miércoles. 17.04.2024
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El perfil mayoritario de la base social y electoral de las fuerzas del cambio de progreso es el siguiente: Joven, urbano, de clase trabajadora y estudios medios, con cultura política progresista, feminista, ecologista y de izquierdas. Algunos de estos rasgos rompen o matizan cierto estereotipo sobre el votante de Unidas Podemos y sus convergencias y aliados. Aquí los explicaré y justificaré para compararlos, según la opción electoral, con los del conjunto de la sociedad y, en particular, los del Partido Socialista, la otra formación caracterizada de izquierdas o progresista y que, conjuntamente, (parece) que van a gobernar España con un proyecto compartido.

El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) realiza los estudios demoscópicos más amplios sobre la realidad social y electoral. Sus sucesivos Barómetros aportan muchas claves para conocer la sociedad española. En particular, el último Estudio 3267 (Barómetro de noviembre) ofrece un Avance de resultados según la opción electoral por variables sociodemográficas (edad, sexo y clase social) e ideología política: izquierda/derecha, o bien progresista/liberal/conservador, así como nacionalista, ecologista y feminista. Aunque los datos son anteriores a las elecciones generales del pasado 10 de noviembre y el análisis se realiza sobre su encuesta preelectoral junto con el recuerdo de voto de las elecciones generales de abril (habrá que completarla con los resultados de la encuesta postelectoral), hay abundante información para explicar las características de los distintos electorados de las principales fuerzas políticas.

Como se sabe, los grandes bloques político-ideológicos de las derechas, las izquierdas y los nacionalismos se han mantenido con algunos ajustes respecto de los resultados de abril. Primero, el PSOE mantiene una mayoría relativa, aunque con un ligero descenso, al igual que el conjunto de espacio del cambio conformado por Unidas Podemos-En Comú Podem-Galicia en Común e incluido Más País y Compromís. Segundo, hay un pequeño aumento del conjunto de las derechas con una relevante recomposición interna: gran ascenso de la ultraderecha de Vox, ligero incremento del Partido Popular y debacle de Ciudadanos. Tercero, el refuerzo de los nacionalismos periféricos (y regionalismos), particularmente de los catalanes y vascos.

El aspecto principal que puede permitir la gobernabilidad, una vez fracasada la opción de un gobierno socialista en solitario, junto con la dificultad de la operación de gran centro o la colaboración del PP con el PSOE, es la persistencia de una mayoría parlamentaria progresista, con ventaja sobre las derechas: un gobierno compartido de progreso entre Partido Socialista y Unidas Podemos (y sus aliados), con el apoyo de otros grupos políticos colaboradores (PNV…) y la necesaria abstención de ERC, cuestiones que se están negociando.

Comienza un nuevo ciclo político cuyos retos principales, vigentes ya desde hace una década y desde una óptica progresiva, son el avance en la justicia social y la igualdad, la democratización y regeneración institucional y la regulación del conflicto territorial. La pugna de fondo en el actual contexto europeo está entre las tendencias regresivas o de involución, el mero continuismo con retoques secundarios y la dinámica de cambio de progreso. Todo ello vinculado al desgaste cívico de las élites gobernantes, con el agotamiento del bipartidismo y un reequilibrio representativo en los campos progresista y conservador, con diferencias sustantivas en su interior, que abre la vía para una gestión institucional más plural y negociada y una nueva polarización de bloques. El preacuerdo para un gobierno progresista de coalición, todavía pendiente de desarrollar, aborda esos tres grandes ejes, aunque falta por precisar su configuración institucional, así como el alcance de los cambios y su ritmo de implementación frente a las inercias continuistas y las constricciones de los poderes fácticos.

En ese sentido, es fundamental tener en cuenta la situación real de desigualdad en la sociedad, dada la persistencia de la crisis social para la mayoría (ver La desigualdad salarial y de empleo: y La desigualdad social y de género).

Además de las condiciones de vida de la población por diferentes categorías hay que considerar su percepción y su actitud política e ideológica. En definitiva, se trata de conocer las corrientes sociopolíticas susceptibles de impulsar, avalar y apoyar una trayectoria de cambio progresista e investigar la dinámica de legitimación cívica del nuevo Gobierno y sus políticas públicas en la medida que acierten con sus objetivos de progreso para la mayoría social y el país.

Este informe, basado en el estudio aludido del CIS, se sitúa en un doble plano. Por un lado, explica las principales variables sociodemográficas y de cultura política del conjunto de la sociedad según las opciones político-electorales. Por otro lado, detalla la particularidad de la base electoral de las fuerzas del cambio y la compara con la del Partido Socialista, para interpretar las bases sociales que pueden condicionar la evolución política y la gestión gubernamental y modificar las expectativas sociales y la legitimidad de ambas formaciones. Al mismo tiempo, precisaré el significado de algunas expresiones utilizadas, así como la justificación de varias opciones metodológicas.

Parto del enfoque social y realista de la sociología crítica para valorar la interacción entre las condiciones materiales (nivel de ingresos y estatus sociolaboral) de la gente, su percepción y su sentido de pertenencia colectiva, así como su comportamiento político-electoral. Desde una perspectiva sociohistórica e interactiva la cuestión es explicar los procesos de identificación, normalmente múltiples y mixtos y con distintos niveles de intensidad, y su vinculación con su actitud sociopolítica y su expresión sociocultural. En especial, me detendré en el estatus y la pertenencia de clase social y en la auto ubicación ideológica, quitándole a estas expresiones su significado fuerte o rígido, y así poder valorar la interacción entre el carácter de izquierda, centro y derecha con el que se define la gente con otras identificaciones como la de progresista, ecologista y feminista. Son elementos complejos mediadores entre las condiciones sociales y materiales y los comportamientos sociopolíticos, que subyacen en esta interpretación relacional para explicar las dinámicas de fondo.

En este caso, sobre la base de datos cuantitativos del CIS, no desarrollo otras variables cualitativas como la experiencia vital y la acción colectiva de grupos y movimientos sociales o de los grupos de poder que añadirían luz para analizar las tendencias sociopolíticas, pero que desbordan el objeto de esta investigación. No detallo cierta diversidad por Comunidades Autónomas (solo introduzco el nivel de población), y dejo al margen hechos importantes como el nacionalismo -no estudiado por el CIS- en los dos sentidos contrapuestos: el proceso independentista catalán y el nuevo nacionalismo españolista excluyente. En la primera parte, expongo las variables sociodemográficas de los diversos electorados. En la segunda parte, analizo sus características político-ideológicas.

Joven, urbano, de clase trabajadora y estudios medios

La variable de edad ofrece una diferenciación clara entre la composición de los electorados de las dos opciones de Partido Socialista y Unidas Podemos. El gráfico 1 es ilustrativo. Presenta y compara los porcentajes respecto del total de las dos formaciones políticas para cada uno de los seis tramos de edad.  En el electorado de UP existe una mayor proporción de las tres cohortes más jóvenes: más que cuadriplicándola en la de 18 a 24 años y duplicándola en las de 25 a 34 años y 35 a 44 años. Al contrario, entre los votantes del PSOE, casi un tercio son de 65 años y más y triplican el porcentaje de UP, mientras los duplica en el tramo de 55 a 64 años, siendo solo similar en el de 45 a 54 años.

En definitiva, el 60% del electorado de UP no llega a 45 años, mientras en el PSOE se queda en el 30%, superando, por tanto, el 70% a esa edad, siendo espectacular la distancia en los dos extremos de edad. El peso demográfico fuerte en el apoyo a UP está en los más jóvenes y en el PSOE en los mayores de 64 años. Ello tiene implicaciones culturales, sociopolíticas y de estatus socioeconómico.

Gráfico 1: Comparación de los electorados del PSOE y UP por edad (%)

grafico 1Fuente: CIS – Barómetro de noviembre 2019 (Estudio 3267-Variables sociodemográficas), con elaboración propia.

El gráfico 2 expone los ingresos por edad (%) distribuidos en cinco segmentos, teniendo en cuenta que cerca del 30% no contesta, particularmente las tres cohortes más mayores (quizá con un sesgo de más ingresos medio-altos). El primero, MUY BAJOS (22,8%), acumula tres estratos del CIS (Sin ingresos, Menos o igual a 300 euros y Entre 301 y 600). El segundo, BAJOS (26,7%), suma dos (De 601 a 900 y De 901 a 1.200). El tercero, INTERMEDIOS (13,1%), se compone por un estrato (De 1.201 a 1.800). El cuarto, MEDIOS (8%), junta dos (De 1.801 a 2.400 y De 2.401 a 3.000). Y el quinto, ALTOS, incluye los ingresos superiores (De más de 3.000). Luego explico la correspondencia de estos segmentos con las clases sociales (objetivas).

Aquí hay que destacar la gran diferencia de ingresos entre la población más joven, menor de 25 años, con más de dos tercios de ingresos muy bajos y un 14% bajos y la cohorte de entre 24 y 35 años más del 54% con ingresos muy bajos y bajos, inferiores al actual SMI; mientras, el 40% de las tres cohortes más adultas todavía mantienen ingresos bajos o muy bajos, ampliándose al 54% para los mayores de 65 años (al igual que la segunda joven). Por arriba, hay que destacar, salvo en la cohorte de menor edad, inapreciable, y la de mayor edad (14%), la presencia de un segmento significativo de ingresos medios y altos entre el 22% y el 30%.

Gráfico 2: Ingresos por edad (%)

grafico 2

Fuente: CIS – Barómetro de noviembre 2019 (Estudio 3267-Variables sociodemográficas), con elaboración propia.

Gráfico 3: Ingresos por sexo (%)

grafico 3

Fuente: CIS – Barómetro de noviembre 2019 (Estudio 3267-Variables sociodemográficas), con elaboración propia.

El gráfico 3 muestra la diferencia significativa de ingresos por sexo. Hay una relativa paridad en los ingresos bajos que afecta a más la cuarta parte de cada sexo. Pero la desigualdad es pronunciada en el resto: en los muy bajos se encuentra el 31% de mujeres, más del doble que de hombres (13,8%). Y al contrario, en los dos segmentos intermedios y medios el porcentaje de las mujeres es alrededor de la mitad que los hombres y en el elitista del alto los hombres casi cuadruplican a las mujeres. 

La situación de clase objetiva

El gráfico 4 explica la situación de clase objetiva por ingresos, que es el dato que aporta el CIS, según la teoría convencional (liberal) de la estratificación social. El lenguaje de clase social ha adquirido nueva relevancia. Siempre se había mantenido el concepto de clase media, al mismo tiempo que la dilución del de clase trabajadora. Hay que valorar sus dimensiones y su carácter. La posición dominante, utilizada en múltiples organismos como la OCDE, utiliza la línea mediana de ingresos (según el INE para 2018 en torno a 1.200 euros brutos mensuales en doce pagas, realizando la media para toda la población incluida la menor de edad) para clasificar la clase media (normalmente entre el 50% por debajo de esa mediana y el 200% de la misma) y la clase baja. Por mi parte, considero más adecuado utilizar esa calificación de clase media a las personas con ingresos (y un estatus) por encima la renta media (unos 1.400 euros mensuales brutos). Y aun contando con los desequilibrios en la composición familiar, hay que valorar la distribución media para las personas de 18 años y más (hay unos 7 millones de menores, sin derecho a voto, el 16% del total de 44 millones), en este caso superior a 1.600 euros.

Por otro lado, desecho el concepto de clase baja (peyorativo y tergiversador) al considerar a ese conjunto de personas con ingresos bajos y muy bajos como clases trabajadoras, categoría en la que incluyo la llamada clase media-baja, con ingresos intermedios, aun diferenciando los dos niveles. Tampoco es clarificador el concepto clase media trabajadora que mezcla los dos conceptos pero con prevalencia para el primero.

Gráfico 4: Situación de clase por ingresos

grafico 4

Fuente: CIS – Barómetro de noviembre 2019 (Estudio 3267-Variables sociodemográficas), con elaboración propia.

Por otra parte, aquí se expresan ingresos individuales de la persona entrevistada (mayor de 18 años, con derecho a voto y excluyendo extranjeros), sea inactiva o no e independientemente de los ingresos familiares, lo que supone una reserva a la hora de valorar el estatus real o nivel de vida del conjunto de las personas que conviven en un hogar, para lo que habría que valorar el Panel de hogares del INE y Eurostat.

Así mismo, los ingresos más generalizados (aparte de las prestaciones públicas como pensiones y prestaciones por desempleo y los ingresos de los autónomos, o en otro sentido los derivados de activos financieros y alquileres para algunas capas acomodadas) son los salarios. Así, el salario medio, para el año 2018, según la Encuesta de Estructura Salarial del INE es superior a 1.900 euros brutos mensuales (exactamente, 1.944, contando que se realiza en las empresas a partir de cinco trabajadores/as, con mayores salarios). Además, según la Encuesta de Costes Laborales del INE, del 3º trimestre de 2019, el salario medio es de 1.877 euros, en este indicador sin valorar el sector agrícola que tendería a rebajar esa media. En todo caso, el salario medio real estaría por encima de 1.800 euros, y es una referencia para delimitar la clase trabajadora (activa), por debajo, y la clase media (media-media y medio-alta) por encima de esa línea; cifra de la que se deduce, según el criterio europeo del 60% del salario medio, un importe en torno a 1.100 euros para determinar el SMI.

Por tanto, siendo conscientes de las fronteras difusas y la existencia de sectores intermedios y mixtos en torno a esa capacidad adquisitiva que ronda entre 1.600 y 1.800 euros, aquí nos interesa, sobre todo, comparar la composición de clase de los electorados de las diferentes fuerzas políticas utilizando un criterio homogéneo. Así, volviendo al gráfico 4, con los datos que aporta el CIS, y recordando que está realizada sobre el 70% de las respuestas que son explícitas, están claras algunas variables de la estructura social:  una amplia mayoría de ingresos bajos, en torno a dos tercios, constitutivos del grueso de las clases trabajadoras, que llegaría al 85% incluyendo al segmento intermedio; y por arriba unos segmentos de clases media y alta, en torno al 13%, con una composición algo mayor en Ciudadanos y Vox y algo menor en el Partido Socialista y con un porcentaje similar al del total en los casos del Partido Popular y Unidas Podemos.

Sobre ello hay que hacer otra consideración. Se trata de la composición de edad, ya que como hemos visto antes, casi un tercio de los votantes del PSOE tiene 65 años y más, es decir, cobran una pensión, incluida una parte significativa de no contributivas y de viudedad, mucho más bajas que los salarios medios. Ello hace que su composición de capas bajas, consideradas aquí clase trabajadora, en el PSOE sea más amplia por el mayor porcentaje de pensionistas respecto de los que apoyan a UP (10%), mientras ésta tiene mayor porcentaje entre la gente joven y precarizada, pero de menor peso demográfico.

En el gráfico 5 he agrupado diversas categorías ocupacionales en tres grandes bloques, atendiendo a esos tres niveles de relaciones productivas y sociolaborales. Por un lado, posiciones de poder y capacidad de control (supervisión, coordinación, gestión, jerarquía, apropiación, mando o capacidad experta y técnica…); por otro lado, posiciones de subordinación (dependencia, subalternidad, explotación, vulnerabilidad de estatus profesional, empleo poco o semicualificado, salarios bajos y condiciones laborales y de empleo precarias…).

Este gráfico muestra la situación objetiva de clase, en este caso, con el criterio weberiano de la categoría ocupacional, aunque el CIS señala la de la persona principal del hogar, que generalmente está ocupada y con más ingresos, y no coincide en más de un tercio (37,4%) con la persona entrevistada. O sea, esta distribución tendría un sesgo hacia una composición más amplia de las capas medias y altas respecto de la realidad, especialmente, las personas jóvenes que conviven con sus padres de clase media, situación amplia entre los votantes a UP de menor edad. En todo caso, es un indicativo del estatus familiar que también les condiciona.

Ello tiene un particular interés para interpretar los datos del electorado de Unidas Podemos, como hemos visto, mucho más joven y, por tanto, en una situación familiar con unos padres o pareja con un nivel de ingresos y estatus ocupacional superior al de la persona entrevistada y que fuera votante de otra opción política (por ejemplo, del PSOE). Es la hipótesis aquí defendida. Así, aparte de que de clase alta UP tiene el menor porcentaje (2,8%), su mayor proporción -recordemos, de sus padres o persona principal- en la (nueva) clase media técnico-profesional no permite aventurar un PSOE de clase trabajadora y una UP de clase media, al igual que tampoco se justificaba por el nivel de ingresos, al tener una media muy inferior de pensionistas.

Gráfico 5: Situación de clase por ocupación (%)

grafico 5

Fuente: CIS – Barómetro de noviembre 2019 (Estudio 3267-Variables sociodemográficas), con elaboración propia.
(Las respuestas No contesta, Ocupaciones militares y Otras suman un 5%, hasta llegar al 100%.)

Desde mi punto vista, para definir mejor a las clases sociales, particularmente referida a la población activa (personas ocupadas y desempleadas), es más adecuado tener en cuenta la posición de dominio o control de los instrumentos productivos y recursos humanos, o bien de subordinación y precariedad. Esta clasificación (más desarrollada por el INE con la EPA) es más próxima al enfoque cualitativo neoweberiano y neomarxista que defiendo. No obstante, para no caer en el determinismo economicista, el criterio de relaciones de dominación/subordinación se puede extender al conjunto de relaciones sociales, familiares e institucionales, es decir a las desigualdades étnico-nacionales y de género... Así, no solo se incluye a la población inactiva (estudiantes, trabajadoras domésticas no remuneradas, pensionistas o dependientes…), sino que se incorpora una visión interactiva e interseccional de las dinámicas discriminatorias, los conflictos de poder y los procesos de identificación.

Además, normalmente, esta distribución de la función, cualificación y estatus ocupacional está asociada también al nivel remunerativo y el reconocimiento profesional, por tanto, al estatus vital y estilo de vida, indicadores complementarios para diferenciar la situación de clase media (o alta) y de clase trabajadora. En todo caso, como he dicho antes, estas referencias de clase objetiva las tomo de forma orientativa y la contrasto con los resultados, no muy distantes, del nivel de ingresos expuesto para avanzar en el aspecto más relevante de comparar la composición de clase de los distintos electorados, en particular entre PSOE y UP.

Por último, hay que advertir que para una comprensión de las clases sociales, su diferenciación y su interacción, es imprescindible considerar su situación subjetiva, su sentido de pertenencia y, especialmente, su experiencia relacional y cultural, según el criterio sociohistórico de E. P. Thomson y sobre lo que no entro ahora.

Gráfico 6: Situación laboral según opción política (%)

grafico 6

Fuente: CIS – Barómetro de noviembre 2019 (Estudio 3267-Variables sociodemográficas), con elaboración propia.

El gráfico 6 señala la situación laboral según la opción política, para la que he seleccionado la de UP y los dos grupos políticos mayoritarios, junto con el total. Ofrece unos datos complementarios sobre la composición de esos electorados. En esta ocasión, queda más evidente que la base electoral de Unidas Podemos es trabajadora (58%), casi veinte puntos más que la del PSOE (39%) y todavía más respecto del PP (34%). Aunque no todas las personas que trabajan son de clase trabajadora, ya que una parte significativa son de clase media (incluso alta), sí es relevante esta diferencia del mayor peso de la población activa (ocupada y desempleada) en el electorado de UP. Al mismo tiempo, respecto del porcentaje de pensionistas, queda reflejada la diferencia de una composición casi veinte puntos inferior en UP a la del electorado del PSOE y casi treinta a la del PP. O sea, el caladero principal de votos de esos dos partidos tradicionales del bipartidismo gobernante es el de las personas pensionistas, la mayoría más conservadoras, a pesar de la existencia de una parte combativa en defensa del sistema público de pensiones; mientras en el caso de UP el porcentaje muy mayoritario lo forman las personas que trabajan.

También hay que señalar algunas diferencias menores pero significativas: mayor porcentaje de personas desempleadas en las dos izquierdas respecto del PP; y en UP mayor porcentaje de estudiantes y menor de trabajo doméstico no remunerado (las clásicas ‘amas de casa’).

Los problemas principales

El gráfico 7 detalla, junto con la tabla anexa, los porcentajes de los tres problemas acumulados (en primera opción, segunda y tercera). Significa, por ejemplo, que el 60% de la población selecciona como problema el paro (el 103% si le sumamos los problemas económicos y de calidad del empleo) y el 45%, los partidos políticos y la política; o sea, han señalado esos problemas en una de las tres opciones. Dicho de otra forma, la suma de todas las respuestas (incluidas las que no contestan y descontando las que eligen solo una o dos) podrían llegar al 300%.

Hay algunas diferencias significativas por edad, especialmente en el contrapunto entre la cohorte más joven y la más mayor. Por ejemplo, respecto del paro, y contra lo que pudiera parecer, las personas de 18 a 24 años tienen una menor preocupación que la media aunque sube algo en relación con la calidad del empleo (la precariedad) y los problemas económicos, sobre todo, en la siguiente cohorte de 25 a 34 años. Respecto de la corrupción y la violencia de género la preocupación es mayor entre la gente joven y menor en la más mayor, al contrario que con el tema de las pensiones, la sanidad y la independencia de Cataluña. Problemas como los medioambientales o la inseguridad, según el CIS, apenas tienen impacto en las prioridades de la ciudadanía (menos del 1%)

Gráfico 7: Principales problemas por edad (1º+2º+3º) (%)

grafico 7

Fuente: CIS – Barómetro de noviembre 2019 (Estudio 3267-Variables sociodemográficas), con elaboración propia.

El gráfico 8 expone los problemas principales por sexo, también acumulando las tres opciones. Vemos que ante el paro, los problemas económicos, la calidad del empleo y la inmigración no hay muchas diferencias. Sí que se observa mayor preocupación en los hombres respecto de las mujeres ante los problemas de los partidos políticos y la política, la independencia de Cataluña y la corrupción. Al contrario, en el caso de las mujeres hay mayor preocupación que los hombres en la violencia de género, la sanidad, las pensiones y la educación. En resumen, hay una valoración similar en los problemas económicos y del empleo, una mayor preocupación masculina por los problemas políticos y una mayor sensibilidad femenina, aparte de por la violencia machista, por las políticas sociales de protección pública y Estado de bienestar (protectoras y reproductivas).

Gráfico 8: Problemas principales por sexo (1º+2º+3º) (%)

grafico 8

Fuente: CIS – Barómetro de noviembre 2019 (Estudio 3267-Variables sociodemográficas), con elaboración propia.

Por último, el gráfico 9 detalla el porcentaje de los tres niveles de estudios por opción política: hasta enseñanza secundaria obligatoria (42%), con enseñanza segundaria postobligatoria y formación profesional media y estudios superiores completos (los estudiantes universitarios se incluyen en el segundo nivel).

Gráfico 9: Nivel de estudios por opción política (%)

grafico 9

Fuente: CIS – Barómetro de noviembre 2019 (Estudio 3267-Variables sociodemográficas), con elaboración propia.

Pues bien, se notan grandes diferencias, con una gran mayoría, superior al 50%, de los electorados del PSOE y PP que solo tienen como máximo estudios obligatorios, mientras el mayor porcentaje en UP es el de estudios medios (45%), con un porcentaje también superior de titulados superiores (32%). Como hemos visto, por la base social mucho más joven de UP, este factor de edad es el decisivo para interpretar esa composición distinta. El factor de origen de clase social sigue pesando en las diferencias dentro de cada grupo de edad, y el factor de sexo, aunque las mujeres han accedido a un nivel similar (incluso superior) de estudios, mantiene sesgos desventajosos significativos, tanto de contenido curricular como de prioridades hacia especializaciones de la vida ‘reproductiva’ y de cuidados, menos valoradas.

Las nuevas generaciones, con el incremento de la edad escolar, tiene un mayor acceso al mundo educativo que su padres y abuelos, de menor nivel académico, y cuya mayoría sigue votando a los dos grandes partidos mayoritarios. Dicho de otra forma, el electorado de UP, en su conjunto, es más ilustrado. Sin embargo, eso no quiere decir que forme parte de las élites dirigentes del ámbito económico-empresarial o de la gestión pública, incluso del empleo cualificado y experto (poco más del 20% en una economía como la española), mayoritariamente ocupado por élites votantes de las dos formaciones gobernantes (y añadiendo las nacionalistas de País Vasco y Cataluña).

Así, en estas décadas, el conflicto de fondo en la mayoría de jóvenes se ha producido entre una formación académica media-alta, una socialización más libre, igualitaria y democrática y amplias expectativas ascendentes frente a la realidad de un proceso de inserción y trayectoria laboral precarios y prolongados, junto con dinámicas autoritarias empresariales y políticas. Así, se ha configurado en la presente década de crisis socioeconómica y ajustes estructurales regresivos, una base social indignada, sobre todo juvenil y de clase trabajadora, votantes de la opción alternativa que configura el espacio del cambio de progreso.

Con el perfil sociocultural o político ideológico de los distintos electorados, especialmente de los progresistas, continuaré en la segunda parte, con la constatación ya avanzada de una cultura política progresista, feminista, ecologista y de izquierdas, mayoritaria en las bases sociales del espacio del cambio de progreso. Todo ello ofrecerá un diagnóstico social más acabado ante los retos políticos inmediatos.


Antonio Antón | Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid

Joven, trabajadora y progresista