martes. 30.04.2024
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El horrendo crimen perpetrado hora tras hora contra el pueblo palestino al que ningún poder mundial ni religioso es capaz de detener, muestra una terrible realidad: nuestra soledad cuando somos pueblos agredidos, cuando la agresión forma parte del negocio de la guerra y del poder que siempre se disfrazan de causas nobles, como la moral, la patria, la democracia y bla bla bla que convierte a los ricos en milmillonarios y a los pueblos en pobres y en sus víctimas. Aún así, la mayoría no suele creer en esto hasta que les persiguen las bombas como ahora mismo en Palestina, pero ya se sabe que nadie escarmienta en cabeza ajena.

Muchos ciudadanos bien intencionados imaginan, por ejemplo, vivir en un Sistema democrático - y es horrible que aún haya peores- donde cuenta su opinión en las urnas para obligar a sus gobiernos a tomar decisiones que hasta pudieran interferir en los planes de los que mandan de verdad, obligándoles a actuar contra sus propios intereses de clase y posición social. 

Los que mandan de verdad no son accesibles, estimados conciudadanos, nunca son elegidos ni están en los Parlamentos ni en las Iglesias ni en las oficinas de su banco favorito. Los que vemos en los telediarios son sus representantes, no los nuestros; los que vemos en las cumbres internacionales no están allí para acordar lo que nos interesa al pueblo votante, sino para acordar lo que les interesa a los que mandan de verdad y nadie elige.

Los que mandan de verdad han pervertido la idea de democracia. La han convertido en un asidero envuelto en leyes, corrupciones y mentiras para ejercer su poder y su influencia sobre la ciudadanía

Los que mandan de verdad han pervertido la idea de democracia. La han convertido en un asidero envuelto en leyes, corrupciones y mentiras para ejercer su poder y su influencia sobre la ciudadanía. Y con esa falsa democracia como escudo nos inducen a creer que el mundo que ellos diseñan en oscuras reuniones tiene que ser el único posible y deseable. Y eso es orden y ley. Y lo es: su orden y su ley. Eso es lo que estamos obligados a aceptar como forma de convivir con ellos y entre nosotros en la medida que a ellos no les molesta. Para regular eso están los Parlamentos y los tribunales. Sus Parlamentos y sus tribunales.

El reparto de poderes es otro. 

Comencemos por una de las patas del Sistema: La Iglesia. Si el Sistema Iglesia afirma que fuera de ella no hay salvación, la otra pata, el Sistema político de los otros ricos y con el mismo propósito explotador y alienante, niega que pueda haber otro orden que el suyo en cada estado y gobierno. Una de las patas basa su poder machista y antidemocrático en la Biblia. La otra, en el Derecho, y tampoco lo es.

La Iglesia, como el Estado, no necesita ser democrática más que en apariencia a la hora de elegir Papas para defender su status mundial de ricos sagrados. Y a través del miedo a la muerte, uso y abuso del Libro, confesionarios, cuidadas supersticiones, espectáculos de masas, lujosas representaciones y palacios, - subvencionado todo con nuestros impuestos- inmatriculaciones, juegos de Bolsa, herencias y donativos, mantienen hábilmente un disfraz del cristianismo del que toman el nombre para vivir sin tener que trabajar, desde el humilde cura de pueblo al príncipe purpurado. Este, mucho mejor que aquel, que de clases también entiende muy bien la Iglesia, porque al fin y al cabo es el alma moral que justifica al capitalismo en su conjunto. Por eso, quien espere alguna vez un estado laico que espere sentado.

Los otros ricos, los mundanos, tienen un doble juego: competir entre ellos, aunque sea a cañonazos, y a la vez acordar juntos el modo de controlar a sus pueblos usando toda clase de argucias

Los otros ricos, los mundanos, tienen un doble juego: competir entre ellos, aunque sea a cañonazos, y a la vez acordar juntos el modo de controlar a sus pueblos usando toda clase de argucias, incluida la de aparentar deseos de salvarnos de catástrofes que ellos mismos han provocado, como el cambio climático o la pandemia o “plandemia” como el penúltimo ejercicio de control social total y global: un ejercicio de militarización forzosa a escala mundial.

El caso es que por un lado los “salvadores de almas”, han producido un descrédito mundial del cristianismo originario al que abominan o hacen la vida imposible -como hoy en Alemania- una enorme desafección al mundo espiritual confundido con el religioso entre los jóvenes, con millones de ateos, dogmáticos, fanáticos, supersticiosos engañados sobre el mundo divino, Dios o el Más allá. Y a las hazañas cotidianas de portadores de sotanas- de las históricas, se habló y se hablará- se añaden las hazañas de los creadores de la ley y el orden: un stress climático ya irreversible, una insostenible pobreza mundial que produce ríos migratorios imparables, neo-esclavismo laboral, reducción de libertades públicas y derechos personales, guerra en Ucrania, genocidio sionista en Palestina, y otras calamidades sin cuento en estos y en otros países.

Son especialmente inadmisibles cosas como las ocurridas dos años atrás en las que los ciudadanos del mundo entero convertidos en ciudadanos de un único estado policial mundial tuvieron que someterse a arrestos domiciliarios continuados, obligados a tener un pasaporte sanitario para acceder a muchos sitios públicos o viajar, o a someterse a inyecciones experimentales con nombre de vacuna si querían asistir a sus trabajos. A estos flagrantes atentados contra la libertad individual y la salud, las Iglesias nunca dijeron esta boca es mía. O sea: dado el caso, la plutocracia mundial se une para anular el derecho hasta a disponer del propio cuerpo, que ha pasado a pertenecer al Estado como ocurre con el reclutamiento forzoso en caso de guerra, mientras vemos crecer las cámaras de reconocimiento facial o las del control en los lugares públicos con el fin de estar permanentemente vigilados por el ojo del Gran Hermano orwelliano, como si los ciudadanos fuéramos potenciales delincuentes. ¿Se trata de nuestra seguridad, o de la suya? La mayoría aún cree en el Estado Protector y se muestra dispuesta a sacrificar su libertad a cambio de una supuesta seguridad. ¿De quién? 

Los nazis alemanes ya hacían estas cosas, pero ahora ya estamos en una reedición del fascismo a escala global, conducidos paso a paso a una distopía mundial a fuerza del martilleo televisivo, de los crecientes controles y de los sermones de profesores, “expertos”, curas, periodistas sumisos, científicos mercenarios y otras gentes que viven y medran amparadas por una forma de gobierno que los ricos calzan como un guante en esto que llaman democracia, aunque no lo sea. Pues tal cosa- “gobierno del pueblo para el pueblo”- es todavía algo que ha de ser conquistado pacíficamente desde la calle y con principios éticos y altruistas que conduzcan a un mundo que haya renunciado al crecimiento, y busque el reparto de la riqueza junto al respeto a la naturaleza y a los animales. Contra este mundo imprescindible para nuestra supervivencia como especie, se conjuran a diario los políticos de los ricos religiosos y mundanos con su defensa del pensamiento único mundial y sus aparatos represivos al servicio de las grandes fortunas.

Seamos realistas y no nos dejemos engañar.

La soledad del pueblo indefenso