viernes. 26.04.2024

Una democracia para subnormales

Al PP le encanta alardear de “raíces cristianas”. No de las que prohíben mentir y robar, obviamente, sino de las de mantilla, peineta y ventosidades disimuladas en la iglesia. No obstante, el aspecto milagrero del cristianismo ha calado en aquel partido.

Al PP le encanta alardear de “raíces cristianas”. No de las que prohíben mentir y robar, obviamente, sino de las de mantilla, peineta y ventosidades disimuladas en la iglesia.

No obstante, el aspecto milagrero del cristianismo ha calado en aquel partido. Veamos dos prodigios: una ministra de sanidad que no ve un Jaguar en la mismísima puerta de su casa y un presidente autonómico, Feijóo, que desconocía las conexiones de su amiguete Marcial Dorado con el contrabando y el narcotráfico.

Cuestiones sin duda milagrosas, pues años antes, la prensa había señalado a Dorado como un conspicuo contrabandista y narco. Asunto que, por lo demás, era vox populi en toda la comarca cuando fueron tomadas las fotos de la entrañable amistad. Yate incluido, por supuesto.

De cualquier modo, el esperpento nacional es mucho más trágico que todo lo anterior. No radica en grotescos y turbios episodios protagonizados por políticos mediocres, sino el trato diario que reciben los ciudadanos por parte del poder.

Sí, desgraciadamente, los ciudadanos somos tomados a diario por subnormales. En primer lugar por intentar hacernos creer que vivimos en una democracia. Veamos…

Cómo nos toman por retrasados mentales

España no constituye, a día de hoy, un país democrático, es decir, un territorio donde el pueblo decida libremente su futuro. Sin embargo, a diario, desde el poder político, se intenta mantener la apariencia de democracia tratando a los ciudadanos como pre adolescentes con argumentos que solo deberían dirigirse a niños o a disminuidos psíquicos.

Así, se pregona la democracia por celebrar elecciones cuatrienales. Pero todo es un colosal engaño. Las promesas electorales del PP fueron una suerte de timo de la estampita para que el votante “picase”. Una vez en el poder, este Gobierno ha conculcado todas sus promesas y gobierna de espaldas y en contra de la mayoría de los ciudadanos, incluso de sus propios votantes.

Y lo más triste es que las instituciones políticas son una suerte de disfraz de lo que deberían ser. El poder no radica en ellas, sino que campa soberbio, opaco, descontrolado. En manos privadas que jamás responden por sus desmanes y delitos.

Hablo del poder real, el económico, enclavado en las grandes empresas, fortunas y grupos financieros… los “mercados”.

La política, como prostituta postrada ante hediondos clientes

El poder político, que debería servir a la ciudadanía, se encuentra hoy arrodillado ante el poder real. Como una prostituta que espera arrancar semen a cambio de dinero a un despreciable ser con la cartera y la barriga llenas.

Fuerzas hieráticas y omnipotentes someten la voluntad de parlamentos, senados y organizaciones ciudadanas. Chantajean, extorsionan, quebrantan voluntades y matan el futuro de millones de personas de bien. No están sometidas a elección democrática alguna. Sin embargo, deciden el porvenir de los ciudadanos.

Las decisiones que se adoptan “en el marco del Estado de Derecho” solo buscan enriquecer más a los ricos, ceder más poder a los más poderosos y pulverizar cualquier conato de rebeldía o resistencia ciudadana.

En este sentido, y como coartada, se permiten manifestaciones y concentraciones con itinerario, día y hora. Domesticadas. Embridadas para el aseguramiento de que ningún avance social podrá lograrse con su ejercicio.

Mientras, contra los ciudadanos que quieren romper esa férula, se faculta a la policía para amedrentarlos, golpearlos, dispararlos pelotas de goma a la cara, imponerlos multas arbitrarias y prevaricadoras… y para vergüenza del género humano hay homínidos que se prestan a esa sucia labor.

“Hay que protestar dentro de unos cauces”, nos dicen. También suele argüirse aquello de “los derechos de uno terminan donde empiezan los del otro”. Pero todo eso no compone más que un engañabobos, pues solo se busca domesticar el descontento, que se reduzca al pobre papel de la pataleta controlada en el marco del “orden público”.

Nos están robando, estafando, agostando el jugo de la ilusión, especialmente en los jóvenes que desean iniciar una vida normal… y lo llaman democracia porque se celebran elecciones para elegir a unos “representantes” que servirán al poder económico en contra de quienes los votaron… nos toman por retrasados mentales.

Por lo demás, pido disculpas si el término “subnormal” ha molestado a alguien. Me solidarizo con quienes viven directamente ese problema… Pero el Gobierno nos trata como a disminuidos psíquicos y opino que, al menos, debemos proclamar que no lo somos, que muchos sabemos lo que ocurre, que nos estamos organizando y que jamás, jamás, jamás, vamos a rendirnos.

Una democracia para subnormales