sábado. 27.04.2024
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Imagen de archivo.

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No cabe ninguna duda de que Donald Trump ganará la próxima contienda electoral. Puede que su amigo Vladimir Putin decida echarle una mano de nuevo, como ya hiciera en la confrontación contra Hilary Clinton. Siempre cabe repetir las maniobras de la última vez para volver a contar los votos como es debido allí donde haga falta hasta que las cifras no defrauden. después de todo a Bush le funcionó con Al Gore. La cosa viene de lejos, pero ha llegado al colmo del disparate.

Un Tribunal Supremo cuyos integrantes fueron designados en su mayoría por Trump le rescatan de la inhabilitación que magistraturas inferiores habían decretado. Gracias a esa maniobra ha podido arrasar en las primarias del partido republicano. Su demagogia no tiene rival. En el universo MAGA (Make America Great Again) todo está permitido para su líder y su palabra es la ley a juicio de quienes le siguen ciegamente como si fuera una divinidad infalible. No importa lo que haga. Se le seguirá venerando igualmente.

Recomendó beber lejía para combatir al coronavirus. Parecía seguir en el plató televisivo donde los concursantes eran despedidos fulminantemente, cuando designaba o cesaba cargos público de una enorme relevancia. Está encausado de no pagar esos mismo impuestos que debe administrar como presidente y de sustraer documentos clasificados que se llevó consigo a su domicilio al abandonar La Casa Blanca. La lista de causas pendientes que acumula dejaría fuera de juego a cualquier otro. Hace poco ha dicho que Putin debería invadir cualquier país de la OTAN renuente a incrementar su contribución económica.

En cualquier caso, si los votos no avalasen su segura victoria, demore cabría repetir la hazaña de invadir el Capitolio para enmendar que le roben las elecciones. De ser coherente, no debería presentarse a lo que supone una tercera reelección, puesto que piensa haber ganado las anteriores de hace cuatro años. Una vez recuperado el poder no tendrá empacho en indultarse a sí mismo y eludir así su rendición de cuentas. Al margen de lo que digan las urnas, Trump ganará las próximas elecciones.

Una nueva victoria electoral del trumpismo en estos momentos equivale a tensionar aún más el explosivo panorama que nos atenaza por doquier

El pulso en realidad Trump no está echándoselo con Jon Biden, sino más bien con el sistema democrático, que puede salir definitivamente trasquilado. Los procedimientos que le amparan tan eficazmente pueden arruinar de un modo irreversible la confianza en las reglas democrático, al permitir que las custodie y aplique alguien que las desprecia, violentándolas en su propio beneficio e ignorando el interés común. Costaba imaginar que Norteamérica pudiera volver a estar presidida por un aliado personal del autócrata ruso, ejerciendo ademas por su cuenta y riesgo un despotismo nada ilustrado.

Una nueva victoria electoral del trumpismo en estos momentos equivale a tensionar aún más el explosivo panorama que nos atenaza por doquier. Cuando proliferan las armas, estas dejan fácilmente de ser disuasorias y pasan a utilizarse. Cualquier chispa puede prender un pavoroso incendio. Europa está preparándose para un escenario bélico y no está claro que tenga como aliado a una Norteamérica liderada por alguien tan poco de fiar como Trump. Este ganará las elecciones en cualquier caso. Le darán los números o, de lo contrario, se las habrán robado al diccionario una eterna conspiración en contra d d su persona. Estamos ante una batalla del negacionismo contra la democracia y el primero va ganando por puntos a una fajadora que se tambalea porque respeta las reglas incumplidas por su oponente.

La tercera presidencia de Trump y el descalabro del sistema democrático