sábado. 04.05.2024
Pablo Ovalle | Fundación Nuestra Calle

La igualdad no se define como una semejanza sin fisuras. Cada cual es diferente y tiene rasgos que lo hacen singular e irrepetible, según señala el principio leibniziano de los indiscernibles. Nunca podremos hallar dos insectos idénticos en la hoja de un árbol. Eso es lo que nos hace absolutamente insustituibles en el orden del cosmos. Nadie será nunca exactamente como nosotros, ni tan siquiera los denominados gemelos idénticos que comparten todo su código genético, porque las circunstancias y la experiencia diversificará su carácter, aunque sea de un modo imperceptible.

Que somos diferentes e inintercambiables resulta capital para tratar las cuestiones relativas a la igualdad. Una cosa es propiciar condiciones de posibilidad que permiten acceder a todas las prestaciones del sistema educativo, sanitario y asistencial, para tender a homologar nuestras oportunidades en la promoción social y el mantenimiento de una mínima subsistencia vital. Pero universalizar ciertas ayudas puntuales puede ser algo tan lesivo como el abuso de unas discriminacionepositivas que desatiendan tendencias y se focalicen sobre ámbitos ya de por sí privilegiados.

El principio de asimetría resulta muy revelador. No se pueden reclamar los mismos derechos y deberes a quienes padecen una situación de inferioridad, ya sea por su corta o excesiva edad, problemas de salud o cualquier otro  tipo de indigencia y menesterosidad. A lo largo de nuestras propias biografías vamos representando distintos papeles que mudan en función de los acontecimientos y las circunstancias. Bajo una pandemia o un conflicto bélico las reglas de juego pueden modificarse para capear el temporal y no cabe reclamar el mismo sacrificio sin atender a nuestras peculiares circunstancias del miembro.

La empatía es lo que puede orientarnos a través de los laberintos morales para encarar nuestros dilemas estivos y formatearlos con una mayor eficacia

Nada es más variable que la perspectiva de una geometría ética. Las definiciones han de modificarse constantemente para que sus corolarios no causen los estragos a evitar. A nadie se le ocurriría utilizar un lecho de Procusto para uniformizar estaturas, aunque no dejamos de pretenderlo en las cabinas aéreas, donde corpulentos y espigados pasajeros deben adaptarse a unos asientos de dimensiones liliputienses, como si este proceder nos asegurara un trago igualitario en los viajeros aéreos.

Aunque no se cotice demasiado y se la tenga por una debilidad indecorosa, la empatía es lo que puede orientarnos a través de los laberintos morales para encarar nuestros dilemas estivos y formatearlos con una mayor eficacia. Sin adoptar el punto de vista que tienen los demás, nuestra perspectiva será incapaz de abarcar panorámicamente una situación. El único modo de abrir nuestra inevitable parcialidad es tener en cuenta otras miradas y enfoques del mismo asunto. Renunciar al sectarismo de tener siempre razón y compartir ideas intercambiando pareceres que puedan enriquecer nuestra visión de las cosas.

A nadie se le puede ocurrir tratar al enfermo cual si no lo estuviera, sin atender a esas especiales y delicadas circunstancias que le colocan en una menesterosa posición de inferioridad, ya sea esta pasajera o estable. Tampoco cabe hacer otro tanto con los ancianos cuya merma de facultades les impiden interaccionar simétricamente. Aplicar a gente de avanzada edad o a personas convalecientes de una operación los criterios al uso para situaciones habituales, no se compadecería con lo que podemos llamar los cánones de la geometría ética, cuyas figuran deben ser sumamente adaptativas y variables, eludiendo cualquier tentación de simetría en aras del auténtico y personalizado igualitarismo.

Renunciar al sectarismo de tener siempre razón y compartir ideas intercambiando pareceres que puedan enriquecer nuestra visión de las cosas

Una vez más este mecanismo es demasiado sutil y completo para confiarlo a los cálculos de unos algoritmos. Las intuiciones de la compasión se mostrarán mucho más eficaces que sesudos análisis estadísticos donde acaban por difuminarse los rostros. La sonrisa o una mueca de dolor son factores mucho más elocuentes para obrar de uno u otro modo, al margen de fríos protocolos burocratizados que por añadidura se plasman a veces en ciertas convenciones tremendamente dañinas.

Las líneas rectas hay que trazarlas a veces en renglones muy retorcidos, tan sinuosos como los avatares de la propia vida. Dentro de nuestro ámbito íntimo y el entorno más próximo nos resulta más fácil aplicar esta geometría ética tan variable. Supone un reto mucho mayor extender su aplicación en círculos concéntricos con relaciones tan esporádicas como efímeras. Todas las prácticas del cuidado tienen mucho que aportarnos aquí. Hay profesiones cuya vocación es cuidar al otro y deben servirnos como paradigma en toda interacción social, porque nuestra fuerza como especie reside sin duda en las prácticas altruistas que atenderán el egoísmo y vienen a paliar nuestra fragilidad con los múltiples réditos de una imprescindible interdependencia.


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