martes. 19.03.2024
Pepito Casado, Adolfo Piñedo y Marcelino Camacho
Pepito Casado, Adolfo Piñedo y Marcelino Camacho

Se nos ha ido Pepito Casado. Las malas noticias corren deprisa incluso en mitad del puente de agosto, que convierte la capital en un desierto tan solo poblado en las inmediaciones de la iglesia de la Paloma, asediada por las fiestas populares de mediados de agosto.

Cuesta encontrar en internet referencias a Pepito Casado. Era sindicalista cuando yo no había salido del colegio. Era un buen labrador de la afición al flamenco, antes de que yo hubiera aprendido a saborear cualquier tipo de música. Era un tipo castizo, chulapo, gracioso, socarrón, con criterio propio y siempre cercano a cuantas personas pudieran necesitar un apoyo, una ayuda, una mano amiga. 

Me pareció siempre una de esas personas que sabe anteponer la solución al problema de una compañera, o compañero, a cualquier otra consideración ideológica. Por eso, tal vez, hace más de 50 años, aquel José Sandalio Casado Algora, se concentraba junto a un grupo de unos cien compañeros y compañeras ante la prisión de Carabanchel para exigir la libertad de los presos sindicales y políticos.

La concentración había sido convocada por las ilegales Comisiones Obreras y terminó como acababan por entonces aquellas acciones, a base de persecuciones, palos, detenciones, juicio ante el Tribunal de Orden Público (TOP) y condenas más o menos severas, en función del momento político y del estado de ánimo personal de los jueces.

Pepito trabajaba en Isodel, una de esas empresas emblemáticas de la lucha sindical en el metal madrileño. Tal vez esas credenciales le condujeron a ocupar la Secretaría de Organización de aquella primera Unión Sindical de Madrid Región de CCOO (USMR-CCOO), cuyo secretario general era Fidel Alonso. 

Era un tipo castizo, chulapo, gracioso, socarrón, con criterio propio y siempre cercano a cuantas personas pudieran necesitar un apoyo, una ayuda, una mano amiga

Aquellas primeras CCOO se vieron sometidas a la presión política de la transición y a las tensiones derivadas de las escisiones sindicales de todo tipo organizadas desde la propia izquierda. Dentro del propio Partido Comunista, eran los tiempos de la hecatombe electoral y de las fracturas carrillistas, o prosoviéticas.

Las luchas intestinas entre estas facciones produjeron conflictos intensos y duros que condujeron por ejemplo al desplazamiento del poder de los prosoviéticos al frente de la Unión de Madrid (USMR) y la posterior batalla por la carrillista Federación de Industria, que culminó en el Congreso de Vigo.

Y en aquel sarao desencadenado Pepito Casado se la jugó y perdió. Nunca pensó que perdería su puesto de trabajo, pero también lo perdió. Su empresa, Isodel, sería una de las víctimas propiciatorias de aquel proceso de desmantelamiento industrial que algunos llamaron reconversión, cuando se trataba de un cierre forzoso en toda regla. 

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Una de esas empresas industriales conducida a una larga agonía, en la que la mala gestión de sus directivos y el desorden de inversores industriales y bancarios como Banesto, dio al traste con cualquier intento de solución, pese a la voluntad de los trabajadores y trabajadoras de realizar cuantos esfuerzos fueran necesarios para preservar el empleo.

Pepito encontró más tarde diversos puestos de trabajo en los que se ocupó de temas de seguridad, o de iniciativas en materia de vivienda para trabajadores. Al final acabó en la Fundación 1º de Mayo, donde podías encontrarle recopilando memorias, testimonios y materiales sobre la historia de las CCOO. Tarea imprescindible, si tomamos en cuenta que en una organización relativamente tan joven no han faltado los ejemplos de quienes ocupaban los despachos y liberaban las estanterías en cajas destinadas a contenedores de papel. 

Recuerdo a Pepito, siendo un ameno conversador, certero y socarrón, enamorado de los palos flamencos y asiduo de las peñas donde se organizaban encuentros con cantaores y cantaoras. Así recuerdo a Pepito Casado. Memoria fiel y viva de las azarosas andanzas de las trabajadoras y trabajadores madrileños en los años finales de la dictadura, durante la transición y en las duras reconversiones de los años 80.

Nacido en los arrabales madrileños de Arganzuela, allí donde la ciudad se convertía en zona industrial de Méndez Álvaro, fue siempre un gato entre los gatos, un tipo sensato de barrio, un buen compañero de camino. Incómodo para los pagados de sí mismos, apreciado por quienes buscan experiencia y buen criterio. 

Ha muerto muy joven. 71 años es hoy ser joven. Pero hay enfermedades aún incontrolables. De aquellas que fulminan de forma casi irremediable. No fui uno de sus amigos íntimos. No fue nunca mi secretario de Organización. Una vez tuve la inmensa suerte de ser su secretario general en las CCOO madrileñas. 

No conozco la mayoría de sus anécdotas vitales, aunque compartí algunos momentos con él. Sin duda, podrán ser muchos los que, con mayor autoridad y conocimiento que yo, puedan aportar recuerdos, memoria y afectos sobre Pepito Casado, su tiempo y las luchas en las que se embarcó. Y espero que lo hagan. 

Porque es injusto que una vida como la de Pepito Casado merezca tan pocas líneas en los buscadores de internet. No es justo que tanto silencio se apodere de esos nombres. No es propio de nosotros que condenemos a los nuestros al olvido cuando sólo somos algo en el poder de nuestros propios recuerdos. La memoria de sus aciertos, de sus errores, de su impresionante humanidad y de su incansable cuidado de los afectos. La memoria de Pepito Casado.

La leyenda de Pepito Casado