sábado. 27.04.2024
 

Al igual que la paleontología nos indica que toda degradación de los grupos humanos primitivos pasa por una fase de canibalismo, la crisis del régimen de la Transición, no se ha privado de sumergirse en la iconofilia de dos tabús políticos sumamente autodestructivos orgánicamente: la antropofagia y el incesto. La amortización del bipartidismo pespunteado en el  pacto del consenso y concebido con hechuras definitivas y que ahora, empero, sus paredes se han agrietado sumariamente sin que nadie aplique remedio alguno pensando que la abolición de los valores ideológicos, la falta de alternativa política real, el mantenimiento estructural de la visión predemocrática de las instituciones no implica que la voluntad de finezza de la vida pública haya sufrido un profundo desmayo.

Honoré de Balzac, afirmaba que todo poder es una conspiración permanente, pero esto ocurre, o lo es de manera más tóxica y radical,  cuando la política tan solo se sustancia en la posibilidad del poder; poder suntuoso de estatus, ya que el verdadero, el fáctico siempre es ajeno al escrutinio de la vida pública. Esta lucha promiscua por un poder sin alma, es decir, sin otro fin que obtenerlo y conservarlo, tiene finísimos límites y no repara en costes políticos u orgánicos. La lucha fratricida entre Casado y Ayuso en el Partido Popular tiene su antecedente en la guerra civil mantenida por Susana Díaz y Pedro Sánchez con hendiduras notorias en las convivencias orgánicas.

Según Gramsci, los partidos políticos eran la parte privada del Estado, sin embargo, la Transición, dio en  este terreno un paso más, como ya hiciera en su día Cánovas del Castillo en la Restauración decimonónica y que él mismo se encargaba de denostar, generando a través de las redes clientelares los partidos funcionariales y de Estado. Todo ello hoy tiene como excrecencia agregada la mediocridad de la vida pública con unos partidos sostenidos en el amiguismo, la abominación de lo intelectual y el pensamiento crítico, la carencia de ideología, con lo cual a los graves problemas históricos y crónicos españoles se enfrenta una clase política que no sólo carece de la capacidad intelectual y política para resolverlos, sino ni siquiera con la voluntad de comprenderlos.

El régimen posfranquista no democratizó el poder, ni siquiera su usufructo, que es siempre condicionado por influencias no pluralistas, y el poder nunca se expande sino al contrario se concentra cada vez más. Es por ello que Ortega llamó a la Restauración canovista una obra de fantasmas: “…y Cánovas el gran empresario de la fantasmagoría”. Además, el sistema hogaño, como Cronos, devora a sus hijos.

Casado contra Ayuso, la perversión del sistema