarcas; siempre pueden surgir consecuencias que a priori no se contemplaban.

La Rusia de Putin es la expresión sublimada del más primario de los instintos: la ambición de poder

La Rusia de Putin, con su agresiva política exterior, esa que ambiciona hacer grande a Rusia otra vez, es la expresión sublimada del más primario de los instintos: la ambición de poder; de ahí que continúe golpeando y extendiendo con sus ataques la destrucción de cualquier zona de Ucrania, sin importarle que sean edificios civiles. Y mientras sucede y aumenta la destrucción, el desagarre y las muertes de personas inocentes, niños incluidos, el asesino Putin, como le ha calificado el presidente estadounidense Joe Biden, ha reaparecido ante decenas de miles de rusos, en una obscena y macabra celebración multitudinaria en el estadio de la final del Mundial de 2018; coreado por un público fanatizado, el genocida y neurótico mandatario ha querido destacar, con un cinismo inaceptable, que su ofensiva militar en Ucrania tiene como objetivo “liberar a la población del genocidio de los neonazis”. La propaganda ha conseguido hacer creer a buena parte de la población que en Ucrania gobiernan los nazis. No es de extrañar que, desde el inicio de la intervención de Rusia en Ucrania, la letra “Z” de los vehículos militares rusos se haya convertido en un símbolo muy presente en el espacio público con el objetivo de distinguir a las unidades militares rusas de las ucranianas, que usan equipamiento muy parecido. Las teorías son diversas sobe el significado de la letra “Z”, como símbolo de apoyo a los soldados o su lucha contra el gobierno ucraniano que, en la locura antihistórica de Putin, se considera “nazi” y que levanta pasiones en la ropa o en los perfiles de las redes sociales. Algo que las autoridades parecen alentar, pues cualquiera que se desvíe del discurso oficial corre el riesgo de ser detenido o silenciado. Aupado en su propio altar, como Stalin o Hitler, se considera enviado e investido para cumplir una misión histórica, ignorando que cualquier dirigente, en cualquier tiempo y nación, está obligado a respetar el derecho internacional y a renunciar a sus narcisistas sueños de gloria, pues “ninguno que se crea dios, para vengarse, se tomará la justicia por su mano”, como dice el libro de los Proverbios.

Ser capaces de adivinar e interpretar el hermetismo mental de Putin sería tener alguna certeza sobre qué puede pasar por la cabeza de un psicópata. La historia ha conocido períodos de oscuridad en los que la vida humana no valía nada con tal de alcanzar obscenos objetivos; el cercano siglo XX es un ejemplo que creíamos superado; la vida se tornó tan incierta que la humanidad no quería otra cosa de los dirigentes del mundo que no fuera que demostraran un auténtico y sincero respeto por sus vidas, sus derechos y sus libertades. Y, olvidando el horror del pasado, en el siglo XXI hemos traspasado de nuevo las puertas de otra guerra; de ahí que, en estos tiempos de oscuridad, es necesario que sean claras las respuestas a las peguntas que la generación actual, con la mayor parte de la sociedad, se ha visto forzada a hacerse cuando después del horror y el terror de la IIª Guerra Mundial, finalizados los juicios de Núremberg de 1946, considerados como el nacimiento del Derecho Penal Internacional, se nos dijo que otra guerra así jamás volvería a repetirse. Pero una vez más se nos ha engañado, y no podemos quedarnos en la parte silenciosa de la historia, si no actuamos, si nos callamos, “mañana será ya tarde”, pues, con los versos del poeta, “el agua suave en movimiento es capaz de vencer a la dura piedra con el tiempo. También los fuertes pueden ser vencidos”. Los juicios de Núremberg fueron el primer paso de un camino todavía largo para alcanzar la justicia global; fue el 17 de julio de 1998, cuando el Estatuto de Roma estableció la creación de la Corte Penal Internacional, encargada de juzgar los “más graves crímenes internacionales”.

¿Qué está sucediendo? ¿Por qué está sucediendo? ¿Cómo se ha podido llegar de nuevo a tan criminal invasión? Son preguntas que deben tener respuesta. Debemos llegar a conseguir que dirigentes como Putin no puedan gobernar sus países cuando son capaces con total impunidad de invadir una nación sin importarles su destrucción. El dolor ha vuelto a surgir y el lamento y la muerte están repitiéndose en este cruel y desgarrador tiempo de la historia. Ya lo escribió Bertolt Brecht, en “Poemas contra la guerra”: “La guerra que vendrá / no es la primera. / Hubo otras guerras. / Al final de la última / hubo vencedores y vencidos. / Entre los vencidos, / el pueblo llano pasaba hambre. / Entre los vencedores / el pueblo llano la pasaba también”. Porque Bertolt Brecht o Hannah Arendt no fueron una voz de sí mismos, se convirtieron en la voz del mundo y de todo aquel que busca la verdad en la paz. Los grandes criminales políticos, como Putin, deben ser criticados, expuestos y condenados por todos y en todos los medios; porque Hitler, como Stalin, como Putin…, no han sido o son grandes criminales políticos sino perpetradores de grandes crímenes políticos contra la humanidad.

Putin ha subestimado la dignidad, la valentía y la determinación de un pueblo, el ucraniano, por defender su nación y su libertad

En su libro titulado “La caída de los dioses: Los errores estratégicos de Hitler”, David Solar, su autor, desgrana uno a uno los errores que llevaron a Alemania a perder una guerra que tenía casi ganada en junio de 1940, cuando Adolf Hitler, por su psicópata soberbia narcisista, se quedó sólo con su destructiva maquinaria y los deshumanizados asesinos que le acompañaban en esa devastadora guerra. Putin, cuyo concepto de la actual Rusia desde el punto de vista histórico, es irreal, ha subestimado la dignidad, la valentía y la determinación de un pueblo, el ucraniano, por defender su nación y su libertad. Educado o fanatizado en el estalinismo soviético, al igual que muchos rusos de su generación, dotado para la intriga y capacidad para ser “espía doble”, como alumno aventajado y después jefe de la antigua KGB, Putin considera que recuperar Ucrania, como parte de la Rusia soviética, es un derecho que le da la historia; pero está demostrando que su visión de la historia es absurda, es una fantasía, desconoce que la evolución de la historia no está fijada, es imprevisible; ignora que el pasado influye en el presente en mayor medida de lo que muchas veces nos gustaría y, a su vez, el presente condiciona el futuro, impelido por contingencias aleatorias que hacen imposible descubrir la lógica del mundo que nos rodea si no se entiende antes cómo se ha llegado hasta la situación presente.

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Si algo define la historia es que el devenir de su tiempo posee un carácter esencialmente dinámico y cambiante; su desarrollo no es unívoco ni estático ni justifica la reincorporación de sus tierras rusas, como Crimea, Donbás o Ucrania, a la Gran Rusia histórica que fue la Unión Soviética. En la mente de Adolf Putin una democracia consolidada en sus fronteras representa una amenaza para su régimen y su visión expansiva de Rusia. Tal vez sea ésta una de las herencias de su ambicioso pasado. Es posible que Putin y sus oligarcas, el que algunos ciudadanos del este de Ucrania, por ser ruso-hablantes o haber votado a partidos prorrusos en el pasado, creyeran que, con una incursión por sus tierras, la invasión de Ucrania sería fácil y rápida. Ha calculado mal, porque su cruel y despiadada guerra, esta guerra ha unido a los ucranianos detrás del Gobierno de Zelenski.

A pesar de la expectación que suscitaron los avances anunciados por Kiev y Moscú la pasada semana en la negociación, tales avances han quedado en un espejismo frente a la realidad de cómo está trascurriendo la destrucción de Ucrania. Desconcierta a la opinión internacional escuchar al taimado ministro de Exteriores Lavrov señalar que no son fáciles por razones obvias, pero que, sin embargo, hay esperanzas de alcanzar un compromiso y al mismo tiempo ver cómo en estos días se han ido endureciendo los ataques rusos sobre el terreno en diferentes regiones del país, con bombardeos que están costando la vida a decenas de civiles y la destrucción total de ciudades como Mariúpol. Ante las dificultades que está encontrando el ejército ruso, la propia OTAN desconfía de tales negociaciones y teme que el intrigante “Adolf Putin”, ante las dificultades que está encontrando por el desconocimiento estratégico acerca de la capacidad de resistencia ucraniana, quiera ganar tiempo para el rearme de sus tropas; puede reconstruir un mayor ejército gracias a los propios recursos que posee Rusia y a la ayuda de las inmensas fortunas amasadas con dinero negro por el grupo de oligarcas corruptos a los que él ha beneficiado y que le rodean y ayudan a ejercer su autócrata poder. En esta situación de estrategias, la pregunta es ¿cuánto durará la guerra? Hay quien piensa que el final será resultado de la negociación, con la balanza a favor de los intereses de Putin; para otros, dependerá de lo que dure la capacidad de resistencia ucraniana. En ambos casos, de no pararla, “mañana será ya tarde”; la guerra, con posibilidad de alcanzar alguna zona del territorio europeo, desafiando a la Unión Europea, a Estados Unidos y a la OTAN, podría acabar por desatar una orgía de violencia que tendría efectos devastadores. Haría falta saber hasta dónde puede alcanzar el catálogo de destrucción humana derivado de esa brutal invasión rusa; las principales víctimas serían -lo son ya-, los ciudadanos ucranianos que están padeciendo masacres, muertes, asesinatos, persecuciones, expulsiones y desplazamientos masivos de la población; pero también nos afectará globalmente a todos, pues se hará inevitable una reordenación del sistema internacional. En 1946, cuando la paz mundial aún era inestable, George Orwell, apoyando el derecho de un pueblo a defenderse, escribió que “la tendencia del pacifismo es siempre la de debilitar aquellos gobiernos y sistemas sociales que le son más favorables”; lo argumentaba así: como el pacifismo solo puede existir y expresarse en sociedades abiertas y libres, cuando éstas se ven amenazadas, cruzarse de brazos y enredarse en sofismas solo beneficia al enemigo.

Uno de los aciertos del ser humano a lo largo de la historia ha sido la creación de la filosofía como invitación a pensar críticamente sobre la realidad del mundo y la civilización; creíamos que la razón humana solo puede explicar lo que considera posible, sin embargo, ciertas acciones, como la guerra, es uno de los campos en el que la lógica entre lo posible y lo real no se cumple de acuerdo con la regla clásica de que para que algo sea real tiene que ser primero posible. En esta guerra, como en todas, estamos viendo que lo que creíamos ya imposible, puede suceder. La confianza que despertó la “solución final de la IIª guerra mundial” de que exterminar a seres humanos en una civilización de democracias avanzadas sería ya increíble y, por tanto, imposible, prueba que, iniciada la locura del poder, la razón, en tiempos de oscuridad, nos obliga a pensar lo peligrosas que pueden ser las consecuencias imprevistas. Para que la historia no se repita, sólo hace falta oponerse a la farsa de que puede haber un final de la historia feliz. La filosofía no se hace desde luego esa ilusión.

Podría comprender los riesgos que se pueden derivar de que en esta guerra intervinieran la OTAN, EE.UU. o la Unión Europea; la respuesta de Adolf Putin podría ser catastrófica; pero mi pregunta, tal vez, ingenua es: ¿por qué no intervienen los cascos azules de Naciones Unidas para rescatar al menos las vidas de la población? Si las vidas humanas son inviolables y lo más importante, esta intervención de Naciones Unidas, en mi opinión, estaría justificada. Es inaceptable la inacción de su Secretario General, Antonio Guterres, aunque haya declarado sólo de palabra que “es hora de poner fin al horror desatado sobre el pueblo de Ucrania y tomar el camino de la diplomacia y la paz”. Es hora de actuar ya, porque “mañana será tarde”.

Mañana será tarde