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Hoy, las ciencias (a cualquier cosa llama chocolate la patrona) políticas adelantan que es una barbaridad. Lo digo porque, día a día, se descubren nuevos criterios para hacer la crítica al gobierno de Pedro Sánchez.
Dada la dificultad en hacer una enmienda a la Constitución que impidiera que Pedro Sánchez, y los de su calaña, pudieran llegar a gobernar en España, se ha hecho necesario el tirar de tecnología en la materia. Hoy quiero destacar dos ejemplos, uno lingüístico y otro estético.
El primero de ellos utiliza el verbo colonizar que, para el diccionario, tiene dos acepciones. Una de ellas es equivalente a establecerse o repoblar mientras que la otra, menos vistosa, es similar a invadir, ocupar u oprimir. Una misma acción colonizadora puede ser valorada de distinta forma según el punto de vista desde el que se observe. Colonizar, establecerse en un territorio, seguramente será visto como una invasión por la población que pudiera haber previamente en ese territorio. Les pasó a los indígenas americanos cuando llegaron los europeos por allí.
Hasta aquí podíamos llegar. No sé si se puede jugar con las cosas de comer pero, desde luego, no con las cosas de juzgar
Algo parecido ha ocurrido en los centros de poder en España. Resulta que estaban ocupados por la derecha hasta que han llegado especímenes procedentes de otros orígenes. Naturalmente, los antiguos moradores se han sentido invadidos, ocupados y, hasta, oprimidos. Esta invasión, con origen en el Congreso de los Diputados procedente de unas elecciones democráticas, se ha ido extendiendo. Desde el poder legislativo pasó al poder ejecutivo y, con grandes dificultades y en proporciones solo parciales, ha llegado al poder judicial. Hasta aquí podíamos llegar. No sé si se puede jugar con las cosas de comer pero, desde luego, no con las cosas de juzgar.
La separación de poderes debiera significar que, cada uno de ellos, se ejerce en un ámbito determinado. En este sentido debería ser una transposición de la división del trabajo donde fuera, cada uno, a lo suyo. Parece lógico que el poder legislativo haga las leyes, el ejecutivo las gestione y el judicial vigile que nadie se salga de madre y, ello, sin que nadie se meta en el terreno de otros. Lo que pasa es que, la derecha había encontrado en el poder judicial esa aldea gala que se resistía a la ocupación, con objeto, según se ha visto, de que, desde allí pudiera volver a reconquistar los otros poderes mediante incursiones extrajudiciales. Como hizo Pelayo desde Covadonga. Y, ya se está viendo que, igual que hay jueces que llegan a serlo por “el cuarto turno”, también creen que hay un cuarto turno para hacerse políticos. De ahí que se sientan invadidos por jueces que no tienen esos instintos y que culpen a los colonizadores de no respetar el orden natural de las cosas.
La derecha había encontrado en el poder judicial esa aldea gala que se resistía a la ocupación, con objeto de que desde allí pudiera volver a reconquistar los otros poderes
El otro invento es el de la estética, tan relacionada con la ética que, sin que haya que acudir a Wittgenstein, basta con un poco de hipocresía y mucha caradura para manipular ambos conceptos. El uso de este instrumento es el de calificar decisiones políticas o, simplemente, actuaciones de personas, con objeto de valorarlas con baremos equivalentes a los del código penal.
Es muy conocida, a este respecto, la valoración de la actividad profesional de Begoña Gómez. Mientras hay un juez buscando alguna actividad ilegal hasta en su infancia, la opinosfera ya está curándose en salud diciendo que, más allá de que llegue a "demostrarse" la ilegalidad de algo que haya hecho, bonito, lo que es bonito, no es. Así, legal, ético o estético, llegan a ser equivalentes a la hora de descalificar a Begoña Gómez y, con ello, obviamente, a Pedro Sánchez.
El último, por ahora, caso de fealdad política ha sido el nombramiento del gobernador del Banco de España. Este asunto está muy bien porque reúne las dos características de las que estoy hablando: es un caso claro de "colonización" y, además, no es "bonito". Por supuesto, es legal y, además, la cualificación profesional de José Luis Escrivá parece estar fuera de toda duda, pero, adolece de esos dos defectos. Es invasiva y poco estética.
Lleva la derecha tanto tiempo ocupando esos cargos que ya pensaban que estaban en su ADN
Y hay poco que hacer a estos respectos. Por una parte, es lógico que la derecha sienta que es contra natura el que personas progresistas ocupen puestos políticos, administrativos y, sobre todo, judiciales que no debieran. Lleva la derecha tanto tiempo ocupando esos cargos que ya pensaban que estaban en su ADN. ¿Cuándo ha habido un gobernador del Banco de España que estuviera de acuerdo con el aumento de los salarios? Por decir algo.
Y, por otra parte, hay personas que, con un concepto distinto de la belleza, les parece más bonito peregrinar a la calle Ferraz, por ejemplo, a colgar un muñeco representando al presidente del gobierno o, simplemente, para insultarle mientras cortan el tráfico. O valorar como un “matrimonio difícil” el que una parte de ese matrimonio produzca moratones en la otra parte. O que utilice a la policía para espiar a la oposición. Cuestión de gustos.