lunes. 29.04.2024
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Concha Velasco, en los Premios Goya 2018.

Que más se puede decir de lo mucho que se ha escrito sobre la extraordinaria carrera de Concha Velasco, que logró cautivar al público desde los años 50, en plena dictadura, para convertirse en la Novia de España durante la transición pasando con éxito por todas las tesituras, los géneros, los matices, para convertirse en la actriz preferida de los grandes directores españoles, interpretando personajes de gran envergadura dramática. Pasó por todas las experiencias, incluso como productora, y combatió crisis con el trabajo a destajo. Castellana de pura cepa, hermosa por donde la vieras como artista y como persona. Por eso, aunque parezca una visión egoísta me atrevo a rendir culto a su vida y su carrera, contando la progresión de mis propias experiencias vividas y compartidas con ella, hasta llegar a mantener una entrañable amistad.

En 1976 poco sabía yo en Londres de Concha Velasco. Pero, como me iba muy bien, hacía tiempo que quería probar suerte dirigiendo una obra de teatro en España. El hecho de que desde hacía casi dos años mi amigo, el gran actor argentino Héctor Alterio, se había asilado aquí tras las amenazas de muerte de la tristemente Triple A en Argentina, la idea se había acelerado en torno a llevar a cabo un proyecto teatral con él. A mediados de ese año 76 se precipitaron los acontecimientos cuando yo estrenaba en español, el protagonista de Treats una obra de un autor británico bastante joven entonces, Christopher Hampton, en la radio de la BBC de Londres, bajo la dirección de Walter Acosta. Pensé que había encontrado la obra ideal, y me lancé al proyecto con más entusiasmo cuando al tramitar derechos el mismo autor Hampton me comentó que su gran éxito anterior en Londres, El Filántropo, se estaba representando con buena aceptación en Madrid.

En principio, contando con Alterio, un abogado hispano argentino también amigo, como representante legal, me sugirió contactara con Concha Velasco, actriz muy conocida y querida en España. Así fue como conocí la impactante trayectoria artística de Concha cuando aún no tenía 40 años, y me asombró su buena disposición a conocer la obra. El proyecto no se llevó a cabo por diversas razones, entre ellas el stress que yo sufría con una actividad también agobiante en Londres, al tiempo que en octubre 1976 fallecía mi padre en Buenos Aires, y tan sólo unos días después mi esposa daba a luz a nuestro segundo hijo en la capital británica. Cuando planteaba postergación de planes fui intervenido de urgencia por complicaciones de una afección de vesícula biliar. Afortunadamente, entre tanto, Alterio ganaba ese año el premio a Mejor actor protagonista por un A un Dios Desconocido, y se le abrían posibilidades en cine lo que hizo que abandonara el proyecto de la aventura teatral. Comprendiendo los hechos, le hice llegar una explicación y mis disculpas a Concha Velasco a través de su representante artístico, cerrando así el primer episodio de mi vida en contacto con Concha Velasco.

Sin embargo, mis deseos de trabajar en España se habían intensificado, y dos años después, en la segunda mitad de 1978, me lanzaba a la aventura con mi familia, y me instalaba en Madrid. Obviamente recurrí a los contactos anteriores, y entre ellos estaba el representante artístico de Concha, Damián Rabal, hermano del célebre Paco Rabal. Así volví a contactar con Concha sin un proyecto concreto, pero coincidiendo en algunos trabajos del audiovisual. Ya me desenvolvía normalmente trabajando como actor, con los avatares propios de la profesión, y en los siguientes tres años me vi envuelto en otros proyectos teatrales produciendo dos en los que trabajé como actor, y luego fui contratado para dos funciones teatrales de cierta trascendencia. Al mismo tiempo, alternaba con trabajos en el audiovisual. No podía decir que me iba mal, pero la vida del espectáculo tiene altos y bajos más a menudo que en otros ámbitos laborales, y cuándo el teléfono no suena cuando terminas un trabajo, empiezas a preocuparte si no te volverán a llamar más.

Así, llegamos a 1982 con mi vida en Madrid, que me iba a dar dos regalos especiales. Uno fue el nacimiento de mi tercer hijo, y cuando menos lo esperaba, casi al mismo tiempo, la directora Josefina Molina, a quien había conocido como directora de teatro en una de sus colaboraciones en Centro Dramático Nacional, me llamó para una serie de televisión que iba a dirigir para TVE. Se trataba nada menos que Teresa de Jesús.

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Jorge Bosso durante el rodaje de Teresa de Jesús.

Esa fue una experiencia inolvidable en mi carrera y en mi vida, porque además de compartir trabajo con Concha Velasco en una de sus actuaciones dramáticas antológicas, lo hice también, por mera coincidencia, con Paco Rabal, que hacia el padre de Teresa, y con mi amigo Héctor Alterio, que interpretó a su tío. En el diseño del reparto del cuadro familiar masculino de la Santa, a mí me tocó interpretar a su cuñado, el marido de su hermana interpretada por Lina Canalejas. El rodaje se extendió por el paisaje castellano, en noviembre y diciembre de 1982, y avanzados los primeros meses del 83, con mayor incidencia en Ávila, ciudad natal de Teresa, pero también en tradicionales lugares muy bien conservados de la región de Castilla. La experiencia en el audiovisual, sea cine, pero especialmente en los rodajes más prolongados de las series de televisión, con grandes obras que en ese momento producía con esmero y cuidado TVE, cobra un sentido muy especial de no sólo compartir el tiempo del trabajo. También en la convivencia de las cenas, tertulias, momentos de ocio, que toca residiendo en el mismo hotel, con personas tan entrañables como Concha y Paco, y la calidez y afabilidad de Lina Canalejas, y de María Massip, que interpretaba el papel de la monja amiga de Teresa.

Pero, particularmente, para mí, se fue tejiendo una amistad que duraría toda la vida, tanto con Paco Rabal, con quien había coincidido en varios trabajos anteriormente, como con Concha Velasco. Al grado de que para ambos pasaron a llamarme desde entonces en la vida privada, mi yerno, y mi cuñado, respectivamente. Resulta difícil de explicar, pero estas son relaciones que nacen de compartir momentos buenos y malos con total compañerismo, desbordando afecto y comprensión. No puedo decir si lo mismo puede llegar a ocurrir en otros oficios. En el nuestro juegan un papel capital los sentimientos.

Me encontré así con una Concha Velasco que había comenzado a trabajar muy joven en pleno franquismo, y por tanto sometida a jugar un papel de cierta sumisión, que había atravesado la transición con apertura de miras e inteligencia afirmándose como persona. Pude reconocer que esa Concha que yo conocía entonces había llegado a ser a una artista sensible con gran apreciación de los problemas, laborales, sociales y políticos.

Nuestra amistad continuó, hasta que unos años después yo participaba en la fundación de la Unión de Actores, como sindicato sectorial independiente. Durante todo ese tiempo trabajé en la organización con grandes actrices y desarrollé vínculos de amistad con muchas de ellas, pero Concha Velasco siempre contaba con una preferencia como actriz favorita del público en general, de jóvenes y mayores y de hombres y mujeres. Y en la labor sindical te encuentras obligado muchas veces a apoyar una campaña, una actividad, una conquista con alguien famoso que llegue a todo el mundo. Esto es algo que también les ocurre a las grandes centrales sindicales, pero no siempre todas las figuras están disponibles. Puedo asegurar que a pesar de ser una trabajadora incansable, compartiendo labor tanto cine, como televisión y teatro, siempre que pudo me regaló su apoyo, su entrega, su atractiva presencia para el gran público.

Podría citar cantidad de veces en que demostraba su adhesión, tanto para nuestro sindicato como para CCOO y UGT en reivindicaciones que tenían que ver con las demandas y reivindicaciones de la cultura. Pero, hay una particular que lo identifica y resume. Se trataba de una Reunión Internacional de Coaliciones por la Diversidad Cultural, en el Museo de América de Madrid. La Coalición española estaba integrada por la Sociedad General de Autores, la desaparecida FAPAE de productores del audiovisual y la Federación de Artistas Intérpretes, que yo presidía y representaba a sindicatos de actores y de bailarines en España. Tras dos días de deliberaciones no fáciles se llegó al acuerdo no de una declaración conjunta, sobre las 16,00H. Ya estaba convocada una rueda de prensa con la presencia de todos los delegados que superaban el centenar, a las 18,00H. Reitero estaba la SGAE y FAPAE que contaban entre sus miembros a figuras importantes de la dramaturgia y la música, y a los productores más destacados, y de pronto se planteó la lectura del acuerdo ante una buena convocatoria de prensa. Me pidieron si podía conseguir para ello a alguna estrella de cine español, y el pedido no me agradó por el poco tiempo disponible. Pero, intenté contactar con Concha y lo conseguí a la primera. Le expliqué que se trataba de leer un texto durante unos dos o tres minutos y la situación que se planteaba. Aceptó hacerlo, y se presentó puntualmente, a pesar de que el Museo de América de Madrid no se encuentra en un lugar accesible. Leyó de maravillas, en español, y lamenté que gran parte de la audiencia recibiera la traducción. Al final se quedó un momento para la prensa, y cuando le ofrecí pagarle los gastos de taxi, me dijo que ni se me ocurriera. Que lo había hecho con placer. De esto pueden dar fe dos conocidos máximos dirigentes de SGAE y FAPAE, en época de su apogeo en 2005, que quedaron asombrados por lo que había conseguido. Para ellos algo bastante difícil con sus propios asociados, Para mí, afortunadamente sencillo por la lealtad de Concha Velasco, y su disposición a ayudar siempre que pudiera.

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Caricatura de Concha Velasco, por Osvaldo Perez D’Elías.

La última vez que la vi en teatro, antes de la pandemia, fue en una obra de su hijo, El Funeral, en el que en escena había un ataúd que supuestamente tenía su propio cadáver. Comedia que interpretaba desbordante, pero que causaba cierto estremecimiento, cuando ella misma, que había sufrido una grave enfermedad, celebraba su supuesta muerte. La de una estrella famosa como Concha Velasco. Luego, en medio de las representaciones con el éxito de siempre en gira, su enfermedad reincidió y llegó el momento en que decidió alojarse en una residencia. Nunca más la vi, y reconozco mi culpa, aunque quería entregarle el dibujo que de ella había hecho el gran caricaturista de ABC, Osvaldo Perez D’Elías, fallecido hace más de 10 años. Tras la pandemia la viuda de mi amigo dibujante me entregó el original de esa caricatura, para regalársela y nunca llegué a entregársela. Se la debo, para celebrar con su gran humor, la gracia de su figura y su talento marcando casi 70 años de la historia del espectáculo en España.

Sincero homenaje a la gran Concha Velasco