sábado. 27.04.2024
bandera blanca

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No sé si la inquietante portada de El País este pasado domingo: “Europa se prepara ya para la guerra” (el subrayado es mío) ha sido un intento desesperado del diario para aumentar ventas o es que dispone de información privilegiada dada su buena relación con los sectores conservadores, que siempre saben mucho de guerras. ¿Se estará tramando algo a espaldas de nosotros, los europeos de a pie?

La amenaza del presidente francés de enviar tropas a Ucrania, una conversación entre oficiales alemanes de alto rango dialogando sobre misiles para bombardear un puente ruso, los desmentidos apresurados del canciller alemán contra el envío de tropas para combatir a Rusia, la llamada a consultas al embajador alemán en Moscú, las declaraciones sobre la urgencia de rearme por parte de la presidenta  del Parlamento Europeo, el lanzamiento de una moda de ropa militar, los carteles de propaganda del ejército en las calles alemanas, la presión de algún sector político a favor del servicio militar obligatorio, incluido el femenino, la gigantesca inversión en armamento del ejército, las informaciones sobre los numerosos militares y policías fascistas o el auge de la extrema derecha o la simpatía belicista de los grandes medios de derechas no pueden dar lugar a afirmaciones como la de El País el pasado domingo, pero inquietar, inquietan.

Alemania siempre fue el motor de Europa, pero también una nación muy dada a liarla parda cada vez que levanta cabeza de la última guerra perdida. Y son dos veces ya. ¿Se podría parar esta tendencia al cainismo?

Se suponía que Europa era cristiana, y que cristianismo y pacifismo iban a la par. Ya no se supone, a pesar de que el Sermón de la Montaña proclama la Regla de Oro. “Lo que quieras que te hagan a ti, hazlo tú primero a otros y no hagas  a nadie lo que no quieres para ti mismo”, reza la Regla de Oro universal  y cristiana de la convivencia. Parece sencilla y lo es hasta el punto de que un niño puede entenderla desde los siete años. ¿Cuántos miles lleva ya la humanidad sin haber conseguido incorporar  en sus relaciones sociales, en su memoria colectiva y hasta en su código genético ese principio tan sencillo? De haber sido así, hasta la palabra “ guerra” sería una desconocida.

Si preguntamos a cualquiera en cualquier parte del mundo, sea cual sea su raza, religión o filosofía de vida fácilmente aceptará de buen grado la Regla de Oro como perfecta para vivir en un clima de paz presidida por la justicia, la cooperación, y la bondad altruista. Siendo así, ¿cómo es posible entonces que nuestra especie no cese de hacer guerras generación tras generación miles y miles de años sin que esto cambie nunca por más desarrollo cultural o técnico que haya alcanzado? ¿Es esto, tal vez, digno de seres de inteligencia normal y recta conciencia cuando son bien sabidas las terribles consecuencias de toda guerra? ¿O alguien normal y en sus cabales quiere para sí la pobreza, el hambre, la enfermedad, la muerte, el desamparo, la esclavitud, el desprecio, los malos tratos, la injusticia y tantas otras calamidades que conocemos como resultado final de toda guerra en todas partes y en toda época?

Fácil es la respuesta porque esto es lo que tenemos hoy en este mundo, el resultado visible de que todas esas buenas palabras como progreso, democracia, paz mundial, bienestar, bien común y otros cuentos para niños desinformados son eso: cuentos y palabras sin contenido real. ¿Era este  el futuro que aguardaba el pasado, la cima del sueño de nuestros antepasados por una vida digna para todo ser humano, y el resultado de  los maravillosos “estados del bienestar” que nos prometían los gobiernos del capitalismo “de rostro humano”? Nos engañaron.

Mirémonos: cambio climático y sus amenazadoras o letales consecuencias en la vida de millones de personas, animales y plantas, vergonzosas colas del hambre en la- ya no- rica Europa, el crecimiento del fascismo a escala internacional y en medio de todo esto, la guerra entre Rusia y Ucrania, la amenazante OTAN, y el mayor genocidio cometido en este lado del mundo contra el pueblo palestino perpetrado por el sionismo colonialista y apoyado por casi todas las naciones excepto una docena. ¿Era este el mundo que deseábamos? Podemos cambiar el rumbo de este barco con todos los números para naufragar. Por mi parte, enarbolo bandera blanca, por si acaso, y me coloco junto a  los que llevan la suya.

Bandera blanca (por si acaso)