sábado. 04.05.2024
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Santiago Armesilla, un conocido youtuber español, doctor en Economía, miembro de Vanguardia Española, ha escrito un libro más que interesante, que trata de aunar el mundo abierto en su día por España y Portugal en el planeta para construir una alternativa al mundo capitalista anglosajón aprovechando, además, la relativa decadencia de los dos países más importantes de ese mundo que son USA y el Reino Unido. Es verdad que el segundo hace tiempo que está en una decadencia galopante -y más desde el brexit- si volvemos la mirada hacia atrás, situándola simplemente a comienzos del siglo XX. La decadencia del país americano es relativa por comparación con la próxima gran nación que será China en breve tiempo, quiero decir, la nación hegemónica al menos en lo económico. Para Armesilla iberofonía sería el conjunto de naciones y poblaciones que en los cinco continentes hablan portugués y español, las dos únicas lenguas universales mutuamente comprensibles a gran escala (1), lo cual es inobjetable. La idea general es que este mundo anglosajón -también se dice en otros momentos del libro anglo-germánico- es que la supremacía de la parte cultural de ese imperio se ha construido sobre un mundo capitalista, entendiendo capitalismo a partir de la conceptualización y análisis que hace Marx en El Capital y en otros textos como son La crítica de la economía política, La crítica del programa de Gotha o el mismo Manifiesto Comunista. Y esa victoria se ha conseguido al menos en el mundo llamado Occidental -pero ha de entenderse que en el conjunto del planeta- debido a la derrota de los imperios español y portugués a partir de las independencias de los países americanos, que eran virreinatos en el caso español, a comienzos del siglo XIX. Entiendo que Armesilla sostiene en el texto que ambos imperios ibéricos estaban basados en una economía comercial y que la derrota se produjo, entre otros motivos, por la eclosión del imperio anglosajón basado en el industrialismo a partir de la Revolución industrial. Que conste que estoy interpretando al autor del magnífico libro Iberofonía y Socialismo y no quiero atenerme a una frase o algún comentario del texto. Mi opinión es que esa diferenciación elevada a categoría de modo de producción a la manera marxista, es decir, entendiendo la Historia como una sucesión de modos de producción, es errónea porque el imperio británico fue fundamentalmente un imperio comercial también, aunque tuviera un peso hegemónico el sector industrial más tarde. Es decir, lo que había era un diferenciación de grado. Ocurre simplemente que, aunque la llamada Revolución industrial comenzó en Manchester a mediados del siglo XVIII, tardó casi un siglo en implantarse en el continente europeo y eso lo fue sólo parcialmente. Y ocurrió que los territorios de ultramar americanos que se separaron de España y Portugal mediante guerras civiles -eso fue las independencias americanas- lo hicieron en el primer tercio del siglo XIX, es decir, cuando aún el Reino Unido no había construido su imperio tal como fue en su apogeo posterior. Piénsese que la revolución mejicana de 1910 (2) fue una revolución campesina porque aún no había llegado la industria, o que la guerra civil americana, que comienza en 1861, lo fue precisamente porque la forma esclavista de producción de los Estados del sur no podía proveer mano de obra barata y libre a los Estados del norte para su ¡precisamente! industrialización.

Quiero traer a colación un texto notable de alguien que ha estudiado el auge y caída de imperios como es Paul Kennedy en su libro Auge y caída de las grandes potencias y dice que “Lo que hizo la Revolución industrial fue fortalecer la posición de un país que había obtenido ya grandes éxitos en las luchas preindustriales y mercantilistas del siglo XVIII y que se había transformado entonces en una clase diferente de potencia” (3). Paul Kennedy señala que es hacia 1860 cuando el Reino Unido alcanza el zénit de su potencia industrial, pero lo hace en comparación con el continente europeo, de tal manera que el país anglosajón produciría en torno al 55% de los productos industriales mundiales, que exportaría en su mayoría. Y resulta significativo que David Ricardo, uno de los grandes economistas de la historia -al menos así se presenta en la historia del análisis económico-, en su libro Principios de Economía Política (Principles of Political Economy), publicado ¡en 1817! tenga como protagonista dos preocupaciones: la teoría de la renta de la tierra y la teoría de los costes comparativos, es decir, la agricultura y el comercio, y nada de la industria. Se podrían poner muchos otros ejemplos y otros textos pero creo que no se puede sostener que el imperio anglo-yanqui -yo lo llamó así- hubiera desplazado a los imperios ibéricos porque hubiera construido un sistema o modo de producción distinto, pero sí que fue decisivo ser los primeros en la industrialización respecto al continente europeo para crear la hegemonía, primero británica y unos 70 años después la yanqui.

Volviendo a la idea general del libro, con vistas al futuro y para abrir la posibilidad de una alternativa al mundo aún hegemónico anglo-yanqui, se ha de considerar la prueba del algodón una travesía por tres reinos: el reino de la necesidad, el reino de la posibilidad y el reino de la voluntad, es decir, para cambiar la cosas y más la propuesta de Santiago y de otros muchos que han elucubrado sobre tal cuestión, se ha de considerar si el cambio es posible, si se siente como necesario por una masa mínima sociológica en el mundo iberófono y si existe voluntad política, aunque sea minoritaria, de llevar a cabo semejante tarea. Ayuda desde luego en el reino de la necesidad la crisis última iniciada en el 2007/8 y que aún no se ha superado enteramente; también gracias a la guerra en Ucrania. Se ha recurrido, afortunadamente, al keynesianismo, aunque sea moderadamente, para salir de la crisis frente a las políticas de austeridad que asolaron Europa y otras partes del planeta una década anterior, pero no se ha abordado el problema gigantesco, el principal con mucho, que es el desigual reparto de la renta y de la riqueza, tarea imposible si quien manda en el mundo realmente son los que viven de las herencias, que es la principal causa de esa desigualdad (4). Y aquí viene una posible discrepancia con el texto aunque pudiera parecer que no es así quien leyera el libro. La cuestión no está en el tema de la iberofonía sino en el tema del socialismo. Para ello hay que preguntarse qué es el socialismo como idea y tarea política para las izquierdas. Armesilla pone como condición para llevar a cabo una nueva tarea civilizatoria alternativa a la anglo-yanqui la construcción de un nuevo modo de producción que, aunque no sea anticapitalista, sea al meno post-capitalista. Así entiendo su texto aunque admito que pueda no haberle entendido enteramente. Yo diría que, como diría un castizo, si para presentar una alternativa civilizatoria tenemos que encontrar otro modo de producción alternativo al existente -se le llame como se le llame- pues “apañao vamos” o, como se diría en el Tenorio, “cuán largo me lo fiais”. Por ello es preciso determinar al menos intelectualmente que es o debiera ser el socialismo en el siglo XXI, es decir, en el aquí y en el ahora. Armesilla es marxista -y tiene todo el derecho a serlo- y parte con Marx de que la esencia del capitalismo es la separación en el seno de las empresas entre el trabajo y el capital, es decir, en ambos sentidos de la palabra capital, es decir, como monto de dinero prestado y como medios de producción. Es verdad que existen otras formas de producción como es el trabajo autónomo o empresas familiares, incluso pequeñas empresas donde ambos medios -trabajo y capital- a veces están mezcladas, pero la influencia política del capital se debe a las grandes empresas donde esa separación es tajante. Y la pregunta es: ¿un modo de producción post-capitalista es posible sin que se mantenga esa separación entre capital y trabajo?

Otra cuestión más peliaguda de la que parte Armesilla es la teoría de la explotación de Marx, mediante esa diferenciación entre el valor de lo que se produce y el valor de lo que consumen los trabajadores directos y sus familias para mantenerse activos. Y aquí Armesilla, como buen marxista que es y con gran conocimiento de Marx y de otros muchos autores, no puede saltar sobre la sombra del teutón porque, en esta concepción de la teoría de la explotación -núcleo duro de El Capital- existen en mi opinión dos errores graves, uno cuantitativo y otro cualitativo. El primero es fácil de entender e, incluso, de aceptar para un marxista. Marx muere en 1883 cuando apenas se está construyendo en Alemania lo que hoy se entiende por Estado de Bienestar, razón por la cual la población trabajadora se acercaba mucho cuantitativamente a la población consumidora. Sólo quedan fueran los niños y no siempre (5) y los afortunados que no tenían necesidad del trabajo por herencia; la población trabajadora apenas llegaba a los 65 años, con lo cual muy pocos trabajadores podían jubilarse en aquellos sitios donde se había instituido este componente de ese estado de bienestar. Por ello Marx considera que la diferencia entre el valor de lo que se produce y lo que consumen los trabajadores directos y sus familias es explotación, pero en el mundo actual en una parte del planeta -pero la que decide- es más del doble la población que consume y no trabaja porque hay pensionistas, parados, el trabajo infantil está prohibido, etc., además de los holgazanes de cuna mencionados. Por ello esa diferencia entre un valor y otro no puede ser explotación, porque debe alimentar la otra mitad. Puede argumentarse que no importa y que la explotación es igual cuantitativamente que cuando la formuló Marx y lo que se hace ahora es repartirla mejor porque esa diferencia ha aumentado merced a la tecnología. Pero entonces la teoría de la explotación dejaría de ser una ley económica y se convertiría en una mera definición, es decir, exenta de valor científico. Para ello mejor partir de la teoría del excedente de Piero Sraffa (6) y nos ahorramos rectificar el punto de partida. De hecho así lo considera un gran estudioso de la obra de Marx como es el japonés Michio Morishima cuando llega a la conclusión de que la explotación se produce como consecuencia de la prolongación no querida -por el trabajador- de la jornada de trabajo. Podría traer aquí otro autor que me gusta que es Ian Steedman, pero ya hay artículos míos en este medio sobre el tema que pueden leerse. El otro gran error de Marx en mi opinión consiste en considerar que la explotación nace en el seno de la empresa. Y esto es decisivo porque, si fuera cierto, también se daría explotación en cualquier modo de producción pasado, actual o hipotético, sopena nos deshagamos de las empresas, de su estructura de decisión piramidal, lo cual sería un desastre. Más aún, aun cuando no hubiera esa separación entre capital y trabajo comentados que caracteriza el sistema de producción capitalista, habría explotación porque siempre la población consumidora será mayor que la trabajadora, y habrá necesariamente diferencia entre el valor de lo que se produce y el valor de lo que consumen los trabajadores directos y sus familias. O dicho de otra forma, sólo es posible lo primero si se da esa diferencia de valor. Por ello la tarea iberófona, si es necesaria, ha de ser posible con empresas con o sin separación entre capital y trabajo, pero sin renunciar a ninguna de ellas. Marx nos metió en un determinismo con su teoría de la explotación del que sólo es posible salir fuera del marxismo para no depender las superestructuras -de acuerdo con la propia visión del propio Marx en la Contribución…-de su base económica. Dicho otra forma, para salir del laberinto que nos metió el teutón se ha de ser más gramsciano que marxista, a pesar que Gramsci se considerara marxista.

La otra cuestión mencionada y que retomamos es qué es o puede ser el socialismo en el siglo XXI. Para Marx y los marxistas la explotación sólo desaparecerá cuando los trabajadores sean propietarios de los medios de producción, y ello es una condición para salir  del sistema capitalista. Eso nunca ha ocurrido ni ocurre. Es más, nada garantiza que deje de existir esa diferencia entre consumidores y trabajadores directos, por lo que la explotación -según esta concepción- seguiría existiendo aunque se la llamara de otra forma (7). Por ello no queda más remedio que abandonar estas ideas marxistas sobre el socialismo o sobre las condiciones que deben permitir el pase de un modo de producción capitalista a otro que no sabemos cómo será, porque no hay tierras prometidas ni paraísos ideales marxistas -hegelianos- ni no marxistas, porque no podemos esperar para construir un mundo posible -que lo es-  donde impere la justicia y zafarnos del gran problema actual que es la desigualdad (8). Por ello un socialismo del siglo XXI se llama Estado de Bienestar para ¡asegurar a todos los habitantes del planeta un mínimo digno desde la cuna hasta la sepultura!, y con una lucha brutal, titánica, caiga quien caiga, contra el cáncer de la humanidad que es la desigualdad de renta y riqueza, hecho derivado de las herencias y no del esfuerzo individual. Y todo hecho desde lo público, con separación tajante entre lo público y lo privado. Por supuesto que hay otros problemas que han de abordarse, pero estos son los que son posibles y necesarios resolver con las restricciones presupuestarias inevitables, pero sólo las inevitables. Los partidos de izquierda deben salir de la minoría de edad de los marxismos para caminar por una senda en construcción de un socialismo no marxista.

Dicho esto sobre las bases económicas de un futuro socialismo la construcción de una alternativa iberófona al mundo anglo-yanqui es posible por varios motivos. En primer lugar porque el imperio español se basó en el respeto institucional por los pueblos indígenas expresados por la la reina Isabel la Católica en 1486 y en 1500, y que nos lleva hasta la Constitución de Cádiz en 1812 con aquello de “los españoles de ambos hemisferios”. Es verdad que toda conquista es obra de seres humanos con sus ambiciones y miserias, y siempre hay actos que empañan lo dispuesto institucionalmente, pero es en el imperio español y sólo en el español donde se instituyeron, por ejemplo, los juicios de residencia para valorar la obra de los virreyes, adelantados, etc. a partir de denuncias de los supuestamente conquistados. Por ello Gustavo Bueno distingue entre imperios generadores (9) (el hispánico) frente a imperios depredadores, que serían casi todos los demás surgidos coetaneamente. En segundo lugar porque la treintena de países iberófonos tienen dos idiomas mutuamente comprensibles que son el español y el portugués y que lo hablan de forma vernácula casi 900 millones de habitantes. En tercer lugar porque hay un aprendizaje histórico a pesar de las leyendas negras de lo que deben estos países al mundo anglo-yanqui, siendo la verdad que casi nada bueno. Santiago Armesilla hace un recuento de todos estos países hispano-luso parlantes en los cinco continentes. Que Santiago Armesilla se equivoque en mi opinión en la necesidad de que este mundo alternativo al anglo-yanqui tenga que pasar por un nuevo modo de producción post-capitalista no le quita valor ni acierto en demostrar la necesidad y las posibilidades de buscar alternativas en las expresiones artísticas, culturales, etc., que pueda construir una comunidad de intereses de los pueblos hispano-luso parlantes. Y tiene razón cuando Santiago acaba el libro diciendo que “El mundo temblará cuando la iberofonía post-capitalista se organice como Civilización que anule y supere el estado de cosas actual”.

A mí me gustaría expresar alguna opinión concreta sobre temas concretos de esta construcción. En primer lugar Armesilla se olvida de una de las bases estructurales de la hegemonía anglo-yanqui que es el mundo de las armas. Nos guste o no nos guste este mundo posible debe acompañarse de sistemas defensivos suficientemente disuasorios no dependientes de USA ni tampoco de Russia o China. Recordemos las guerras de las Malvinas, que Argentina ganó militarmente pero la perdió diplomáticamente ante la amenaza de la Premier británica M. Tatcher de tirar una bomba atómica en la ciudad de Córdoba (Argentina); o, por ejemplo, la última colonia en suelo europeo que es Gibraltar y que España no recuperará hasta que consigamos la bomba atómica, no para utilizarla sino para disuadir de que la emplee la Pérfida. Y estos son sólo algunos ejemplos de las dificultades de los países iberófonos para tratar de tú a tú al mundo anglo-yanqui y no anglo-yanqui. De alguna manera debe construirse paralelamente a la OTAN existente -a mayor gloria e interés yanqui- otra OTAN iberófona sin ánimo de conquista y sólo como instrumento disuasorio. Y España debe ser una punta de lanza en esa tarea junto a Brasil y México por ser los países más ricos. Otra condición es que España debiera imponerse la tarea diplomática de construir una unión política (10) con Portugal a medio y largo plazo, porque sería un ejemplo magnífico para esa unión iberófona de pueblos, necesaria y posible. También es necesario la lucha denodada contra la leyenda negra y contra la que utilizan para sus fines políticos o individuales o, simplemente, por ignorancia. Por ejemplo tenemos el caso negrolegendario del periodista, novelista y académico Arturo Pérez Reverte que, a pesar de los 30.000 libros que dice tener en su biblioteca particular, no le ha servido de nada dado su adhesión a la leyenda. Es sólo un ejemplo, pero un ejemplo significativo. El enemigo lo tenemos ahora dentro, en España, México, Argentina, Venezuela, Colombia, etc. Ahora ya no hay historiadores ni hispanistas que defiendan la leyenda negra tal como está construida, pero el inmenso problema es que aún se estudia en los colegios de todos estos países y del resto iberófono las consiguientes mentiras negrolegendarias. Ni leyenda negra ni leyendas rosas, estudio riguroso del pasado, nada más. En otro orden de cosas, un caso sangrante es el de México, que se separó del imperio hispánico en 1821 y una de sus consecuencias fue que sólo 27 años más tarde perdió más de la mitad de su territorio en su guerra contra la América anglosajona, ratificada la pérdida por el tratado de Guadalupe-Hidalgo de 1848. Es difícil hacer ucronía, pero cabe pensar que si hubiera seguido siendo el Virreinato de Nueva España eso no habría ocurrido o, al menos, no en esa proporción. Entonces aún España era una potencia militar y naval y los americanos anglos no se hubieran atrevido a tanto. Pues bien, aún hoy en los colegios de México se estudia la independencia del imperio español como una liberación y la pérdida de la mitad de su territorio como un mero hecho histórico. Urge acabar con esa estupidez educativa y esperemos que las obras de Elvira Roca Barea (española), de Marcelo Gullo Omedo (argentino) y de otros combatientes intelectuales de las leyendas negras vayan sembrando sus méritos en el mundo iberófono.

Esperemos que vayan surgiendo muchos Armesillas, que muchos pasen del estudio a los hechos, a la política para construir un socialismo iberófono donde el socialismo sea lo sustantivo y lo iberófono sea adjetivo, pero en este caso un adjetivo que es conditio sine qua non.


(1) Contraportada del libro IBEROFONÍA Y SOCIALISMO.
(2) Puede leerse el libro de John Reed México insurgente, el autor de esa obra maestra del periodismo que es Los diez días que conmovieron al mundo.
(3) Página 249 de Auge y caída de las grandes potencias.
(4) En el mundo intelectual marxista debiera hace tiempo haberse sustituido la injusticia y la desigualdad como efecto de las herencias y no de la supuesta explotación surgida en el seno de las empresas.
(5) Para la población infantil la Revolución industrial fue equivalente a un genocidio. El que tenga dudas que lea a Charles Dickens.
(6) En Producción de mercancías por medio de mercancías.
(7) Por eso Piero Sraffa llamó a la diferencia entre el valor de lo producido y los medios empleados en la producción excedente. No es que sean iguales excedente y plusvalía estrictamente pero la idea es la misma.
(8) Véase los libro sde Piketty.
(9) A mí no me gusta esa diferenciación dicotómica y prefiero distinguir entre imperios metropolitantes e imperios colonialistas, siendo los primeros los que tratarían de implantar la metrópoli en los territorios conquistados.
(10) Pero huyendo de cualquier unión confederal porque eso ayudaría a una posible balkanización de España merced a las pulsiones independentistas de Cataluña y Euskadi.

Iberofonía y socialismo: esperanza y crítica