domingo. 28.04.2024
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Una buena idea tiene que gustarnos, seducirnos de algún modo. Una mala idea no necesita ni siquiera eso, le basta con imponerse por la fuerza de los hechos. Tras las elecciones autonómicas y municipales del pasado mes de mayo, las malas ideas han ganado mucho terreno y comienzan a imponerse en nuestras ciudades. La misma escena se repite con una coreografía política calculada al detalle: se trata de deshacer todo lo anterior, de borrar toda huella de los avances sociales conseguidos.

Un ejemplo inmejorable de esta operación de borrado es el desmantelamiento de los carriles bici en Elche, Logroño, Valladolid, Gijón, etc. En todos los casos encontramos una misma lógica política: los nuevos gobiernos de derechas actúan guiados por puros prejuicios ideológicos y contra cualquier criterio técnico. No es casualidad. No es una cuestión local. Es parte de una misma estrategia política global de la derecha para disputar el relato sobre el modelo de ciudad a la izquierda.

Tampoco nos engañemos, esta batalla contra el carril bici por parte de las derechas no es nada nuevo. En realidad, es más de lo mismo. Continúa y profundiza en la misma línea del viejo rechazo a las peatonalizaciones, -que desde hace ya más de 30 años es un clásico del populismo electoral de las derechas-, y funciona con el mismo argumentario: una defensa irracional del coche particular y una negación, delirante e incoherente, de las ventajas obvias de cualquier otro medio de transporte. La anomalía, en el caso de los carriles bici, es la sorprendente capacidad de las derechas para ampliar sus apoyos y su impacto ideológico sobre ciertos colectivos sociales a través de su discurso sobre el coche particular.

Porque es evidente que, en la conversación pública, en la "charla de bar", en la tertulia de sobremesa, la extrema-derecha ha reintroducido elementos que todas y todos creíamos completamente superados desde hace décadas. Además, la extrema-derecha populista ha recuperado elementos de su viejo folclore obrerista, más exactamente del antiguo obrerismo fascista, con su impostada y retórica agresividad frente a unas supuestas élites dominantes, las cuales hoy como ayer, y como siempre, son identificadas con una internacional socialista imaginaria. Está idea de la conspiración mundial ya la vimos operar, en toda su extensión, durante la pandemia con las ofensivas de fakenews de las derechas conspiranoicas. Y justo por eso, no debemos interpretar las campañas anti-bicicletas como un fenómeno aislado, localista o producto de un alcalde excéntrico, sino como parte de una estrategia de la extrema-derecha para marcar la agenda-setting de las derechas tradicionales a escala global.

A lo que nos enfrentamos actualmente es a la colonización ideológica de la derecha conservadora tradicional por la extrema-derecha populista

Porque ya no hablamos de la agenda local de las derechas conservadoras, sino de un discurso populista de extrema-derecha producido y difundido a escala mundial. Así se explica que algo, tan aparentemente inocente y técnico, como un carril bici sea un eje discursivo clave de la campaña de las derechas en Berlín, Buenos Aires o Madrid. No debemos pensar que esta conjunción de temas y retoricas, en varios países y al mismo tiempo, es simplemente casual. Lo que parece evidente, viendo cómo operan las diferentes administraciones municipales de la derecha, es que la agenda de la extrema-derecha populista sostiene una tensión, a escala global, con la derecha tradicional en aquellos temas que, de forma tácita, estaban consensuados socialmente. Es decir: a lo que nos enfrentamos actualmente es a la colonización ideológica de la derecha conservadora tradicional por la extrema-derecha populista, que esencialmente tiene como objetivo crecer electoralmente, dentro de su propio espacio político, extremando sus posiciones para forzar a la derecha clásica ("la derechita cobarde") a radicalizarse.

Todo esto es posiblemente inevitable. Lo preocupante de esta deriva radical en las derechas son los efectos secundarios. Porque de una u otra forma, el lenguaje político de las derechas tradicionales se está viendo alterado por la extrema-derecha, está mutando y se está radicalizando. Y esta radicalización de las posiciones de las derechas nos lleva, queramos o no queramos, a una nueva guerra cultural.

En esta guerra cultural la extrema-derecha populista está orientando la discusión sobre los carriles bici, como siempre, a un falso debate sobre la libertad individual. Es este marco, el del individuo frente al Estado, lo que les facilita construir un discurso populista antipolítico, donde la política es identificada con supuestas restricciones de la libertad individual, y por extensión, la democracia y sus instituciones son descritas como instrumentos de control al servicio de las élites dominantes. Así, la derecha populista se transforma en un movimiento en defensa de la libertad y contra imaginarios abusos de poder. Absurdo, sí, pero muy útil para sus intereses políticos.

Y esto se percibe de forma clara en la narrativa de las derechas sobre el modelo de ciudad. Curiosamente, en la base de la defensa del automóvil privado se encuentra siempre un mismo hilo argumental: el coche privado como símbolo de libertad individual. Esta defensa del automóvil no es un tema exclusivo del estado español. En todos los países occidentales la lógica de las derechas populistas es la misma: asociar coche particular con libertad individual. El relato político es muy simplista, pero también muy eficaz: si se asocia coche con libertad, cualquier restricción a su uso es un "ataque a mi libertad individual". Esta falacia puede resultar obscena, pero eso no le resta efectividad.

Porque el relato de la derecha populista no busca apelar a lo racional, sino a lo emocional. El discurso de la derecha alternativa, o AltRight, se construye siempre en torno a la libertad individual concreta, mientras que el razonamiento de las izquierdas se fundamenta sobre las necesidades colectivas generales. Ya lo hemos visto en otras ocasiones y lo relativo al modelo de ciudad no es una excepción. Así, una vez más, nos encontramos con un debate trampa dónde, paradójicamente, son las propias clases dominantes o incluso la propia representación de la Administración (Ayuso es un ejemplo inmejorable de esta técnica de dumping ideológico), quienes se presentan como defensores de la libertad individual. Utilizando el poderoso significante "libertad", aunque sea la "libertad-de-tomarse-unas-cañas" en medio de una pandemia mundial que reivindicaba la presidenta Ayuso, o la libertad de vender un riñón que reivindica el candidato Milei, como eje articulador de todo el discurso populista de la derecha. Y no seamos ingenuas, la elección del significante libertad no es casual. La defensa de un concepto genérico y abstracto de libertad individual, que está en la matriz de la ideología neoliberal, permite a la derecha reivindicarse frente a la izquierda como una verdadera alternativa al sistema dominante, incluso presentarse a sí mismos como "antisistema".

En el caso de la batalla por el control del espacio público, que de eso trata en última instancia el desmantelamiento de los carriles bici, la libertad se convierte para las derechas en libertad-para-conducir. Y por ridículo que parezca, esto tampoco es una casualidad. Esta idea de "libertad-para-conducir" nos reenvía de forma automática a la publicidad de la industria automovilística. Así, esta manipulación de la idea de libertad se hace aún más pornografía al asociarse, indirectamente, con la industria del automóvil. Si hacemos un rápido repaso mental de la publicidad de coches del último medio siglo, veremos que, la mayor parte de esta publicidad combina la idea de libertad con la imagen de un hombre (no una mujer) desplazándose a gran velocidad por carreteras limpias (nunca hay atascos) y en escenarios idílicos, casi míticos. En esquema, lo que se vende es una idea de libertad individual que se opone a la sociedad.

En el debate sobre el uso del automóvil la derecha ha sabido explotar esa pulsión individualista, tan útil al capitalismo, y contraponerla a una caricatura del ciclista urbano como un sujeto manipulado por la publicidad y los medios de comunicación. Sí, efectivamente; es completamente al revés, exacto. Así es como opera generalmente el discurso populista de las derechas. Y contra ese mecanismo de nada nos sirve la lógica.

No se pueden combatir las malas ideas con argumentos lógicos. Contra las malas ideas solo se puede resistir, desde la razón, organizándose para impedir que se impongan

Porque todo el mundo sabe que Glovo es una multinacional social-comunista y ecofeminista, al servicio de la tercera internacional ecologista. Por eso los riders, sus trabajadores, van en bici. No se trata de que la bicicleta sea mucho más rápida, barata y eficaz para desplazarse por la ciudad, lo que abarata los costes de una empresa que tiene como objetivo, único y exclusivo, aumentar sus beneficios. No, por supuesto que no, la realidad es que Glovo es parte de una conspiración mundial para recortar las libertades de los conductores. ¿No es así?

Frente a este tipo de alucinaciones ideológicas poco o nada se puede hacer. Esta completa inversión de la realidad produce un verdadero efecto de colapso en la lógica de las gentes de izquierdas. Provocando una disonancia cognitiva tan profunda que, llegados a cierto punto, resulta imposible rebatir lógicamente sus razonamientos. Y no por falta de argumentos, sino por falta de capacidad para penetrar tras esa espesa capa de ideología que lo distorsiona todo.

No se pueden combatir las malas ideas con argumentos lógicos. Contra las malas ideas solo se puede resistir, desde la razón, organizándose para impedir que se impongan. Y en el caso concreto de los carriles bici y de un nuevo urbanismo por y para la gente, tenemos que hacerlo al mismo tiempo a nivel global y local. No se trata de convencer a la extrema-derecha, se trata de impedir que nos impongan sus marcos y sus relatos. Porque ahí sí, en la batalla contra la extrema-derecha, lo que está en juego es nuestra libertad, la verdadera libertad: la libertad de todos y todas.

Raquel Romero | Periodista y Exconsejera del Gobierno de la Rioja (2019-2023)

Pedalear localmente, pensar globalmente