jueves. 28.03.2024

A mediados de los años 80 del pasado siglo, viví durante un año en la calle Augusto Figueroa casi esquina a la calle Hortaleza, en pleno corazón de Chueca. Un hermoso barrio de finales del siglo XIX y principios del XX, en aquel momento en plena decadencia con las casas deterioradas, población muy envejecida, el comercio medio abandonado, con un frecuente tráfico de drogas y de prostitución por las aceras. 

Treinta y cinco años después el actual Chueca nada tiene que ver con aquel. Un barrio totalmente renovado, activo, alegre, con pujanza comercial y hostelera. El gran cambio ha sido protagonizado por las miles de personas LGTBI, que poco a poco fueron trasladándose a vivir, a trabajar, a comprar o a divertirse allí. Miles de personas emprendedoras, respetuosas, orgullosas de su libertad y de sus opciones sexuales, que le dieron la vuelta al barrio hasta convertirlo en un ejemplo de transformación y convivencia, no solo en Madrid, no solo en España, también fuera de nuestras fronteras.

Chueca se convirtió también una semana al año en el epicentro de las fiestas del Orgullo, que atrajeron a Madrid cientos de miles de personas en una alegre y divertida celebración, aplaudida por políticos, empresarios o personajes públicos de la cultura o el deporte, algo impensable pocos años antes. 

La gente se sentía y se siente libre de expresar sus sentimientos por sus calles, bares y terrazas, los comerciantes seguros por la actividad y atracción de sus locales y negocios, las personas mayores que habían vivido siempre en el barrio estaban y están felices con quienes han venido a traer alegría, vida, seguridad… y hasta bastantes políticos de derecha e izquierda se dejaban ver y fotografiar en periodos electorales en un barrio antes ignorado.

La invasión de Chueca es una prueba más de una extrema derecha envalentonada, en pleno pulso a la ciudadanía y a las instituciones democráticas y que no por ahora no da muestras de retroceso en su apoyo en votos y en redes y medios de comunicación

Pues bien, ese ejemplo de convivencia y de iniciativa emprendedora, ese barrio con muchos balcones con las banderas del arcoíris LGTBI fue invadido hace unos días por una horda de personajes en el polo opuesto: vociferantes, chulos, groseros, amenazadores, con parafernalia nazi y desde luego anticonstitucional…

c2

Acudieron para insultar, asustar, agredir física o moralmente, a los que no son exactamente iguales a ellos, sean por su opción LGTBI, por ser inmigrantes o el color de su piel. 

Pero les ha salido mal, muy mal. Todo el arco parlamentario se ha desmarcado y condenado ese virulento desembarco. Hasta los dirigentes de VOX han tenido que rechazarlo, aunque lo hayan aderezado con un demencial y siniestro ataque a los socialistas. Especialmente significativas han sido las contundentes declaraciones del alcalde Martínez Almeida y la vicealcaldesa Villacis, muy interesados en mantener buenas relaciones con las personas LGTBI, un colectivo cada día mayor, más activo y respetado y en el que desde luego hay también bastantes que votan al PP o a Ciudadanos, por sorprendente que les pueda parecer a algunos.  

Que la condena haya sido general o que la Fiscalía haya decidido intervenir, refleja la gravedad de la manifestación. Es una demostración de fuerza y osadía, con amplios precedentes en la historia de la extrema derecha española y europea. Los extremistas están tanteando el terreno para ver cual es la capacidad de respuesta y aguante de las instituciones democráticas y en general de la opinión pública.

Por ello, aunque la Delegada del Gobierno en Madrid haya argumentado que no tenía más remedio legal que autorizar la manifestación, lo que en un primer momento es cierto, pero también revela una escasa coordinación con el Ministerio del Interior, de la que ella depende, al no conocer o no dar importancia a las informaciones que tenía la Policía sobre el perfil de algunos de los promotores. Si bien esa escasa profesionalidad que ha demostrado no es para pedir su dimisión o cese, sí debería tomar buena nota de lo ocurrido para que en el futuro no la vuelvan a tomar el pelo, ni a ella ni otras autoridades gubernativas.

Una ultima apostilla. Hay quienes interesadamente han comparado la actuación de la extrema derecha en Madrid con lo sucedido este mismo fin de semana en algunos pueblos y ciudades del País Vasco. El rápido y fuerte rechazo y movilización social de las redes sociales y de familiares de las víctimas, hizo recular a los promotores desde su propuesta inicial de manifestación de homenaje a Parot, uno de los etarras más sanguinarios, a unos actos con reivindicaciones más genéricas a favor de todos los presos, de forma descentralizada en diversos municipios vascos. 

Siendo totalmente rechazable esa iniciativa de la extrema izquierda vasca, no es comparable ni requiere el mismo tipo de respuesta democrática. Entre otras razones lo sucedido en el País Vasco son los últimos coletazos en la retirada y agotamiento de un camino que ha sido derrotado por la inmensa mayoría de la población y también de las fuerzas políticas nacionalistas. La invasión de Chueca es una prueba más de una extrema derecha envalentonada, en pleno pulso a la ciudadanía y a las instituciones democráticas y que no por ahora no da muestras de retroceso en su apoyo en votos y en redes y medios de comunicación.


La comunidad gay, una de las más afectadas por la "turismofobia"

Chueca, un claro ejemplo de progreso, respeto y convivencia